Senel Paz: “Desde hace cuarenta años estoy de visita en La Habana”

Diálogo con el escritor y guionista de cine, autor del relato "El lobo, el bosque y el hombre nuevo" (1990) y guionista de "Fresa y chocolate". Hace pocos días le fue otorgado el Premio Nacional de Cine 2020.

Foto: Laydirene Pérez.

Senel Paz (Fomento, 1950), como los boxeadores de pesos ligeros, es más dado a las fintas, los escurrimientos, que a los golpes contundentes y frontales. Tira un jab y hurta el cuerpo. Amaga por aquí, y rompe el paso por allá. Obliga al entrevistador a una verdadera cacería por el ring. No quiere la exposición de los primeros planos. Aspira a la suave penumbra de la cotidianidad creativa. Ante sus papeles, narraciones o guiones cinematográficos, es rey; haya jardín o no.

Es autor de El niño aquel (cuentos, 1980), Un rey en el jardín (novela, 1983) y En el cielo con diamantes (novela, 2007). Su relato El lobo, el bosque y el hombre nuevo (1990), por el que recibió el Premio Internacional de Narrativa “Juan Rulfo” ha sido traducido a quince idiomas y editado en más de veinte países. Como guionista cinematográfico, sus trabajos más notables son:

Una novia para David (Orlando Rojas, 1985), Adorables mentiras (Gerardo Chijona, 1991), Fresa y chocolate[1] (Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, 1993), Malena es un nombre de tango (Gerardo Herrero, 1996), Cosas que dejé en La Habana (Manuel Gutiérrez Aragón, 1999) y Lista de espera (Juan Carlos Tabío, 2001).

Recientemente Senel Paz ha sido distinguido con el Premio Nacional de Cine, concedido ex aequo con el productor Paco Prats. Este hecho, en principio feliz, lo puso nuevamente en el radar de la prensa, y aunque no ha perdido su eterna y amable sonrisa, se siente contrariado.

Aun así, le planteo un combate en tres asaltos, con cabeceras y protectores. No habrá sangre ni vencedor. Una plática entre amigos, hasta donde se pueda.

Provienes de una familia campesina del centro de la Isla, ¿cómo crees que este origen condiciona tu visión del mundo?

Como en los signos zodiacales en los que uno es de agua, tierra o aire, la circunstancia del campo, la ciudad, el pueblo, la montaña, el mar, como experiencias medioambientales primeras, en muchas personas dejan marcas para siempre y condicionan el modo de sentir, mirar y ver el mundo. Es mi caso. Zaida del Río explica por qué los del campo hablamos alto: si vas por un trillo y te encuentras una vaca brava en el camino no les vas a decir: “Vaca, por favor, tenga cuidado que voy a pasar”; no, le tienes que armar un escándalo: “Vaca, sinvergüenza, hija de esto y de lo otro, te quitas del camino o te voy a dar una pedrada que te rompo un tarro.” Entonces la vaca se quita mansamente. El escritor Gumersindo Pacheco, que vive hoy en el extranjero, dice que él no extraña a Cuba sino a Cabaiguán, nuestro pueblo. En cuanto a ser del “centro de la Isla”, supongo me ha hecho centrista, porque a algunos que una vez veía a mi izquierda ahora los veo a mi derecha. 

La infancia es tu más importante zona temática como escritor. ¿Ya has saldado la cuenta con “el niño aquel”? ¿Se puede esperar más relatos centrados en ese micromundo?

Como dicen los maestros López Sacha y Eduardo Heras, el niño, los ancianos, los bobos, los alucinados, aportan en literatura un punto de vista sesgado muy útil que permite contar de modo indirecto y dejar al lector la sensación de que va descubriendo las cosas por sí mismo. Naturalmente, no te puedes varar en él, como no se limita el boxeador a pelear en una sola distancia. Para una respuesta más amplia y específica me tendría que poner un poco pesado y profesoral, Alex, y los lectores se nos van a ir para la entrevista de al lado.

