Del abrazo al tajazo: viajes de EEUU a Cuba (I)

El 16 de junio de 2017, en un memo presidencial firmado en Miami, Trump había establecido que se terminarían “los viajes individuales autodirigidos permitidos por la administración Obama”.

Turistas caminan este miércoles por una de las calles de La Habana. Foto: Yander Zamora / EFE.

En su proceso de interacción y engagement con Cuba, la administración Obama fue modificando progresivamente las regulaciones del Cuban Assets Control (CACR) a partir de sus propios objetivos: “involucrarse con y empoderar al pueblo cubano”, e “incrementar los contactos para apoyar a la sociedad civil cubana” eran dos de sus expresiones clave.

Lo hicieron varias veces desde 2009. La última fue el 15 de marzo de 2016, poco antes de la visita del presidente Obama a la Isla. La Office of Foreign Assets Control (OFAC) y el Department of Commerce Bureau of Industry and Security (BIS) anunciaron varias “enmiendas significativas” al CACR, una de ellas permitir “viajes personales no turísticos”, movida destinada a despejarle el camino a los vuelos comerciales, que ya se habían anunciado en enero.

Ir a la Isla resultaría desde entonces más simple: ya no habría que hacerlo necesariamente en grupos o paquetes, sino mediante la base individual –la autocertificación–, variante que algunos bautizaron como el face-to-face. Solo había que llenar una planilla declarando el propósito educacional para viajar a Cuba. De hecho, con los vuelos regulares directos pudo reservarse un pasaje a Cuba online, como mismo se hace para viajar a Buenos Aires, París, Moscú o Burundi. En febrero de 2016 ambos gobiernos firmaron un memorando de entendimiento para restablecerlos a partir de lo esbozado en la tercera ronda de conversaciones en Washington DC (14-16 de diciembre de 2015).

Se establecieron en principio 110 incursiones diarias de líneas aéreas estadounidenses a Cuba, conectadas con los aereopuertos internacionales de La Habana, Camagüey, Cayo Coco, Cayo Largo, Cienfuegos, Holguín y Manzanillo, entre otros. Una medida adicional del ejecutivo saliente para tratar de cementar su política antes de concluir su segundo y último término involucrando a este sector de la economía, sin dudas uno de los más dinámicos y con buena capacidad de lobby.

No mucho después del anuncio de los primeros cambios en la política, en 2009, varias compañías habían intentado el renganche con la Isla por la por vía marítima, la del principio de los tiempos, esa que había relacionado a Boston con el puerto de La Habana antes y después de la independencia de las Trece Colonias.

El “camino de azul y espuma blanca”, había sido interrumpido a principios de los años 60 con algunas pocas excepciones. Una, el Daphne, “el crucero del jazz” que en 1977 trasladó al maestro Dizzy Gillespie a La Habana desde Nueva Orleáns. Otra, los buques con alimentos comprados en cash después del año 2000, además de uno con estudiantes de la Universidad de Pittsburgh.

Pero la negativa oficial fue entonces rotunda: “Las licencias otorgadas por OFAC para los intercambios pueblo-a-pueblo no autorizan viajes hacia y desde Cuba a bordo de una embarcación, incluidos los cruceros”, declaró a la prensa un funcionario del Departamento de Estado. Negativa que no aprobó la prensa liberal al razonar del siguiente modo: si el objetivo era tener/mantener líneas de comunicación directa con la sociedad civil cubana, resultaba cuando menos poco consistente no autorizar los viajes por mar. Pedían, obviamente, un cambio.

Ese cambio llegó, finalmente, el 2 de mayo de 2016 con la llegada a La Habana del crucero Adonia, de la compañía Fathom, filial de la poderosísima Carnival, procedente del puerto de Miami con unas setecientas personas a bordo, casi una veintena de ellas cubano-americanos. (“Haga historia, haga un crucero a Cuba, sea uno de los primeros estadounidenses en navegar a Cuba en más de cincuenta años” fue la apelación). Pero no sin tensiones previas, la principal determinada por una regulación que prohibía el ingreso de cubanos a la Isla por vía marítima. Al principio, la compañía empezó a vender pasajes solamente a estadounidenses, pero dos cubano-americanos se montaron en un curso de acción para desafiar la movida en una corte federal a partir de leyes sobre discriminación.

Los ejecutivos de la firma anunciaron que la nave postergaría su salida de no haber un cambio, evidentemente a la espera de una definición por parte del gobierno cubano. “Es una restricción que los cubanos no pueden llegar ni salir en barcos, pero sí por avión. Esta es una preocupación general de la industria de cruceros”, declaró a BBC Mundo Roger Frizzell, portavoz de Fathom.

