Memorias de América Latina (II)

Los cubanos entran o salen de América Latina en un proceso de apropiación selectiva congruente con valores, creencias y actitudes, y en función de las coyunturas.

Foto; Places.

Los muchachos y muchachas de la generación que en 1975 ingresó a la Escuela de Artes y Letras, convertida poco después en Facultad de Filología por obra y gracia de metodólogos sovietizantes, no tuvieron acceso a la literatura de los escritores latinoamericanos que colisionaron con el gobierno a raíz del llamado caso Padilla, ignorados en los planes de estudio.

Por eso nos pasábamos de mano en mano libros como Pantaleón y las visitadoras (1973), de Mario Vargas Llosa, y la extraordinaria novela de uno de los dos autores cubanos incluidos en el boom: Tres Tristes Tigres (1967), de Guillermo Cabrera Infante, en la que el lenguaje era el verdadero protagonista. La literatura latinoamericana publicada por entonces en la Isla, resumida de alguna manera en la narrativa indigenista del peruano José María Arguedas, no les interesaba mayormente a quienes ya habían optado por el polo urbano en la antinomia Boedo/Florida, planteada una vez por la literatura argentina.

Guillermo Cabrera Infante. Foto: Archivo.

La salida de los 80 y los 90 fueron tiempos de caídas y rearticulaciones en el movimiento popular continental. América Latina no tuvo entonces demasiada incidencia en la cultura cubana, excepto tal vez en cuatro puntos: el discurso oficial, que enfatizaba los callejones sin salida a que conducirían las privatizaciones y recetas fondomonetaristas; el encuentro de Fidel Castro con líderes religiosos brasileños (1991), que junto con la entrevista de Frei Betto (1985), trazó el camino para el reconocimiento de la existencia de discriminaciones políticas hacia los creyentes cubanos; los Festivales del Nuevo Cine Latinoamericano, una verdadera euforia popular desde su fundación hasta hoy, y por supuesto, los premios Casa.

Se sentía entonces como una desconexión, probablemente porque la Isla estaba demasiado concentrada en sí misma luego del golpe y el porrazo del socialismo europeo y la URSS. “¿Socialismo en una sola isla? ¿Por cuánto tiempo?”. Andrés Oppenheimer lanzaba un Premio Pulitzer sobre algo que no fue: La hora final de Castro.  En Cuba se vieron apagones de más de 16 horas diarias. La alimentación resultó severamente afectada en sus niveles de proteínas y carbohidratos. Hubo neuropatía. Colapso del transporte público. Bicicletas chinas en las calles.

Frei Betto. Foto: Archivo.

Por esa época, sin embargo, América Latina tuvo entre los cubanos un nuevo nombre: la Educación Popular, un método democrático y participativo, en sus inicios de fuerte acento brasileño, dirigido a empoderar a los sectores populares mediante el conocimiento y  la crítica de una educación que Paulo Freire denominó “bancaria”, característica del sistema de dominación; protagonizada primero por la Casa de las Américas y, luego, por el Centro Memorial Martín Luther King, Jr., una ONG de inspiración cristiana fundada por un reverendo bautista cubano en 1987.

Ambas le abrieron los brazos de manera sucesiva y trataron de que aquella cosa desconocida, a veces vista con olor a azufre, no se convirtiera en un mero manual de técnicas de trabajo grupal, so pena de mellarle el filo y su condición de agente de cambio social en un país  donde todavía quedaba y queda mucho por hacer en el área de la subjetividad humana y las relaciones entre las personas.

Paulo Freire. Foto; Archivo.

En los 90, en una de sus visitas a la Isla una socióloga cubano-americana constataba una especie de reticencia de los cubanos a verse a sí mismos como latinoamericanos. Se autopercibían distintos, acudían a patrones referenciales propios del Primer Mundo, no del Tercero, y en materia social se consideraban con derechos “naturales” que en ninguna parte lo eran.

Decirles que había apagones en otros países del área, como Dominicana, equivalía a perder el tiempo o a que lo consideraran mero “teque”, expresión que el lenguaje llano emplea para denotar consignas vacías y reiterativas. La brújula se orientó más bien al Norte, que siempre ha estado ahí ejerciendo una poderosa atracción, incluso en épocas de crisis.

Es que los cubanos entran o salen de América Latina en un proceso de apropiación selectiva congruente con valores, creencias y actitudes, y en función de las coyunturas.

De eso, me parece, se trata.

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