Una jornada como voluntaria en la Fundación-Santuario “Gaia”

Gaia te hace replantearte alternativas de consumo y sumergirte en el mundo vegano y antiespecista. Es el lugar en el que has sido feliz y al que quisieras tratar de volver.

En la Fundación-Santuario “Gaia”. Foto: cortesía de la autora.

Estaba muy inquieta en aquella casa de mis amigos en Olot, España. El día marcado para entrar al santuario era el 22 de agosto, aunque sin un horario exacto. Quería llegar temprano para aprovechar al máximo cada minuto. Mientras desayunaba y conversaba, mi pierna izquierda daba brinquitos de ansiedad, deseosa por oír las palabras mágicas: “ya vamos a salir y te dejaremos en el santuario”.

Parecía imposible, pero ahora estoy aquí: Fundación-Santuario “Gaia”. “Los sueños sí se cumplen”, me dije al llegar al lugar ubicado en Camprodón, Gerona, España. Después de muchos trámites, al fin pude participar de voluntaria por 21 días en un lugar que conocí desde Cuba, a través de Facebook. Y creo que la misma plataforma me devolvió el favor, porque aceptaron mi solicitud desde el otro lado del mundo.

Luego de una entrevista por videollamada y de que ellos revisaran mi perfil, me aceptaron en su programa. Y llegué. Y quería llorar de alegría. Y lloré, también de tristeza ante alguna que otra despedida de entre los vivos. Son más de 500 animales, algunos enfermos terminales, otros discapacitados y la mayoría en perfecto estado de salud, física y mental. Como fundadora de mi refugio de perros en Sancti Spiritus, Cuba, me interesaba sobre todo ver cómo lo hacen los demás en otras partes del mundo, en términos de organización, funcionamiento y colaboración. Por eso, también, vine. 

La llegada

Todos sabían que llegaba una cubana ese día al santuario, y también sabían mi nombre. Aquellos abrazos y sonrisas de bienvenida de esas personas que viven por y para los animales eran tal y como me los imaginé.

Fue solo bajar la mochila y dejarme llevar por el Siscu a conocer los lugares del santuario donde iba a desempeñarme en lo que hiciera falta. Soy veterinaria, sí, pero eso no implica que desempeñe otras labores, las que se necesiten por el bienestar de los animales. Y en el Santuario Gaia todo lo que haces es placentero y productivo.

Pero ojo, no puedes dejarte llevar por esos animales tan tiernos mientras les limpias su casita, porque te atrapan y se te va el tiempo. No permitas nunca que el cerdito Liam se te tire al piso por más de 5 minutos si tan solo le pasas la mano por la barriga, porque él sabe lo que tiene que hacer para engancharte y que pasen los minutos y tengas que correr a continuar en otras labores. ¡Todas necesarias!

En este primer recorrido y sin haber siquiera desempacado y organizado mi cuarto, conocí a Pepe, ese burrito con cuidados especiales que te da besos si le pones la mano.

En la Fundación-Santuario “Gaia”. Foto: cortesía de la autora.

¿Quién me iba a decir que en los primeros minutos de mi llegada me iba a encontrar con Paolo? No, no lo podía creer. A Paolo lo seguía especialmente en las redes cuando aquel equipo maravilloso le hacía sus curas en su patica para luego ponerle la prótesis y enseñarlo a usarla. Siempre me pareció excesivamente tierno y por eso fui inmediatamente a darle besos y, con mucho gusto, me estiraba su cuello cuando lo acariciaba.

Con su compañera Naim no tuve la misma suerte, pues se mostraba un poco reticente. Pero luego se me acercaba a curiosear mientras le limpiaba su lugar y terminaba dándome mordiditas en la ropa. Por eso cuando decían “¿quién quiere ir al Molladic hoy?”, saltaba rápido, porque estar con Liam, Miguelito, Pepe, Paolo y Naim, era, para mí, la vida misma.

Con Liam y Naim en la Fundación-Santuario “Gaia”. Foto: cortesía de la autora.

La vida en el Santuario Gaia

El trabajo en el Santuario Gaia es excepcional, son 10 años salvando vidas y haciendo todo por el bienestar de esos animales de granja que tanto han sufrido. Cuando estás ahí te preguntas cómo es posible que no falte un detalle en ese lugar.

Te levantas temprano y tienes quizá un tiempo para tomarte un café. Luego viene esa parte linda donde preparas los comederos de las cabras y las ovejas que entran como locas a por su comida. Mientras ellos degustan su pienso y su pasto, los voluntarios y trabajadores se encargan de limpiarles su patio.

De ahí se van a los pastos a ser más felices y es cuando le bella Manuelita “se hace la sueca” y no quiere salir. Entonces a cargarla, mimarla y llevarla hasta la salida.

