Donald Trump debe perder, pero ¿y si gana?

Foto: Reuters.

El segundo debate de la campaña electoral presidencial de este año en Estados Unidos, la noche del 9 de octubre, demostró de nuevo –por si fuera necesario– que no se pueden desestimar tan fácilmente las posibilidades de victoria de Donald Trump. En las 24 horas previas, una buena parte de los principales medios estadounidenses dieron por descontado que el magnate neoyorquino no tendría cómo salirse del más reciente escándalo provocado por sus manifestaciones misóginas y sexistas, reveladas en una grabación de 2005, sobre todo por la negativa que produjo entre los políticos y dirigentes tradicionales de su Partido.

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Sin embargo, para la profunda satisfacción de sus seguidores, lejos de amilanarse, Trump se lanzó sobre Hillary Clinton, amenazándola incluso con ponerla en la cárcel si él llegara a la primera magistratura. Aunque la Clinton hizo mejor papel que él en el debate, Trump logró un objetivo importante: parar el desangramiento de su campaña y obligar al Presidente del Comité Nacional del Partido a señalar que se le seguirá respaldando.

Dan Balz, uno de los más avezados y prestigiosos analistas políticos estadounidenses, en su comentario casi inmediato después del debate, publicado en su columna de The Washington Post señaló que una vez más Trump “había llevado la campaña de 2016 a un punto al que nadie hubiera podido imaginarse cuando todo comenzó”.

Efectivamente la elección presidencial de este año en Estados Unidos ha sido excepcional. Han sucedido varios acontecimientos inesperados, pero el más significativo es el sorprendentemente vertiginoso ascenso y la exitosa campaña de Donald Trump por convertirse en el candidato a la Presidencia del Partido Republicano y por alcanzar la Casa Blanca.

Desde que hace más de un año el multimillonario neoyorquino anunció que aspiraría a la nominación. La mayor parte de los observadores pronosticaron su pronto descalabro, entre otras cosas, porque la elite que controla esa agrupación política favorecía otros candidatos que le eran más afines. Todos los que se presentaron fueron no solo derrotados por Trump sino también ridiculizados y atacados de manera despiadada, con un estilo inusual a ese nivel en las campañas presidenciales de la vecina nación.

Ese estilo pendenciero se repitió la noche del domingo 9 de octubre y lo paradójico del caso es que nada parece hundir a este personaje execrable que, con su individualismo exuberante y petulante refleja, en buena medida, lo peor de la cultura económica y política de Estados Unidos.

Un “hombre del sistema”

¿Quién es Donald Trump? Nació en el barrio de clase alta de Jamaica Estates en Queens, uno de los cinco distritos administrativos de la Gran Manzana. Sus abuelos fueron inmigrantes alemanes que se mudaron a Estados Unidos en 1885. Aunque su padre no siempre vivió en Nueva York, para cuando Trump nació, el 14 de junio de 1946, ya era considerado uno de los mayores corredores de bienes y raíces de la gran urbe a orillas del río Hudson. A pesar de no haber sido un buen estudiante, Trump asistió a las mejores escuelas privadas y universidades del este, incluyendo el Wharton School of Business de la Universidad de Pennsylvania.

Tan pronto se graduó en 1968 pasó a trabajar en los negocios de la familia, convirtiéndose tres años después en el Presidente y Principal Consejero Ejecutivo. Sus negocios más importantes están en bienes y raíces, casinos, campos de golf y hoteles, a todos los cuales les pone inmodestamente su nombre, como por ejemplo al hotel que inauguró recientemente en Washington. No se sabe bien cuál es su fortuna actual, que puede oscilar entre 4 y 10 mil millones de dólares. Por tanto, es un claro miembro del 1 por ciento más opulento de la sociedad estadounidense. Por añadidura, es una celebrity o famoso que ha incursionado en el mundo del entretenimiento como promotor de concursos de belleza y principal personaje de un reality show, The Apprentice. Se ha casado tres veces con mujeres que se caracterizan sobre todo por su belleza.

Es, por tanto, un “hombre del sistema” que tanto critica, del cual se ha aprovechado como lo demuestra el hecho de que no pagó impuestos durante una década, escudándose en una de esas trampas que tiene el régimen impositivo estadounidense que tanto aborrecen sus más fanáticos seguidores por favorecer a las personas más acaudaladas, como lo es Trump.

Desde que alcanzó la fama, mostró una gran propensión a la proyección de su ego apelando a un estilo exuberante y provocador. Su principal arma ha sido la de atacar constantemente a sus contrincantes en el plano personal. Estos ataques no respetan límites, incluso han sido contra sus propios compañeros de partido, como fue en el caso de Ted Cruz y sus insultos a su cónyuge. Sus mítines políticos han sido muchas veces interrumpidos por la violencia, estimulada por el propio candidato. Estos sucesos, en vez de debilitarlo, parecen fortalecerlo.

Pero contrario a lo que se pudiera pensar, la candidatura de Donald Trump es el resultado lógico de las líneas políticas que algunos dirigentes republicanos han venido propiciando en los últimos años. Aunque no se cuenta entre los políticos que emergieron del Tea Party o que contaron con su apoyo, no debe haber duda del vínculo entre el personaje y ese movimiento. Recuérdese que este fue el partido que tuvo a Sarah Palin como candidata a la Vicepresidencia en 2008.

