Biden y América Latina: la migración centroamericana

Al cabo de sus cien primeros días, la administración demócrata se encuentra en una encrucijada y emitiendo señales contradictorias sobre qué hacer con la crisis migratoria.

Foto: Time.

I

La vacunación masiva contra la COVID-19 y la recuperación económica han sido, sin dudas, las dos prioridades de los primeros cien días de la administración Biden. Esto significa que América Latina y el Caribe no han formado parte de las urgencias de la Casa Blanca, excepto tal vez en los casos de México y Centroamérica —y esto por razones más endógenas y de seguridad que de política exterior propiamente dichas.

Como se recordará, en octubre de 2019, durante la campaña presidencial de Biden, se dio a conocer un informe, The Biden Plan to Build Security and Prosperity in Partnership with the People of Central America, elaborado por su equipo de asesores con la ayuda de expertos de instituciones binacionales, multilaterales e internacionales de la cooperación estadounidense, tanto pública como privada. 

El Plan empieza reconociendo los desafíos y expectativas que enfrenta su implementación: “Los desafíos que nos aguardan son enormes. Pero como existe voluntad política, no hay razón para que Centroamérica no pueda convertirse en la próxima gran historia de éxito del hemisferio occidental”.

Y sigue: “El hemisferio occidental tiene el potencial de ser seguro, democrático y próspero, desde el norte de Canadá hasta el extremo sur de Chile. Para lograr este objetivo lo fundamental es garantizar que las naciones de América Central —especialmente El Salvador, Guatemala y Honduras, países del Triángulo Norte— sean sólidas, seguras y capaces de ofrecer oportunidades de futuro para su propia gente”.  

Propone entonces, alas, una solución tipo Alianza para el Progreso: otorgar un financiamiento de 4 000 millones de dólares para la región, junto con inversión corporativa extranjera, a cambio entre otras cosas de reformas de libre mercado.

Foto: USA Today.

Los referentes del documento son el aumento de la pobreza extrema y el desempleo, el descontento social, la polarización política y la crisis de la democracia en la subregión. Asimismo, las debilidades estructurales institucionales sacadas a flote por la pandemia de la COVID-19, la corrupción político-corporativa y las disfuncionalidades en salud, educación y otros servicios públicos. Por último, pero no menos importante, la afectación a la vida causada por sucesivos huracanes y la violencia acumulada.

Esas son las preocupaciones fundamentales del equipo Biden. Se trata, en breve, de los obturadores de la emigración hacia el Norte.

II

La llegada al poder de la nueva administración fue percibida en Centroamérica de una manera muy distinta a la de Trump. “Si la gente cree que el gobierno de los Estados Unidos se está volviendo más liberal en materia de inmigración, es posible que veamos una nueva ola de personas […] que intenten ingresar a los Estados Unidos”, pronosticó desde temprano Stephen Yale-Loehr, profesor de Derecho de inmigración en Cornell University.

El 20 de febrero, el mismo día de asumir el cargo, Biden firmó cuatro órdenes ejecutivas sobre inmigración dirigidas a remediar la “falla moral” de las políticas de Trump:

Foto: Vox.

Lo cierto es que, vista desde el Sur, toda esta movida de péndulo respecto a la política precedente condujo a un aumento del número de migrantes centroamericanos tratando de alcanzar la frontera. Entrevistada por la cadena Fox, en marzo pasado la exembajadora en México y entonces coordinadora de la Frontera Sur, Roberta Jacobson, dijo: “Hemos visto oleadas antes. Las oleadas tienden a responder a la esperanza y había una esperanza significativa de una política más humana. Después de cuatro años de, ya sabes, una demanda reprimida. Así que no sé si le llamaría a eso una coincidencia, pero ciertamente creo que la idea de que se implementaría una política más humana puede haber llevado a la gente a tomar esa decisión” [la de emigrar hacia Estados Unidos, A.P.].

III

En definitiva, la inmensa mayoría de esos inmigrantes acabarían siendo deportados, pero había otro problema: los niños. El ingreso a Estados Unidos de niños solos colocó a Biden en una situación particularmente incómoda, al punto de declarar en una entrevista con ABC News: “Puedo decir con bastante claridad: no vengan”. Pero fue en vano, como suele suceder en estos casos. La cantidad de niños no acompañados, mayormente centroamericanos, que llegaban a la frontera entre Estados Unidos y México fue aumentando semana tras semana con cantidades crecientes en estaciones de la Patrulla Fronteriza en espera de ser llevados a refugios federales.