Relata brevemente tus primeras impresiones de La Habana de fines de los años 60.

Oh, La Habana. Yo no soy muy habanero que digamos. Estoy de visita, hace cuarenta años. Pero admito que algo tiene. Cuenta un amigo que cuando él llegó a La Habana, luego de doce horas en el tren espirituano, lo timó el chofer que lo trajo de la Terminal al albergue universitario; en este le dijeron que estaba ubicado en el piso 17 y que mejor comiera antes porque el ascensor no funcionaba; la comida fue espaguetis con yogur; y cuando llegó al piso 17 con la maleta a cuestas le tocó un cuarto de cuatro en el que él hacía él octavo inquilino. “Me llamo Pedro Pablo”, le dijo a uno que estaba allí, y este le respondió: “No hay agua”. Mi amigo soltó la maleta, se fue al balcón, lanzó la mirada a lo profundo de La Habana que se extendía hasta el Morro, y se dijo: “Yo de aquí no me voy ni aunque me den candela”. Hoy sigue siendo espirituano como yo campesino, pero si la familia no le manda por teléfono una foto del pasaje de regreso no va a la tierra del Yayabo ni aunque haya carnavales.   

Foto: Cortesía del entrevistado.

En 1973 concluiste la carrera de Periodismo. ¿Tienes un buen recuerdo de tu paso por la Universidad de La Habana?

Mi paso por la Universidad es un espacio en blanco en mi mente. Fue del 70 al 73. Lo que recuerdo de esa época es, precisamente, La Habana: descubrí los teatros, la Cinemateca, los restaurantes que entonces se reservaban por teléfono, los clubes nocturnos, la Avenida de los Presidentes, la ruta 27, Elena Burke, que dio un concierto en el Amadeo Roldán.  Y recuerdo amistades y muchos libros, porque  también fue la época en que descubrí en grande la lectura y me harté en las bibliotecas de Eduardo Heras León y Eliseo Diego, a través de su hijo Lichi, y hasta me quedé con algunos ejemplares, como Paradiso, edición príncipe, y El gran Meaulnes, respectivamente.

En 1979 obtienes el Premio David con el libro de relatos El niño aquel, muy bien acogido por público y crítica. ¿Cuándo comenzaste a pensarte como escritor?

Nunca “comencé” a pensarme como escritor. Cuando desperté, ya el escritor estaba ahí.  Naturalmente, no lo identificaba como tal; primero creí que ser escritor consistía en imaginar y escribir y escribir, sin otras complicaciones, y me gustó muchísimo. Luego, en los 70, durante el espacio en blanco de la universidad, me di cuenta de que ser escritor era algo más complicado, y aunque me asusté un poco y añoré estar con unos bueyes arando, ya no tenía vuelta a atrás.

¿Cuál fue tu primer texto no periodístico publicado?

Mi primer texto publicado fue uno de dos: o un cuento titulado La santa, en la revista Alma Máter, antes de mis 20 años, una mezcla de Glauber Rocha con Reinaldo Arenas; u otro cuyo título y libro recuerdo perfectamente pero que no lo digo no sea que alguien lo localice, en particular Álvaro Castillo[2] que todo lo encuentra.

El relato “El bosque, el lobo y el hombre nuevo” tiene su primera edición en 1990, cuando obtiene el Premio Internacional de Cuentos “Juan Rulfo”. A partir de ese momento ha tenido numerosas versiones teatrales, traducciones, ediciones. Fue la base del guión de Fresa y chocolate (1993), la importante película de Titón y Tabío, en la cual tú también participaste como guionista. ¿Valoras esta pieza por encima del resto de tu obra?