Un mes después de firmados los contratos, el 22 de abril de 2016 una nota oficial del gobierno de Raúl Castro puso fin al problema al autorizar, entre otras cosas, “la entrada y salida de ciudadanos cubanos, con independencia de su condición migratoria, en calidad de pasajeros […] en cruceros”. Y consignó, además: “las acciones terroristas contra Cuba […] dieron origen a la regulación que estableció que los ciudadanos cubanos residentes en el exterior debían entrar a nuestro país por vía aérea, adoptada por la necesidad de prevenir la utilización de embarcaciones para la realización de estos actos, de los que Cuba ha sido víctima en numerosas ocasiones desde el triunfo de la Revolución en 1959”.

En diciembre de 2016, antes de entregar el mando, la administración Obama autorizó a las compañías de cruceros Royal Caribbean, Pearl Seas Cruises y Norwegian Cruise Line Holdings Ltd. a efectuar operaciones.

El resultado de todo ese movimiento no se hizo esperar. Las cifras de viajeros estadounidenses fueron aumentando de manera significativa. Excluyendo a los cubano-americanos –libres como el viento por esas mismas políticas de Obama–, en 2016 fueron a Cuba 284 937 estadounidenses, esto es, el equivalente al 7% de los visitantes que llegaron ese año: 4,1 millones.

Foto: Ismael Francisco / AP.

Entre enero y mayo de 2017, 284 565 viajaron a la Isla, lo cual prácticamente igualaba la cantidad de los que habían arribado durante el año anterior. Se está en presencia, como se sabe, de un tipo de turista con peculiaridades económicas que lo diferencian de otros y ávido de tocar con sus propias manos la isla prohibida. Y también fan del ron Havana Club, de los mojitos de la Bodeguita del Medio, de los tabacos Cohiba y de ciertas narrativas sobre Cuba y su cultura instaladas en el imaginario popular durante muchísimo tiempo.

Pero la administración Trump se movería por otras tesituras. Después de un tiempo de espera, el 16 de junio de 2017 se anunciarían, al fin, los cambios largamente esperados en un memo presidencial firmado en Miami (NSPM) en presencia del exilio histórico. Su primer objetivo se dirigió a identificar entidades bajo el control de los militares cubanos, o que actuaran a favor de estos, para cortarles el flujo de dinero proveniente del turismo. El segundo, el anuncio de que en los viajes hacia Cuba se pondría fin a la variante individual. Según el documento, la nueva política aumentaba las restricciones de viaje para hacer cumplir mejor la prohibición legal del turismo de Estados Unidos a Cuba. Entre otros cambios, los viajes con fines educativos no académicos se limitarían a los viajes en grupo. Se prohibirían los viajes individuales autodirigidos permitidos por la administración Obama. Los cubano-americanos podrían continuar visitando a su familia en Cuba y enviarle remesas.

El 16J de Trump con Cuba

Después, el 20 de octubre de 2017 en el Federal Register se le dio cuerpo a la idea:

(i) Las regulaciones enmendadas requerirán que los viajes educativos sean con propósitos educativos legítimos. Excepto los viajes educativos que fueron permitidos por la regulación vigente el 27 de enero de 2011, todos los viajes educativos se realizarán bajo los auspicios de una organización sujeta a la jurisdicción de los Estados Unidos, y todos los viajeros deberán estar acompañados por un representante del patrocinador.

(ii) Las regulaciones deberán además exigirles a quienes viajen con los fines permisibles de educación no académica o que brinden apoyo al pueblo cubano:

(A) participar en un calendario de actividades a tiempo completo que mejoran el contacto con el pueblo cubano, apoyan a la sociedad civil en Cuba o promueven la independencia del pueblo cubano de las autoridades cubanas; y

(B) interactuar significativamente con individuos en Cuba.

La OFAC, en efecto, revisó sus regulaciones sobre viajes educativos para exigir que los viajes educativos grupales de “persona a persona” a Cuba fueran: (i) realizados bajo los auspicios de una organización sujeta a la jurisdicción de Estados Unidos; y (ii) realizados de manera que los viajeros estén acompañados por una persona sujeta a la jurisdicción de Estados Unidos.

Finalmente, el 3 de junio pasado la misma OFAC anunció modificaciones en la capacidad de los estadounidenses de viajar a Cuba.

 

Continuará…

 

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