Por donde crece Kalunga, el mayor quilombo de Brasil

Brasil es negro, aunque su historia oficial lo niegue con furibunda insistencia. De los 15 millones de africanos arrancados hacia América, el 40% llegó a Brasil.

Madre cargando platos sobre la cabeza y su hija a la cintura. Foto: Nicolás Cabrera.

Nostalgia de tus noches,
fogata que no vi,
Palmares, Estado Negro…
(vivo pensando en ti).
Por menos que cuenta la historia
No te olvido mi pueblo
Si Palmares no vive más
Haremos Palmares de nuevo
“Insônia”, de José Carlos Limeira.

Extraído de “A Geopolítica do Estado e o Território Quilombola no Século XXI” de
Diosmar Marcelino De Santana Filho.

Es fácil escribir la verdad, lo difícil es que lo acepten: Brasil es negro, aunque su historia oficial lo niegue con furibunda insistencia. De los 15 millones de africanos arrancados hacia América, el 40% llegó a Brasil. Hablamos del país continental con mayor número de esclavos y el último en reconocerles legalmente su libertad en 1888. Hoy, tras más de un siglo de “escravocracia” el 60% de la población brasilera se autopercibe negra. Si de clarificar al Brasil de hoy se trata, se impone la necesidad de oscurecer sus narrativas. Y para ennegrecer, nada más oportuno que hablar del mayor quilombo de Brasil: los Kalunga. Es que, entre las llamas amazónicas y la violencia del litoral, parece olvidarse que hay quilombolas resistiendo.

Señor tostando mandioca. Foto: Nicolás Cabrera.

Los Kalungas suman entre cinco mil y ocho mil almas. Se desparraman entre las calles rojas y las casas de adobe que decoran el noreste rural del estado de Goias, entre los municipios de Cavalcante, Terezina y Monte Alegre. En las cartografías Kalunga aquellas fronteras son blancas, por ende, extrañas. Ellos prefieren dividirse por quilombos: Engenho II, Vão de Almas y Vão do Moleque. Aunque todos se congregan en la AQK – Associação Quilombo Kalunga–, cada quilombo cuenta con asociación y autoridades propias. La autonomía también se exige entre pares.

Sionilio preside la asociación Kalunga de Engenho II. Sus palabras tienen la diplomacia de una autoridad y la cadencia de un hombre a cielo abierto: piensa antes de decir. Me cuenta cómo fue el proceso por el que pasaron de un tradicional quilombo agrícola y ganadero a otro basado en el turismo sustentable. De cómo decidieron organizarse para preservar una naturaleza de postal. Mira al piso y enumera avances que llegaron con el dinero del turista y la voluntad de Lula: electricidad, internet, calles arregladas, atención básica, materiales escolares.

Hace una pausa, suspira y cuelo una duda.

Su estampa se me aclara en un lento degrade. La luz de una tarde moribunda ilumina un rostro hasta entonces umbroso por un viejo sombrero de paja y una vista esquiva. Tengo su atención porque le pregunto sobre qué o quiénes le están preocupando:

Nuestro gran problema sigue siendo la regularización de las tierras. Se avanzó mucho pero todavía falta. Acá, en Engenho II, está el riesgo de personas interesadas por explotar las cascadas, la naturaleza y los lugares bonitos que tenemos. Nosotros trabajamos con turismo sustentable, ellos no quieren cuidar la naturaleza. Otro gran riesgo es la construcción de hidroeléctricas como la Central Santa Mónica y varias otras que contaminarían mucho nuestros ríos.

Mirando al horizonte, Sionilio. Foto: Nicolás Cabrera.

El territorio Kalunga cuenta, por ley, con un doble escudo: por un lado, está dentro del Parque Nacional Chapada dos Veadeiros, un área de protección ambiental. Por otro lado, por la fuerza del movimiento negro, desde la constitución de 1988, las comunidades quilombolas “remanescentes” se aseguran el derecho constitucional a la propiedad de las tierras.

Nada de lo legislado parece ser un obstáculo para el actual gobernador de Goias, Ronaldo Ramos Caiado que, como buen descendiente de estirpe aristocrática, ex presidente de la Unión Democrática Ruralista y amigote de Bolsonaro, sólo ve en el actual valor de uso de la tierra quilombola, un futuro valor de cambio a manos del capital.

Joven zarandeando mandioca. Foto: Nicolás Cabrera.