En el propio mes de marzo la Patrulla Fronteriza encontró por esos caminos de Dios a 18 663 niños solos, cifra muy por encima de las máximas anteriores: 11 475 (mayo de 2019) y 10 620 (junio de 2014).  Ese incremento, como es natural, no podía sino someter a muchísimas tensiones las instalaciones de detención fronterizas, que como se conoce, no pueden retener a las personas durante más de tres días —aunque, de hecho, a menudo lo hagan. Un problema para una administración ya entonces criticada y bombardeada desde distintos frentes del espectro por no saber manejar una (nueva) crisis y por ser la responsable de la misma al recibir con los brazos abiertos a menores de edad no acompañados.

Al final de día, ante esa nueva avalancha la administración Biden tuvo que recurrir al mismo mecanismo de Trump: bloquear la salida de los emigrantes centroamericanos utilizando a los ejércitos regionales. Funcionarios de la administración declararon en abril que, además de México, habían llegado a acuerdos con Guatemala y Honduras a fin de utilizar sus respectivos ejércitos como muros de contención. Como resultado, México mantendrá unas 10 000 tropas en su frontera sur y hasta 9 000 en la norte. Guatemala añadió 1 500 tropas a lo largo de su frontera con Honduras y varios puestos de control. Honduras puso 7 000 policías y tropas a lo largo de la frontera con Guatemala. 

Foto: Al Jazeera.

Al anunciar los acuerdos, la secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, dijo que el objetivo de la administración era “complicar el viaje y el cruce de la frontera”. Pero el aumento del uso de soldados para detener la migración generaría inevitablemente reacciones adversas entre activistas de derechos humanos y defensores de los inmigrantes, que señalaron casos anteriores de abusos, corrupción, falta de responsabilidad y aumento de la militarización.

En materia de migración centroamericana, al cumplir sus primeros cien días la administración Biden tiene, como mínimo, dos asignaturas pendientes:

Al cabo de sus cien primeros días, la administración Biden se encuentra en una encrucijada y emitiendo señales contradictorias sobre qué hacer. Por una parte, sigue apelando a su discurso inicial de eximir a los niños de la deportación; es decir, no expulsarlos y entregarlos a patrocinadores en Estados Unidos, generalmente padres o parientes cercanos mientras se les permite continuar con sus casos en tribunales de inmigración. Pero, por otra, se ha endurecido la retórica. El secretario de Salud, Xavier Becerra, le acaba de declarar a la cadena Univisión que la permanencia de los niños en territorio estadounidense no estaba garantizada y que, por consiguiente, podían ser deportados. Un verdadero turning point:  “No todos los niños van a poder quedarse”, dijo.  

Menores que crucen solos la frontera podrán ser deportados | Noticias Telemundo

Según el sitio FiveThirtyEight, al cabo de los cien primeros días el índice de aprobación promedio de Biden es del 54% , más alto que el de Trump (42%) en el mismo lapso. 

Lo apoyan ampliamente en lucha contra el coronavirus, vacunas, asistencia económica, programas de ayuda federal e infraestructura, entre otros indicadores. Pero tiene un talón de Aquiles. De acuerdo con otra encuesta, esta vez de la Universidad de Quinnipiac, solo el 29% de los estadounidenses aprobaron el trabajo que el presidente estaba haciendo en la frontera sur. El 55% le puso la clásica seña romana: el pulgar hacia abajo. Casi dos tercios de los independientes lo desaprobaron. Los demócratas lo aprobaron por un margen de 58% vs. 21%. Y como era de esperarse, casi 9 de cada 10 republicanos lo repudiaron. 

Una encuesta de Pew Research Center lo acaba de ratificar: Biden tiene calificaciones negativas debido al manejo de la situación en la frontera, esa que la administración se niega a reconocer como una crisis. Alrededor de dos tercios de los encuestados (68%) perciben que está haciendo un trabajo “muy malo” o “algo malo” al lidiar con el problema de quienes buscan asilo. 

Sobre esos indicadores negativos se montarán, probablemente, las propuestas federales inmediatas sobre el tema, pero el Congreso es el que tendrá la última palabra a la hora de deshacer un (viejo) entuerto llamado inmigración.

 

 

 

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