Cataluña: de la ruptura, de la ironía

Ilustración: Eduardo Estrada / El País.

Ilustración: Eduardo Estrada / El País.

A estas alturas lo único que parece ser constitucional en Cataluña son los goles de Messi. Irónico. Si algo debió ser declarado ilegal hace muchísimo tiempo son precisamente los excesos de Lionel dentro o fuera del Camp Nou. Y ahí sigue. Mientras, a golpe de Tribunal Constitucional (TC) y de alguna que otra porra (como vimos el pasado domingo, 1-O), España lucha hoy contra el mayor desafío de su historia democrática: la parálisis política del gobierno liderado por Mariano Rajoy. Y la independencia de Cataluña. Por ese orden, y viceversa.

Para entender cómo se ha llegado al borde de la aplicación del artículo 155 de la Constitución española, conviene repasar -al menos- episodios recientes de la historia  catalana. En un artículo publicado la semana pasada, Martín Caparrós sitúo el inicio del cuento sobre el salto definitivo del desafío independentista en 2010. Eso por ponerle una fecha. A estas alturas de la historia –nos dice– “nada comienza, todo en realidad sigue”. Si el cuento tuviera prólogo, podríamos situarlo un poco antes, en 2006. Ese año, con el entusiasta apoyo de Artur Mas -futuro eje de la cruzada independentista-, y con el apoyo de la población catalana (73, 9% de los que votaron), se aprobaba el nuevo Estatuto de Autonomía para Cataluña. Este documento modificaba el pactado en 1979, que había llegado poco tiempo después del arribo de la democracia.

El nuevo Estatut, aprobado por las Cortes Generales de España reconocía a Cataluña como “nación”, aumentaba su autonomía, y le permitió la creación de un Poder Judicial propio. El documento no gustó a los diputados del Partido Popular. Encabezados por Mariano Rajoy, demandaron ante el TC su revisión. Tras cuatro años de análisis el documento vio cortado 14 de sus 223 artículos por ser considerados anticonstitucionales. ¡Play ball!

Lo que viene a continuación son pequeños como monumentales relatos de ruptura que han terminado en esta enorme grieta. La fisura visible por la que ya se han ido de España millones de catalanes. Una fuga para la que el Constitucional español no tiene artículos, porque hay cosas que no caben en el Estado de Derecho. Esas cosas que se curan con políticos y comunicación, no con jueces y cargas policiales. Responsabilizar solamente a la sentencia del TC por lo que sucede hoy en Cataluña sería injusto. No sólo con el Tribunal, sino con el insuperable esfuerzo que han hecho desde Artur Mas hasta Charles Puigmeount como desde Rajoy hasta recientemente Felipe VI, para que este conflicto haya llegado al lugar donde está. Con las instituciones catalanas reducidas a feudos, el Parlament amenazando con una declaración unilateral de independencia (DUI). Millones de ciudadanos silenciosos (los del no independentismo) a punto de ser expulsados de su país. Y lo que podría ser más grave para algunos, con el Barcelona en peligro de salir de la Liga y la incógnita de la Champions.

Aunque al relato independentista le seduzca la idea de culpar a la sentencia del TC, lo cierto es que un año después, la Diada -manifestación y termómetro por excelencia del espíritu independentista en Cataluña- de 2011, apenas superó las 10 000 personas. En 2012, sin embargo, 1,5 millones de catalanes salieron a las calles. ¿Qué había pasado? Mencionemos algunos hechos. Una parte de Cataluña lleva siglos renovando el sentimiento independentista frente a la corona, al Estado Español. Cuestiones históricas, culturales y hasta de idioma lo alimentan. Sin dudas, la sentencia del TC carburó al independentismo, pero no explica por sí sola el salto de 2012.