Después de estar una semana entre los quilombos de Engenho II y Vão de Almas, descubrí que la tenacidad con la que los Kalunga se aferran a la vida es cosa seria. Hay muchos partos y pocos entierros. Lo esperable es que, cada familia, tenga de cinco hijos para arriba, sin importar tanto la distinción entre “lo sanguíneo” y lo “adoptivo”. En más de un hogar que visite, mi vicio antropológico por los árboles genealógicos terminaba en confusas enredaderas que frustraba mi curiosidad por el parentesco. El caso de Getulia lo calca a la perfección. Tiene 61 años, crió 17 hijos y estuvo embarazada 9 veces. Pero además es una de las parteras de Engenho II. Cuenta haber “recibido” a más de 40 niños y siempre con el mismo secreto:

–Cuando la madre embarazada viene hacia a mi le pido que me muestre la mano. Si me la muestra con la palma hacia abajo es hombre, si la muestra hacia arriba es mujer
–¿Así nomás? ¿Con eso ya está?
–Las manos hablan, son las mismas manos con la que acariciamos, cosechamos, cocinamos, hablan.

Las manos de Getulia con las vainas de "feijao". Foto: Nicolás Cabrera.
Las manos de Getulia con las vainas de “feijao”. Foto: Nicolás Cabrera.

Los kalunga no sólo son fértiles como la tierra que trabajan, también son longevos como las tradiciones que defienden. Lo aprendo con Leopoldo, el kalunga más antiguo de Engenho II. Lleva una camisa blanca con rayas negras. Las líneas bordadas que cubren su torso se encorvan a medida que se acercan a la cintura. Sobre la pancita apoya un bastón improvisado con el que sostiene 94 primaveras de vida. Leopoldo habla muy bajo, casi para adentro. Me habla de un linaje añoso: su bisabuelo Matheus murió con 125 años, su abuelo Doroteo llegó a los 122 y su padre Merquiades partió con 48, tuvo un accidente. Leopoldo no habla para adentro, susurra con sus ancestros.

Leopoldo iluminado por la luz que entra por la ventana. Foto: Nicolás Cabrera.

Como bien describen varios intelectuales dedicados al tema –Abdias Nascimento, Diosmar Filho, Rita Montezuma, José Maurício Arruti, Alfredo Almeida Wagner y tantos otros más– las historias y realidades de los quilombos no resisten lecturas homogéneas. Como buenos territorios que nacen de y por la tierra, estas comunidades tienen tantas ramificaciones posibles como un árbol bien cuidado. No obstante, siempre hay un tronco profundamente enraizado que los emparenta. Los quilombos nacieron de esclavos fugitivos sublevados contra la explotación y el castigo del diablo blanco, un mal que todavía acecha.

Negros y negras, libres pero pobres, se refugiaron en zonas alejadas de las minas de oro, los ingenios azucareros o las plantaciones de café. Aislarse era sobrevivir. Se cree que los primeros Kalunga escaparon de los trabajos mineros en los estados de Bahia y Goias. Historia similar a la del quilombo más célebre, el de Palmares, en Alagoas, donde nace y muere, decapitado, el mítico líder Zumbi. Inteligente y osado, Zumbi paso de una táctica defensiva a una estrategia ofensiva: él y los suyos hacían de las plantaciones de caña un objetivo, de la sorpresa una oportunidad y de los esclavos liberados un botín. La fecha de su asesinato, 20 de noviembre, es rememorada por el movimiento negro como el “día Nacional de la Conciencia Negra”.

Familia kalunga. Foto: Nicolás Cabrera.

Con el fin de la era colonial, la población rural y negra crece en número e incertidumbre. El estado les responde con negligencia a sus libertades y con abandono a las necesidades. Una de las soluciones que se dan para si los negros y negras en libertad es enquilombarse. En esos quilombos también hay indígenas y blancos pobres pero la densa melanina es la regla. Haciendo lo que saben forjan comunidades de supervivencia. Construyen, cultivan, zarandean, comen, rezan, aman, beben, bailan, cantan, pelean.

Viven.

Los quilombos no son apenas refugios de escondite, tampoco pueden reducirse a enclaves contestatarios, más bien son lugares de (re)encuentro donde “los hijos de Zumbi”, al mismo tiempo que ejercen su derecho a la tierra, se afirman existencialmente desde la más tozuda creatividad.

Niño kalunga. Foto: Nicolás Cabrera.

Los kalunga se definen, en su mayoría, como practicantes católicos. Un catolicismo más popular que institucional pues no está exento de sincretismo y difusas fronteras entre lo sagrado y lo profano. Las fiestas religiosas son, sobre todo, cultos a santos y virgenes –Santo do Moleque, Santo Antonio, São Joao, São Gonzalo, Nossa Senhora Aparecida, Senhora do Rosario, Senhora da Abadia, Boca da Noite–. Cada conmemoración termina como corresponde: banquete, forró y cachaça. No obstante, en los últimos tiempos, tanto en Engenho II como en Vão de Almas, vienen creciendo de manera lenta pero gradual nuevas plegarias, rituales e iglesias: las evangélicas.

