Elecciones en Estados Unidos: La flecha al aire

¿Se equilibrarán los factores del país o quedará el Congreso, como el país, partido en dos con una Cámara azul y un Senado rojo?

Foto: Pxhere

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En una coyuntura de antemano tensa, marcada ahora por sucesos al rojo vivo como los paquetes-bomba enviados por un trumpista a varios prominentes demócratas, el asesinato de ocho personas en una sinagoga de Pittsburgh y de dos mujeres a manos de un misógino en un estudio yoga de Tallahassee, los estadounidenses se aprestan a las elecciones de medio término, recién calificadas como “las más importantes de nuestras vidas”.

Aunque es tradición el hecho de que desde la posguerra el partido del presidente suele perder en estos eventos, esto no tiene que ocurrirr de manera fatal e inexorable. Obviamente, una de las claves que define el comportamiento de este tipo de comicios es  el nivel  de la participación. De acuerdo con la firma Catalist, esta vez 28 millones de personas han votado de manera anticipada, 10 millones más que en 2014.

Pero en medios términos se sale a votar menos que en presidenciales. Por eso el cineasta y activista Michael Moore ha instado a los abstencionistas –mayoritariamente inscritos como demócratas o independientes, en especial jóvenes– a romper con su condición de tales: “ustedes son el partido político más grande del país” –les dijo en The Last Word, el programa de Lawrence O’ Donnell trasmitido por MSNBC. “Ustedes tienen el poder en estas elecciones”. Y no es un dato de poca monta: se trata de unos 120 millones de votos que podrían hacer la diferencia.

Una de las fortalezas demócratas consiste en la impopularidad del presidente Trump, con la (buena) noticia de que arrastra a su partido. Sus índices de aceptación, en efecto, han marcado valores bastante por debajo de la línea de flotación prácticamente desde que asumió el cargo –aunque con algunos repuntes parciales. Más allá de lo que ocurre entre sus bases, esas que como se sabe sancionan y santifican cualquier cosa que haga o proponga. Por eso una vez pudo decir en medio de las sonrisas cómplices, el asombro o el estupor: “podría pararme en medio de la Quinta Avenida [de Nueva York], dispararle a alguien, y no perdería votantes”.

Se trata también de un Presidente rodeado por esa “nube rusa”, investigada por un equipo del Departamento de Justicia y el jefe Robert Mueller, confirmado una vez por el Senado como director del FBI de manera unánime (98-0). Su saldo (provisional) arroja, a lo interno, dos ex ejecutivos de campaña juzgados y condenados (Georges Papadopoulos y Paul Manafort), un ex asesor de seguridad nacional a punto de caramelo (Mike Flynn) y un ex abogado personal (Michael Cohen), su antiguo fixer, caído en esas redes y hablando hasta por los codos contra el ocupante de la Oficina Oval.

Lo anterior, sin embargo, carece de importancia sustantiva al otro lado del pasillo, aun cuando se puedan haber producido ciertos desprendimientos y decepciones. Toda pesquisa en esos predios se percibe, inevitablemente, como una conspiración de la izquierda y de fuerzas tenebrosas para afectar la imagen del presidente y sacarlo de oficio, a pesar de su buen trabajo al frente del país.

No hay que llamarse a engaño. A favor de los republicanos operan tres datos poderosos en una cultura donde el bolsillo y el consumo funcionan como en ninguna otra: la salud de la economía (un crecimiento del 4,2 por ciento en este verano), una tasa de desempleo de 3,7 por ciento (la más baja desde 1969) y salarios en alza.

Aun así, hay estrategas demócratas apostando pronósticos que quedarán en suspenso hasta el día después: “estamos –dice uno– en el principio de un Presidente que va a ser repudiado, independientemente de una economía nominalmente fuerte”. Una gran ola o tsunami azul es otra de esas aserciones que tendrá que ser validada en la dura prueba de las urnas.

Y last but not least, el presidente Trump en persona se ha encargado de reactivar los mecanismos psicológicos y políticos de hace dos años. Para decirlo en códigos de una conocida película cubana: los mismos gestos, las mismas palabras. Y ningún tema tan propicio como la inmigración, esta vez a propósito de una caravana centroamericana en tránsito hacia la frontera sur.

La satanización y el miedo le funcionan como anillo al dedo entre sus huestes, que le han comprado el ticket de responsabilizar del hecho al multimillonario Georges Soros y a los demócratas, así como de sostener que está llena de violadores, delincuentes e incluso terroristas del Medio Oriente (demasiada ira en el ambiente). En eso consiste, entre otras cosas, hacer grande a América otra vez. La seguridad constituye uno de los componentes de esa ecuación, que hoy se expresa en el anuncio de enviar 15,000 efectivos militares a la frontera para lidiar con el problema.

En materia de encuestas, estas favorecen genéricamente a los demócratas con una diferencia de 8 a 9 puntos a nivel nacional (49,4% vs. 41,9%). Una medición de Washington Post/ Schar School, aplicada entre votantes de 69 distritos en disputa, arroja que el 50% apoya a candidatos demócratas y 46% a republicanos, un cambio dramático respecto a 2016, cuando ganaron los últimos por una diferencia de 15 puntos.

Pero no es coser y cantar. En la Florida, ese importantísimo swing state y uno de los territorios definitivos para medir al presidente y sus políticas, a los dos contendientes al Senado –Bill Nelson (D) y Rick Scott (R)– los separa una línea lo suficientemente delgada como para no poder marcar un resultado claro y distinto (49 vs. 47). Algo similar ocurre con la carrera para gobernador entre Andrew Gillium (D) y Ron DeSantis (49 vs. 48 en una encuesta de CNN, y 48 vs. 46 en otra de Trafalgar Group). De ganar Gillium, habrá hecho historia. Sería el primer demócrata en ocupar el cargo desde Buddy McKay (1998-1999). Y el primer afro-americano en llegar ahí.

En el Senado hay 35 asientos en disputa, diez correspondientes a estados en los que Trump se impuso hace dos años por márgenes bastante amplios. Este no parece ser el plato fuerte de los demócratas: se considera al menos improbable que puedan obtener los dos que necesitan para alzarse con la mayoría. (Algunos análisis apuestan a que los republicanos consolidarán su mayoría ganando entre dos y cuatro asientos más). Así y todo cuentan, entre otras cosas, con votantes desencantados de las políticas ejecutivas, en especial los de cuello azul, en sitios como el Rust Belt y en temas como el cuidado de salud.

Pero encuestas de última hora de ABC News / The Washington Post y NBC News / The Wall Street Journal los muestran delante en la Cámara. La ventaja probablemente se traduzca en llevarse el gato al agua con los 23 escaños necesarios para ganar el control, pero no necesariamente lo suficiente como para obtener una mayoría sólida. Ayer domingo Battleground Tracker, de CBS News, les otorgaba 225 escaños y 210 a los republicanos, aunque con un margen de error de más o menos 13 asientos.

Dos preguntas se imponen. ¿Rechazarán los estadounidenses a un Presidente que los ha sacudido y zarandeado?¿O quedará el Congreso, como el país, partido en dos con una Cámara azul y un Senado rojo? Un titular del New York Times lo resume de manera insuperable: “Si está seguro de lo que va a pasar el martes, usted está equivocado”.

La flecha ya está en el aire. Entonces mañana martes se rompe el corojo.

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