Como ha señalado Michael Kazin, un politólogo que ha estudiado los fenómenos de populismo en la historia de Estados Unidos, Trump pertenece francamente a una de las variantes de esa tendencia, la que explota la inseguridad de la clase media de ciudadanos blancos de escasa educación que temen la inmigración, el libre comercio y el papel del gobierno, y consideran que ellos son los verdaderos “americanos”, en una muestra de su nacionalismo ramplón. Para ellos, una combinación de inmigrantes, afroamericanos y blancos liberales les están arrebatando “su excepcional país”. Ahí está la base social fundamental de Trump y la razón por la cual sigue ahí a pesar de haber cometido “todos los errores de librito” (“all the mistakes in the book”).

¿Podría ganar Trump?

En una campaña electoral presidencial norteamericana el péndulo suele moverse en una dirección u otra, y esta no ha sido la excepción. Trump estuvo arriba durante buena parte del mes de septiembre, pero sus números comenzaron a bajar después de su pobre desempeño en el primer debate del 26 de ese mes. Así que no es descartable una recuperación y victoria dentro de cuatro semanas, cuando se celebren las elecciones.

¿En qué se basaría una victoria de Trump?

Primero, en la solidez del apoyo de su base social, con lo cual asegura cerca del 30-40 por ciento del electorado. Dada la dinámica de la campaña, el apoyo a este candidato parece más sólido que el de Hillary Clinton.

Segundo, en que cuenta con los fondos suficientes para mantener la campaña, a lo que suma el apoyo de importantes personajes de Wall Street.

Tercero, en que Hillary Clinton es una candidata con numerosas vulnerabilidades que tiene cotas de desaprobación casi tan altas como las de Trump. Es, además, una política profesional en un año en que eso perjudica.

Cuarto, en que Trump puede aspirar a ganar con bastante seguridad en 23 estados del sur, del oeste y del medio oeste que tradicionalmente votan por el Partido Republicano. Con ello tiene asegurado en este momento, al menos 165 votos de los 275 que necesita.

Quinto, en que al Partido Republicano no le quedará más remedio que apoyarlo, como lo demostró la reciente declaración del Presidente de su Comité Nacional.

No obstante, lo más lógico es que Trump pierda el 8 de noviembre, probablemente porque sus posiciones no son bienvenidas por los sectores ciudadanos de más rápido crecimiento: latinos, afronorteamericanos y mujeres. Tampoco es visto con simpatía por una parte sustancial de la clase dominante y la elite del poder.

Sin embargo, todavía no está claro si Hillary Clinton podrá contar con otro sector que apoyó a Barack Obama en 2008 y en 2012: los jóvenes.

Esta parte del electorado mira su campaña con profundo escepticismo y es muy probable que entre ellos haya mucho abstencionismo, dada la edad de ambos contendientes, los más viejos en aspirar a la Casa Blanca. Esa situación perjudica más a la señora Clinton.

Una victoria de Trump sería una victoria del Partido Republicano en toda la línea. En el Congreso se fortalecerá el dominio de los más conservadores.

El nuevo Primer Mandatario tendría la posibilidad de nominar al sustituto de John Scalia, el más derechista de los jueces de la Corte Suprema hasta su fallecimiento este año. Esto daría a las fuerzas conservadoras la posibilidad de impulsar su agenda basados en su control de las tres ramas del gobierno.

En materia de política económica debe haber pocas dudas de que Trump favorecería al 1 por ciento de los estadounidenses. Seguramente reduciría los impuestos de los miembros de su clase. Se revertirían la mayor parte de los avances alcanzados bajo Obama, los que no son pocos.

Trump trazaría estrategias para reducir los programas sociales tradicionales como la seguridad social, Medicaid y Medicare.

Una vez electo, sus principales contrincantes en el Partido Republicano se le unirán con el fin de obtener concesiones. Paul Ryan y otros dirigentes del Partido tendrán que aceptarlo y trabajar con un hombre a quien no le gustan las discrepancias.

Los instintos ideológicos de Trump tienden hacia posiciones extremas, lo que marcará toda su forma de gobernar. Como durante su campaña ha sido ambiguo sobre las promesas de políticas a seguir, puede moverse en cualquier dirección que le venga bien a sus intereses políticos, incluso hacia una intervención militar a gran escala.

En ese contexto, es muy probable un aumento del gasto militar y que se haga más probable una nueva intervención bélica estadounidense en algún lugar del mundo, debido al nacionalismo del candidato y sus bases.

¿Y con Cuba?

Trump no se ha retractado de ninguno de sus principales planteamientos en política migratoria, por disparatados que parezcan.

Aunque algunas ideas son impracticables, el flamante posible Presidente –que aspirará seguramente a reelegirse– tenderá a implementarlas, lo cual puede poner en duda el mantenimiento de la Ley de Ajuste Cubano, que podría ser una de sus primeras víctimas.

Finalmente, como ya anunció, es muy probable que el proceso de normalización de las relaciones con Cuba se detenga y quizás haya un esfuerzo por revertirlo.

Lo que está claro es que con Trump en la Casa Blanca, los partidarios de una política dura hacia Cuba, que están sobre todo insertados en el Partido Republicano, presionarán a la burocracia del Departamento de Estado, del Tesoro y del Comercio, así como otras instituciones del gobierno, para que apliquen el bloqueo económico, comercial y financiero con todas las de la ley, lo que puede incluso hacer peligrar los viajes y el envío de remesas a Cuba.

Una victoria de Donald Trump es posible. Una administración de Donald Trump sería sumamente perjudicial para Estados Unidos, para el mundo, y para Cuba y los cubanos.

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