Yo no participé en el guión de Fresa y chocolate, yo escribí el guión de Fresa y chocolate; Titón y Juan Carlos dirigieron la película maravillosamente. Ese es el orden. No valoro un texto por encima de otros, tal vez tengo una relación más emotiva con Un rey en el jardín por ser una obra más espontánea, y por lo que hemos hablado del campo, la niñez y todo eso. La historia de Fresa y chocolate me dio más notoriedad por la repercusión que conlleva el cine, que se sumó a la que ya existía por el texto, el premio de Francia y el hecho teatral. Antes de la película hubo tres puestas en escena: la de Sarah María Cruz, que fue la primera, la de Tony Díaz y la de Rafael González. Hoy los montajes pasan de 30 en diversos países, y ahora mismo hay dos nuevos proyectos, uno en Argentina y otro como musical en Londres.

¿Cómo cambió tu vida la notoriedad que te ha proporcionado?

Más que disfrutar, sufrí aquella notoriedad, no por asunto de modestia sino porque soy de naturaleza discreta, casi al borde del autismo; parodiando aquella canción de Silvio, yo hubiera preferido escribir encapuchado; si hubiera escrito diez páginas como Salinger o Juan Rulfo, nadie hubiera logrado entrevistarme. Por suerte, aquello pasó pronto y el departamento de la fama en mi generación lo llevan Pedro Juan Gutiérrez y Leonardo Padura, los cuales lo hacen muy bien porque lo merecen y además son periodistas. Este Premio de Cine ha roto mi rutina, no lo he podido evitar, pues no me gusta decir que no a los colegas que, como tú, me piden entrevistas. Enseguida se iba a pensar que se me subió el premio a la cabeza.

 ¿Fue complicado trabajar con Titón y con Juan Carlos?

He sido muy afortunado en cuanto a los directores de cine con los que me ha tocado trabajar; hacerlo con Titón y Juan Carlos fue una maravilla, un punto y aparte en mi vida, una experiencia inolvidable que me enriqueció como creador y persona y me dio energías para siempre.

El trabajo del escritor es solitario. En cambio, el escritor de guiones debe integrarse a una compleja maquinaria donde intervienen muchas personas. ¿Cómo llevas esa “democracia” creativa característica del cine?

El guionista no se integra demasiado a la maquinaria del cine. Su trabajo es anterior y esencialmente eres tú solo frente al ordenador. Lo que sucede es que trabajas para otros (director, actores, etc.), y te ves e intercambias con el director porque no tiene sentido escribir escenas que a este no le gusten o no sepa cómo solucionar (nunca dirá esto último). Trabajar con un director y para una puesta en escena es algo que al guionista debe gustarle hacer, es la gracia de los géneros dramáticos y es en ese intercambio donde se encuentra motivación y gozo. La etapa de escritura es casi siempre la más larga e incierta en el cine. Más que a la construcción del guión se debe a la historia y a los personajes porque estos tienen su propio tiempo de manifestación que no se puede alterar aunque escribas más horas al día. Es como el feto en el vientre materno: va a su propio ritmo.

¿Volverías a hacer periodismo?

Debería hacer periodismo. Pero el periodismo requiere entrenamiento permanente, no puedes dejar dormir los músculos. Yo no tengo personalidad de periodista. Estudié Periodismo porque no me aceptaron en la Escuela de Letras; un jurado en el que figuraba la mismísima Mirta Aguirre determinó que yo no tenía nada que buscar en esa carrera. Para periodista me falta la curiosidad y motivación o habilidad política, porque el periodismo cubano es muy político. A mí me da igual enterarme de un suceso hoy que la semana que viene. Por esa misma razón no manejo: no puedo estar pendiente de si una luz está en rojo o en verde, prefiero mis musarañas.

¿Qué opinión te merece el periodismo cubano actual?

Esa pregunta la dejamos para otra ocasión. Solo te adelanto que me molesta la parte del periodismo que le llama féminas a las mujeres, galenos a los médicos, la mayor de las Antillas a Cuba y solanáceas a las papas.

Hace 6 años, en una entrevista para un diario mexicano, te mostraste decepcionado por la lentitud e ineficiencia de la burocracia cultural, sobre todo en lo que respecta a la aprobación de una ley de cine. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿Se han conseguido avances en el reconocimiento de los cineastas independientes?

