Apocalipsis ahora

Lo que dejó el tercer huracán más potente en los Estados Unidos desde que se tienen récords.

Rescatistas buscan sobrevivientes el jueves 11 de octubre de 2018 en la localidad de Mexico Beach, Florida, tras el paso del huracán Michael. (AP Foto/Gerald Herbert)

Rescatistas buscan sobrevivientes el jueves 11 de octubre de 2018 en la localidad de Mexico Beach, Florida, tras el paso del huracán Michael. (AP Foto/Gerald Herbert)

En inglés Florida Panhandle, literalmente “el mango de sartén de la Florida”, designa un brazo de terreno de unos 300 km de largo y 160 de ancho donde la península –en realidad, el estado– se interna, por así decirlo, en territorio del sur de los Estados Unidos continentales. Una metáfora muy gráfica: en efecto, si se mira de izquierda a derecha da la impresión de que a la península se le puede coger por el mango como si se estuviera friendo un huevo o un bistec. Esa lengua de terreno, usualmente marcada en rojo en los mapas, tiene al norte a Alabama y Georgia, y al sur al Golfo de México. También se le conoce como West Florida o Northwest Florida. Según el último Censo (2010) la habitan 1 407 925 personas, o lo que es lo mismo, el 7,5 por ciento de la población del estado.

Como todo, el Panhandle tiene su historia. Al finalizar la Guerra Civil (1861-1865) los vecinos asentados en uno de sus puntos más al sur, entonces llamado Harrison City, se destacaron por trabajar en la construcción de barcos, la pesca, la tala de bosques y el turismo. Pero tiempo después, en 1927, decidieron cambiarle el nombre y bautizarlo como Panama City. Y lo hicieron porque estaba ubicado en una línea de ferrocarril directa entre Chicago y el país centroamericano homónimo. De entonces a la fecha han hecho prácticamente lo mismo, aunque el turismo ha venido ganando bastante espacio en su economía. Y tienen otra peculiaridad: el gobierno federal es allí el mayor empleador debido a la existencia de dos bases militares.

A Mexico Beach, localidad establecida en 1976 dentro de Panama City, su élite corporativo-administrativa lo caracteriza con una expresión de modestia, en realidad un gancho comercial: una “humilde porción del paraíso” debido a su agua y su arena. Su logotipo consiste en dos sillas de playa colocadas frente al mar. “No se necesitan palabras” –dicen en su página web– “para explicar la actitud relajada y tranquila de nuestra comunidad. Mientras caminas por la calle, todos te saludan. Mientras conduces por la calle, todos te saludan”. Una especie de Key West, pero bastante más al norte y menos liberal porque ese mango ha solido mirar más al Sur profundo que a otra cosa –a excepción de Tallahassee, la capital del estado.

Pero los huracanes están cada día más indóciles y la zona ha sido bastante propensa a recibir sus embates. Una lista (parcial) de algunos de los que por allí han pasado así lo sugiere: Eloise (1975), Kate (1985), Erin (1995), Opal (1995), Iván (2004) –este estuvo entre los más dañinos– y Dennis (2005). El 10 de octubre de 2018, sobre la 1:30 de la tarde, el ojo de Michael, la nueva bestia, ingresó por Mexico City al territorio continental con vientos de 250 km/h y olas descomunales. El tercer huracán más potente en los Estados Unidos desde que se tienen récords, un poco por debajo de uno sin nombre que en 1935 se montó en 257 km/h. Fue el responsable de 11 personas muertas tras su paso.

Al día siguiente aquella “humilde porción del paraíso” amaneció luciferina. “Mexico Beach fue aniquilada”, dijo Brock Long, director de FEMA, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias. “Esto es probablemente una zona cero”. Un residente testarudo, de esos que nunca se van cuando se lo mandan, dio su testimonio a un canal de TV: “Los autos comenzaron a flotar, todos los escombros volaban en el aire. Nuestras vidas se han ido. Todas las tiendas, todos los restaurantes, todo. Ya no queda nada más aquí.”

Vagones de trenes fueron sacados de sus carriles como si los hubiera empujado una mano poderosa desde lo más alto del cielo. Un miembro de una unidad de rescate de la Armada, Jason Gunderson, lo dijo en otros términos: “Es muy difícil de explicar. La única forma en que puedo ponerlo, a través de mis ojos, es comparándolo con una zona en guerra de un país del Tercer Mundo”.

Y el escenario no era distinto en Panama City. Un vuelo de drone iluminó una devastación de proporciones épicas en la ciudad, la más grande entre Pensacola y Tallahassee. Hangares y aviones virados al revés. Bosques como quemados por el fuego de San Andrés. Casas atravesadas y/o aplastadas por árboles… “No hay palabras, Panama City ha sido devastada”, dijo una residente de 56 años llorando.

La actitud relajada y tranquila,  el clásico saludo al caminar o manejar por Mexico Beach o Panama City, no están ahí: 90 por ciento en Apocalipsis.

Pero el camino más largo, reza el proverbio chino, se inicia con el primer paso.

Y ya sus habitantes lo están dando.

Salir de la versión móvil