Abuela Cuca, yo aprendí a tejer

La verdad, mi bisabuela Magdalena o abuela Cuca, como la llamé, intentó enseñarme todas sus destrezas como costurera, tejedora…, como mujer española de su época. Pero no supe. No pude. No quise.
Contaba su hija y mi abuela María, que cuando me preguntó qué haría si necesitaba poner un botón o tejer la canastilla de mi bebé, le respondí que yo estudiaría mucho, mucho, mucho y podría pagarle a alguien para que lo hiciera por mí. Ese es uno de los cuentos legendarios de mi infancia rebelde, de la ariana que soy.
Entonces no sabía de crisis económicas, de pirámides invertidas, de feminismos, de maternidades… y no había entendido el poder de las redes, de las familias que se arman también más allá de los lazos sanguíneos.
Hoy puedo dar fe de que la amistad ha sido y es mi tejido más valioso. Ante la carencia de productos, las proscripciones para hacer mi trabajo en Cuba y, como consecuencia, la falta de dineros para comprarlos aquí, mis amigos se han movilizado de maneras increíbles.
Han sido mis mulas sin costos adicionales, aun cuando el país la arremete contra este tipo de comercio salvador en medio de tanta necesidad, lejos de normarlo “para el bien de todos”. Han enfrentado el embargo estadounidense contra esta Isla, y a sus propios miedos por mi edad, mi soltería, mi desacato, mi crisis de los 40 y…
De mis redes, he recibido desde ofertas de trabajo, consejos amorosos, energías, libros sobre maternidad (paternidad y embarazos) hasta biberones y alánimos (¡Alánimo, alánimo. Mándala a componer”), apoyo incondicional, sororidad, y todo el amor duplicado.
Renata Cabrales, por ejemplo, ha comprado en alguna tienda virtual y ha hecho llegar los productos vitales a Florida, para que otro amigo cubano, Sergio Acosta, me los trajera en un viaje relámpago y familiar, luego de 3 años de no visitar su Isla.
Renata fue inicialmente mi profesora de redes sociales, allá por 2007. Luego ha devenido amigaza de las buenas y un referente en obra y vida. Renata es la madre de mi sobrina colombiana Mila, a la que solo conozco por fotos que me alumbran.
Renata se ha encargado de hacerme llegar cositas necesarias para mí como mamá, como mujer gestante. “Este envío es para ti. Luego llegará otro para la criatura”, me escribió en nuestro viejo chat de Facebook.
A Sergio lo conocí después. Por esa época, él vivía en Holanda. Desde su país de acogida tendimos un puente con Colombia y nuestra Cuba.
Yunior Santiago y su familia construida con Sumi, nos aportan, además de la amistad de años, sostenes para embarazada, protectores, suplementos para la gestación y ropitas hermosas que el pequeñín de Dani va dejando atrás en su crecimiento.
Mi amigo Darío Garrido, desde Guadalajara, es un experto en bebés sin haber emprendido él su propio proyecto –nunca le pregunté si querría, aunque es un tío muy divertido.
Que Darío esté en mis redes se lo debo a Cecilia Peregrina, sexóloga mexicana que ha formado a muchos de los expertos cubanos de hoy –incluida a mí que no me dedico a la clínica– y hermana entrañable. Esta vez la mula fue ella. Sumó ropitas amorosas para mi criatura con un abrazo inmenso, que nos debíamos desde 2015.
Lisa Miler, desde Alemania, ha aportado mucho más que amores y compañía en redes sociales de Internet. Ahora amenaza con pañales desechables y ecológicos. Las mulas amorosas serán Radomsky y su familia cubana, que ya forman parte de mi vida.
A Ariel, Yanelis y Kaleb les agradezco, cada día, el yogurt que tomamos.
Larisa López llega con avenas, dulces bajos en azúcares, amores y sus fotos de mi proceso.
Ernesto Ramírez encarga flores de Jamaica para mí. Su padre, Alejandro, viaja desde el centro del mundo con el cargador de su hija más pequeña, Emilia, para mi criatura.
Ailyn me hace croquetas y me llama siempre.
Víctor me cuida en momentos difíciles, me ama y ama a mi bebé.
Oldivia y mi pequeño amigo Jorgito Martínez, desde Nuevitas (Camagüey) encargan la ropita blanca con la que mi criatura deberá salir del hospital en que nazca.
Silvita Durán y Marilin Chirino me guardan las cositas de sus hijas felices.
Mónica Meluzá está pendiente de cada detalle de mi embarazo.
Otros me escriben o llaman: “Cualquier cosa que necesites, aquí estamos”; más otros mensajes que ustedes pueden leer aquí y en mis redes sociales.
También los hay cercanos que me ignoran y más cercanos que hacen lo que creen poder. Mientras, ustedes me acompañan –a veces me salvan, a veces me condenan– desde esta columna, gestada con mis sororas editoras Milena Recio, a quien me une una amistad universitaria, y Mónica Rivero, nacida como yo un 24 de marzo, pero unos cuantos años después.
Así vamos creciendo –tejiendo– mi bebé y yo, entre una familia numerosa y diversa, rica como mi vida. Entonces pienso en que abuela Cuca sí me enseñó a tejer, aunque yo no sepa nada de estambres e hilos, de agujas y telas.

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