Se trata de la recuperación y desarrollo del cine cubano como un todo, incluido el público, porque abarca la exhibición y la programación. El reconocimiento del cine independiente es solo una parte del problema. La palabra independiente se ha viciado entre nosotros y se manipula desde ambos extremos y hasta se ha convertido en escenario de una confrontación política que en realidad desborda al cine como tal; en mi opinión no podemos reducir y mucho menos subordinar el cine independiente a este fenómeno. Y sí, se han conseguido avances, o al menos eso parece, porque los avances están anunciados y son letra escrita, lo que es importante, pero todavía no es una realidad, y no lo será hasta que se libre una convocatoria y se pase a los hechos, es decir, a la oportunidad de hacer películas con libertad y responsabilidad. Entonces se reiniciará la acción y la recuperación. Se ha debido esperar seis años, en mi opinión, para que estas conquistas no parezcan lo que son, un logro de los cineastas y en particular de la labor del llamado g/20[3] y las asambleas de cineastas. El g/20 es la experiencia más revolucionaria que ha ocurrido en la cultura cubana en los últimos diez años, si entendemos por revolucionario lo que quiere echar p´alante y no p´atrás. Nada más revolucionario que un grupo de gente señale un montón de problemas y se constituya en equipo y se ponga a trabajar intensamente y aporte la mayoría de las mejores soluciones. A los artistas a veces se nos reprocha que no aceptemos cargo, pero aceptamos el trabajo; algunos funcionarios aceptan el cargo pero no el trabajo. El Ministerio de Cultura de entonces y la máxima autoridad de la UNEAC como replicante tuvo una reacción burocrática y envejecida, destinada a desviar la atención de su falta de trabajo y su responsabilidad, su incapacidad para aportar propuestas, en lugar de sumarse al trabajo del grupo como compañeros y aportar la experiencia. Todavía no hemos escuchado una autocrítica de aquel Ministerio de Cultura en relación con toda esta problemática, como si nunca hubieran tenido nada que ver con los problemas que surgieron y nos siguen afectando. Fue una inesperada y conservadora respuesta por parte de un ministerio y unos funcionarios que siempre han sido combativos, pero muestra que el anquilosamiento puede llegar a cualquier parte. Espero que ahora se encuentre en un proceso de resiliencia.

La labor del cine cubano en la formación artística, espiritual y revolucionaria de la nación es invaluable; prácticamente no hay hecho histórico o de actualidad que no esté tratado, y si ese patrimonio no se ha cuidado y conservado debidamente no es responsabilidad de los cineastas. Sin embargo los cineastas somos, después del imperialismo, los más denostados en este país.  Se ha conseguido establecer un estado de opinión desfavorable sobre el sector, incluso en parte de la población, lo que explica, por ejemplo, que las autoridades se alejen de los festivales de cine, con lo que los devalúan, y que el ICAIC no haya recibido una felicitación oficial por su 60 aniversario como ocurrió con la Casa de las Américas o Prensa Latina. Con ello se pasó por alto a las figuras fundadoras del ICAIC, al legado artístico del Instituto, su proyección latinoamericana, su movimiento musical o de carteles, su historia. A muchos algo así les importaba. La cosa viene de lejos, de la vieja confrontación entre la línea cultural encabezada por Alfredo Guevara y la representada inicialmente por Blas Roca y Edith García Buchaca, que llega a nuestros días a través de representantes recientes del Ministerio de Cultura y la UNEAC que nos han tirado a matar, pero aquí estamos, aunque bastante maltrechos. Habría que estudiar si ambas líneas han estado “dentro de la Revolución”; ambas sí han estado “dentro del Gobierno”, son cara y cruz de nuestra realidad, como manifestación natural de un proceso cultural complejo.