El Efraín y el Apolo, antes de salir, te hacen pasar algunos sofocones porque, si te descuidas, te quieren atacar, pero son tan bellos que quisieras comértelos a besos. Claro, hay que correr y cerrar la puerta rápido cuando logras llevarlos a la salida, porque siempre vienen a la revancha. Y confórmate con los besos de Efraín con una reja mediante.

Después de terminado este trabajo donde todos participan, se reparten labores por partes y por animales en específico hasta aproximadamente las 10am, que es cuando se reúnen los voluntarios y algunos trabajadores a desayunar.

El desayuno en el santuario es otro momento sublime. Imagínense a una cubana que solo había probado comida vegana a base de arroz, frijoles, algunos vegetales y algunas viandas. No tenía idea de las demás cosas que existían y me pasaba todo el tiempo preguntando qué es esto o aquello. Y así, con mucha paciencia y amor, me explicaban y me daban opciones de otras cosas que podía preparar y comer.

Fue en uno de esos desayunos tan lindos donde les prometí hacerles una comida cubana una tarde y no creo que puedan olvidar el congrí, los tostones y la yuca con mojo que les preparé aquel día y que se hicieron acompañar con la música de Los Van Van.  

El momento del desayuno es muy placentero, pero no puede demorar mucho, porque todavía quedan labores por realizar hasta aproximadamente la 1pm, y luego tienes tiempo para descansar hasta por la tarde, que hay otro tiempo de trabajo, aunque menor. En este tiempo puedes ir al pueblo a por más comida para ti, si alguien te lleva en su coche, puedes pasear por el santuario y pasarte rato con los animales o simplemente puedes descansar. Up to you!

Los trabajadores, los voluntarios y los animales no humanos del santuario.

“Si te haces amigos de todos los voluntarios que pasan por aquí, no te alcanza la vida”. Así me dijo Laura; esa persona excepcional que trabaja intensamente junto a otras lindas personas como Laia, Belén, Bea, Jose, Siscu, Mom, Tomás, Robert, la hermosa Lía y los fundadores, Ismael y Coque.

Laura tiene razón. Son muchos los voluntarios que han pasado por el Santuario Gaia pero, de nuestra parte, es imposible no dejar de pensar en todos ellos y en los animales no humanos que ahí habitan y no tener deseos de escribirles cada cierto tiempo y preguntarles cómo están todos por allá.

A veces las redes sociales no son suficientes para ti cuando te muestran el diario del santuario. Necesitas escribir y preguntarle al gran veterinario que es Coque cómo sigue Lluvia luego de haber tenido aquella fiebre, o Magdalena, si se siente mejor y quiere comer ya. O simplemente si el cerdito Lazarito ha mejorado con la rehabilitación.

Nadie que haya estado allí se escapa del amor de Patri. Esa cerda, con sus malas pulgas de vez en cuando, es una de los tantos seres especiales del santuario. Pero malas pulgas que le duran segundos, porque sabe muy bien que vas a alimentarla con mucho amor y a curarle sus heridas que, por cierto, van mejorando cada día. Es cierto que el kiwi, si está verde, no le gusta. Pero ten paciencia, pélaselo, acompáñalo con un taco y quizá pase desapercibido por su boca.

En Gaia puedes encontrar de todo. Desde una estancia cómoda en las instalaciones, hasta una convivencia excelente. Tanto las personas como los animales hacen agradable la experiencia del voluntariado. Pero en Gaia, sobre todo, se respira mucho amor y respeto.

Los animales de granja me han sorprendido por su comportamiento y por las emociones que te provocan. Sobre todo, cuando vienes de un lugar que es casi completamente especista y en el que, por tratar de salvar un caballo un día, estuve a punto de buscarme serios problemas.

El burro Manel te sorprende cuando tratas de limpiarle su lugar y no te deja avanzar porque pone su cabeza en tu hombro. Un burro, sí, así es él.

Ni el tiempo ni el espacio quizá te alcancen para nombrar cada animal del santuario. Como tampoco quizá quieras hablar de Paola o Mike porque se te hace un nudo en la garganta al recordar que han partido, pero te alivia saber que nuca les faltaron las mejores atenciones ni el amor.

En la Fundación-Santuario “Gaia”. Foto: cortesía de la autora.

Ni tan siquiera al bello gato Dantes puedes olvidar; entonces recuerdas cuando, bien temprano, te pedía comida y tenías que buscar su pienso y echarle en su recipiente, que siempre estaba junto a la ventana. ¡En Gaia hay de todo!

Gaia te hace replantearte alternativas de consumo y sumergirte en el mundo vegano y antiespecista. Pero regresar a tu rutina, después de habar pasado por ahí, provoca unos altibajos en tus emociones como no puedes imaginar. Es el lugar en el que has sido feliz y al que quisieras tratar de volver.

Felicidades al Santuario Gaia por haber cumplido diez años de fundado, por haber salvado tantas vidas y por servir de inspiración para muchas personas.

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