Como también menciona Caparrós, tras años de crisis económica y social, en medio de una enorme recesión, y asediado por masivas protestas debido a los recortes, el Govern de Artur Mas (CiU) en Cataluña –como el de Rajoy en Madrid– necesitaba un sitio hacia donde enfilar los misiles de la indignación popular. El independentismo y la exportación de responsabilidades se convirtieron en estrategia para hacer caja política. Si España debía mirar a Bruselas y Berlín, Cataluña debía apuntar a Madrid. En 2012, Artur Mas lanza al ruedo la falsa idea de que España robaba sistemáticamente a los catalanes.

Lo que sigue es contabilidad electoral. “En tiempos tan oscuros nacen falsos profetas” –dice Sabina. Diadas millonarias, Declaración de Soberanía y convocatoria a una primera consulta independentista para el 9-N de 2014 con 81% de los que votaron dando el .  Mayoría independentista en el Parlament (72/135 diputados) en 2015. Promesa de un nuevo referéndum, esta vez como paso previo a la declaración de independencia. ¿Y mientras tanto qué hacía el gobierno español? No sólo ante el relato independentista sino ante el de los millones de catalanes que en todo ese tiempo expresaron, un sonoro, no me importa, a todo aquello. ¿Qué hizo incluso con los que en las autonómicas de 2015 derrotaron, no en diputados sino en votos, al mega relato del , de la ruptura?

Lejos de restaurar la racionalidad, de mover nuevos pactos incluyendo un debate sobre la reforma de la anciana Constitución del 78, el gobierno de Rajoy se dedicó a subcontratar sus funciones a terceros. A la Ley, los jueces, la policía, al miedo. Así, hasta el 1-O.

Si algo no ha faltado en todo esto ha sido la ironía.No sólo por la legalidad de los goles de Messi. Impresiona que luego de años de no hacer nada para encaminar el conflicto catalán, Rajoy haya destruido en un día, de golpe y porrazo (nunca mejor dicho), casi toda posibilidad de diálogo. De resolución. Irónico es que tras años de inmovilismo, decidiera evitar el 1-O, el único día que era imposible detenerlo. Irónico es que el que pareciera su mayor gesto político en la gestión de esta crisis dejara centenas de catalanes heridos y nada reparado.  Y encima, que haya facilitado la absolutización de roles. El relato simplista que da hoy al Estado español el rostro de policía represor y al independentismo de víctima apaleada. Alguien debió contarle a Rajoy que las porras son capaces abrir grandes grietas. Nunca de cerrarlas.

Ironía es lo que no ha faltado a todo esto. Guardias nacionales en un viaje de crucero con los Looneys. La Barcelona de Miró y Gaudí custodiada por tractores. Cargas policiales contra ancianos a las que la vicepresidenta Soraya Sáenz llama “respuestas proporcionales”: una interesante fluctuación, si no eufemismo, para lo que en Venezuela ella misma ha llamado represión. Irónico el gesto de previa de la UFC en el rostro de Felipe VI mientras asegura: a los catalanes, estamos con ustedes. “¿Estamos?” Sí, de plural nosotros. La corona, el gobierno. Y los antimotines.

Una semana después del 1-O todo está en el mismo sitio. Con los decretos del TC sucediéndose con la misma frecuencia que la Generalitat los desoye. Y la amenaza de la DUI sobrevolando la sesión del Parlament programada para el próximo martes. Sin saber a dónde irá a parar todo esto. Sin más certezas que el amparo constitucional a los goles de Messi, y la de que, en una hipotética Cataluña independiente habrá lugar para una estatua de Rajoy. Méritos ha hecho para merecerla. A fin de cuentas, al transformar a tantos en víctimas propias, ha relegado a segundas planas las graves culpas de Pujol, Mas, Junqueras o Puigmeount. A fin de cuentas, mientras la bravata independentista continúa, violentando no sólo la legalidad y las instituciones españolas y catalanas, sino la voluntad de millones de españoles dentro y fuera de Cataluña, aún no sabemos cuál es su plan para frenar esta ruptura.

Y la ironía.

Salir de la versión móvil