La recuperación del cine cubano, que antes ocupó un lugar de vanguardia en América Latina y hoy marcha por detrás de países como Colombia, Santo Domingo, Panamá o Guatemala, será difícil porque va más allá de un problema de presupuesto. El Icaic se ha desprofesionalizado, la mayoría de sus cuadros son nuevos, sin experiencia ni memoria de la institución, lo que les dificulta lanzar proyectos y asimilar propuestas. Pero nada es tan malo como para que sea lo peor, y las nuevas regulaciones del gobierno abren ciertas perspectivas para quienes aman y toman en serio este arte y no están dispuestos a que quede reducido a sus problemas reales o inducidos.

¿En qué trabajas ahora?

Mis proyectos literarios y cinematográficos se entrecruzan, en general el afán es recuperar lo más posible mi creación y entregar obras. ¿Ya terminamos, verdad?

No, un grupo de amigos me han pedido que te pregunte esto:

Arturo Arango: ¿Cómo aprendiste a decir no? 

Mal, mírame respondiendo esta entrevista y aceptando el Premio de Cine.

Francisco López Sacha: ¿Por qué es el personaje el punto de partida siempre en el relato y en el guión de cine?

¿Qué?

Leonardo Padura: Hace años dijiste, más o menos, que lo que más querías era poder escribir en una silla cómoda, ¿conseguiste la silla? Y si la conseguiste, ¿cuándo leemos la otra novela tuya que siempre esperamos?

No la he conseguido.

Reinaldo Montero: ¿Es verdad, Senel, que a ninguna persona se le llama por su nombre, porque le dicen valiente al temerario, pacífico al cobarde, elocuente al retórico, simple al callado, agudo al simple, y al agudo, estúpido, de modo que se vende el anverso por el reverso, y en consecuencia es muy común despedir al sabio y contratar al necio, encontrar al valeroso de domador de circo que gasta sus bríos con una fiera mansa, o al genio de mozo de hotel que gasta su lucidez sacando cuentas, y por eso hay desatino, y quien acierta pierde, quien camina va mal orientado, quien sirve es mal pagado, quien se fíe será burlado, quien ama es maltratado, quien procura contentar consigue descontento?

Sí, es verdad.

Hugo Luis Sánchez: Entre fresas y chocolates, además de Senel Paz, ¿cuál es el escritor favorito de Senel Paz?

Me hablas de uno solo. Pues uno que se llama CervantesSalingerLezamaCabreraInfanteRulfoChejovCatherineMansfield, pero los amigos le dicen CarpentierArenasLorcaFaulknerWolfMannDostoievski. La cantidad no me permite entrar en el terreno de mis colegas y los escritores cubanos más jóvenes.

Marilyn Bobes: ¿Crees que toda ficción contiene algo de autobiográfico? En tu caso, ¿trabajas con tus propias experiencias de vida?

Lo biográfico pesa mucho en la escritura, en el arte en general; puede bastar, pero no tiene que ser la única fuente, el mundo es demasiado amplio y no hay que reducirlo a uno mismo.

¿Por qué no me extraña que la pregunta más interesante la formule una autora?

 

 

Notas:

[1] Estuvo nominada en 1994 a los Premios Oscar como mejor película extranjera.

[2] Librero y bibliófilo colombiano, vive entre Bogotá y La Habana.

[3] El 4 de mayo de 2013 se reunieron setenta cineastas en el centro cultural Fresa y Chocolate, de La Habana, con el fin de discutir la problemática del sector. En esa ocasión se seleccionó, por voto directo, un grupo de trabajo permanente, que estuvo integrado por Enrique Kiki Álvarez, Enrique Colina, Rebeca Chávez, Lourdes de los Santos, Daniel Díaz Ravelo, Pavel Giroud, Magda González Grau, Inti Herrera, Senel Paz, Fernando Pérez, Manuel Pérez y Pedro L. Rodríguez. En las siguientes reuniones el quórum se redujo a veinte participantes; de ahí el nombre.   

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