La obsesión de Trump por China

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su encuentro con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en un desayuno de trabajo, este 11 de julio de 2018 en Bruselas. Foto: Pablo Martinez Monsivais / AP.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su encuentro con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en un desayuno de trabajo, este 11 de julio de 2018 en Bruselas. Foto: Pablo Martinez Monsivais / AP.

Este lunes Donald Trump anunció nuevos aranceles valuados en unos 200 mil millones de dólares para productos chinos. Beijing prometió represalias. Entre los dos gigantes del planeta hay una verdadera guerra comercial.

La medida de la Casa Blanca consiste en un arancel del 10% a una lista de 5.745 productos chinos que entrará en vigor el 24 de Septiembre y que subirá al 25% si China no cambia su política, advirtieron en Washington.

China, por su parte, respondió arancelando productos estadounidenses por un valor de 60 mil millones de dólares.

Para Trump, según twitteó, las represalias de Pekín ante las alzas de aranceles en Washington no son una medida económica sino política para influir en la elección legislativa de medio término en Estados Unidos el año próximo: “si China adopta represalias sobre nuestros agricultores y nuestras industrias, pondremos inmediatamente en marcha la fase tres, que implica sanciones adicionales sobre otros 267.000 millones de dólares en importaciones”

Del socialismo al mercado

Durante la campaña presidencial, “China” fue una de las palabras más pronunciadas por Trump. Su obsesión tiene una razón esencial y es que China es el país con el que el déficit comercial de los Estados Unidos es más alto: 523,7 mil millones de dólares en importaciones contra solo 188 mil millones de exportaciones en 2017.

La irrupción de China en el comercio internacional ha cambiado completamente la situación del capitalismo. Los economistas han tardado en reconocer la importancia de este trastorno. Uno de ellos, Michel Aglietta, recordó en la revista The World Economy 2019: “Dos mil millones de personas que no estaban en la división internacional del trabajo han entrado”. ¿Quiénes salieron?

Casi no hay alzas de precios ni de salarios en los países desarrollados. Al contrario, hasta ha habido deflación. Desde la entrada de China en la OMC en 2011, los precios en los países desarrollados han sido influenciados por los de los productos chinos. Cada vez más fábricas se van a donde los salarios son más bajos: los países emergentes como China, pero también India, Indonesia o Vietnam.

Eso hizo estancar el poder adquisitivo de la clase media mientras el del gran capital se expandió. Esto, junto a otros factores como la Crisis inmobiliaria-financiera de 2008, ha llevado a una explosión de desigualdades en donde el Estado de Bienestar había hecho bien su trabajo. Los nuevos desempleados fueron votantes en masa de Donald Trump.

La apuesta de China y el miedo de EEUU

En 2015 Pekín presentó el plan “Hecho en China 2025”, con el que el gobierno chino tenía la ambición de afirmarse como una gran potencia mundial en diez sectores del futuro, incluidos el aeroespacio, nuevos materiales, robots, microprocesadores, etc.

Para los Estados Unidos, fue el inicio de una pesadilla. Como explica el especialista Sébastien Jean al sitio francés de Slate: “el vertiginoso desarrollo de la economía china amenaza la posición dominante de los Estados Unidos incluso en los sectores de alta tecnología que impulsaron el crecimiento de ayer y que aseguraban el poder del mañana”.

En mayo, Donald Trump parecía querer una tregua, pero en junio anunció la imposición de aranceles adicionales del 25% sobre $ 50 mil millones de productos chinos, 34 mil millones desde el comienzo de julio, luego 16 mil millones en agosto. Ahora anunció su plan para agregar 200 mil millones.

El 12 de septiembre, el Secretario del Tesoro de EE. UU. había propuesto al gobierno chino reanudar las negociaciones comerciales sugiriendo que Estados Unidos podría abandonar sus últimas amenazas. China accedió a dialogar pero no a cambiar. Pekín no quiere bajar la tensión porque presiente que en el largo plazo ganará la contienda. Trump, con una base electoral perjudicada por la deslocalización de las fábricas, tampoco puede bajarse del ring. Entonces seguirá la pelea.

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