El andar de Cesariano quiebra estereotipos. Es bajo para la reputada altura kalunga; es lacio para el frondoso cabello afro; es rengo para la marcha erguida quilombola; y habla de cultos en oposición a misas. Se presenta como lo reconocen: el primer evangélico de Engenho II:

“La fe sin obra muere” dicen las santas escrituras, toda la verdad del mundo está en la biblia. Yo conocí La Palabra y decidí llevarla a mi origen. No fue fácil, pero acá estamos. Durante mucho tiempo a los negros nos fue prohibido la libertad de elegir nuestra religión, hoy tenemos que garantizarnos ese derecho. No me lo pueden prohibir.

El crecimiento de los evangélicos es a fuerza de números, costumbres y “vocación”. En Engenho II, hay una misa católica por mes. El Cura vive en la ciudad de Cavalcante, a 30 kilómetros de sus fieles. Por el contrario, el Pastor evangélico Valdinei, oriundo de la ciudad de Minaçu, a 250 kilómetros del quilombo, se mudó con su familia a Engenho II. Su vivienda y su iglesia “Assambleia de deus” se mezcla entre sus devotos. Triunfa por proximidad y persistencia. Organiza tres cultos semanales: martes, jueves y domingos.

El pastor Valdinei y su esposa. Foto: Nicolás Cabrera.

En Vão de Almas sucede algo similar. No puedo dar con el cura apostólico, sí logro escuchar testimonios evangélicos como el de María. Es bajo su techo de paja donde duermo y sobre su piso empolvado donde entiendo cómo, para las familias kalungas, lo privado siempre es comunitario. Mientras María hierve feijao y arroz su sangre desfila: sus hijos adolescentes, Luciana y Matheus, se uniforman para la escuela. La remera de ella estampa una frase de Paulo Freire; la de él rememora a Nelson Mandela. André y Vinicius, los petisos incansables, corren entre aletazos de gallinas y ronroneos de gatos. Claudio, pareja de Luciana, estornuda rapé ante el tierno susto de su bebé Beatriz. Zirilo, esposo de María, mata la sed manchando un vaso de vidrio con el mismo adobe que hoy envuelve a su estirpe.

Sólo después del torbellino familiar María encuentra la parsimonia para sentarse y comer. Me cuenta que con su fé evangélica está más tranquila y acompañada. Hay cultos los sábados y oraciones los lunes. Y cada jueves hay encuentros familiares: la palabra de Dios circula, de manera rotativa, bajo cada uno de los techos de los creyentes. La redención es a domicilio.

Foto: Nicolás Cabrera.

El quilombo Vão de Almas está a 60 kilómetros de la ciudad de Cavalcante. Para llegar hay que subir una sierra empedrada que exige moto local, camión comunitario o 4×4 contratada. A diferencia de Engenho II que cuenta con un turismo desarrollado producto de majestuosas cascadas, los kalunga de Vão de Almas subsisten de lo que producen. Quien provee a esas familias no es el hombre, es la tierra.

Las casas se levantan con ladrillos de adobe y techo de paja de coqueros. El alimento se calienta en hornos de barro al calor de leña seca y se cocina con aceite de pequi o tingui. Se come lo recogido: arroz, feijão, milho, mandioca, abóbora, banana, cana, amendoim, quiabo, jiló, gergelim, melancia, maxixe. Los telares que decoran las casas son de algodón cosechado. La salud se cuida a base de plantas medicinales y remedios caseros: sucupira alivia dolor de garganta; araça cura malestar de cuerpo; jatobá remedia gastritis; pau brasil calma picaduras; kalunga –planta resistente, sabia y generosa– limpia intestino, corrige diabetes y mata gusanos. Las guardianas de esos secretos ancestrales, trasmitidos oralmente, son las mujeres kalungas, verdaderas prolongaciones de las tierras que habitan.

La reciprocidad no es solo con la tierra y el fuego, también lo es con el agua. La falta de instalaciones adecuadas para llevar agua potable a las casas, lleva a que las mujeres kalunga de Vão de Almas deban caminar todos los días hasta el Rio Almas equilibrando el peso del hogar sobre sus cabezas. Allí sumergidas se dedican a satisfacer lo básico de la buena vida: lavar ropa y utensilios; cuidar pieles y cabellos; probar jabones y aceites; cantar y contar. El río limpia, cura, embellece y une.

Foto: Nicolás Cabrera.

Ese río, donde los kalungas no sólo pasan sino que también se quedan, está amenazado de contaminación irreversible por proyectos hidroeléctricos.

Que las dulces verdades quilombolas no se resequen.

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