Las lecciones de la actual situación política en Estados Unidos

¿Qué componentes han provocado la crisis en la que se encuentra Estados Unidos hoy?

Un seguidor del presidente Trump ondea una bandera frente a un grupo de seguidores de Joe Biden en el exterior de un centro de escrutinio electoral en Filadelfia. Foto: Mario Cruz / EFE

La crisis política en los Estados Unidos de Norteamérica se agudiza de formas a las que no estamos acostumbrados. Ni las luchas por los derechos civiles en los años 60 del pasado siglo, ni por el voto femenino décadas antes, ni la guerra en Vietnam, ni el impeachment al presidente Nixon, ni el asesinato del presidente Kennedy, las dos guerras mundiales, el macartismo o la Gran Depresión han colocado al país en una encrucijada como la actual.

Las elecciones de 2020 han puesto al desnudo todos los componentes y fuerzas que provocan la crisis, que parece agudizarse con cada día que pase sin que se decida legalmente cuál fue el ganador de los comicios.

Como lo veo, Trump es el líder visible de las fuerzas que en ese país se dieron cuenta de que EE.UU.:

Este grupo de fuerzas lo encabeza el capital, que salió perjudicado de todo lo anterior. Pero a Trump lo apoya políticamente buena parte de la clase obrera industrial y parte de la llamada clase media baja estadounidense, que quedó desempleada o en empleos peor remunerados.

Esa clase obrera ve como enemigos a los inmigrantes: consideran que “les roban sus empleos”, a lo que se suma la agitación ideológica, que los pinta como asesinos, delincuentes, etc.

La clase obrera está integrada por personas de todos los colores, pero es mayoritariamente blanca, con antecedentes anclados en los estados esclavistas. Grupos de ellos ven a las personas afrodescendientes y las libertades que han conquistado como parte de sus males. Están organizados en sus localidades, en grupos de fanáticos a la ideología supremacista, fuertemente armados.

Partidarios del Presidente Donald Trump protestan fuera del State Farm Arena mientras se contaban votos en el interior en Atlanta, Georgia. Foto: Magan Varner / AFP

El triunfo de Trump se basa en la manipulación política de todo esto. Está fundamentado en las realidades económicas objetivas explicadas y en las realidades políticas que generó la presidencia de Obama por ocho años, lo que viene a ser el colmo para este sector de la población: “Un negro presidente; la unión del mal en una sola persona”.

La presidencia de Trump ha desmontado buena parte de lo hecho por Obama; de ahí la consolidación del apoyo incondicional del sector que lo llevó a la presidencia.

Sus propuestas han incluido:

Todo esto, además, con el objetivo de incrementar la población carcelaria, cuya tasa es la mayor del mundo. Esta deviene fuente de mano de obra barata, una especie de esclavitud solapada para la industria nacional y como forma de contrarrestar y silenciar la lucha de esos sectores por su emancipación.

Lo anterior trae como resultado:

Por primera vez en la historia de los EE.UU., hasta donde puedo ver, se ha creado la posibilidad de que un gobierno fascista tome el poder, sea por vías legales o cruentas. Como muchos analistas han evidenciado, Trump cuenta con una base política fuertemente armada, que podría secundarlo en ese propósito. Para ellos, implicaría ser congruentes con el objetivo de lograr “una América grande” otra vez.

Si Trump pierde la reelección, deja huérfanos a los pupilos de la violencia política

La apuesta del “poder real” por Trump, hace cuatro años, fue realmente arriesgada, como la vida probó. Se trata de un magnate fallido, entrenado manipulador carismático, que podría haber sacado a la economía estadounidense del marasmo en que se encuentra, para beneficio de los negocios y el capital del país, priorizando la industria e inversiones internas y satanizando a los principales competidores extranjeros, China en primer lugar. Evidentemente no resultó. Parece que va a dejar la situación peor que como la encontró.

Es un error acudir a un capitalista cuando lo que siempre ha funcionado es poner a un miembro de lo que algunos llaman eufemísticamente “clase política”. Léase: un político de carrera, cuyo trabajo, como buen empleado del capital, es administrar el país de forma que funcione lo mejor posible para garantizar mejores beneficios a este.

Proximidades de la Casa Blanca. Foto: Hannah McKay / Reuters.

Las fuerzas de izquierda

En la fotografía política de EE.UU. que he presentado faltan las fuerzas de izquierda. Muchos se preguntan si existen, pues consideran que el macartismo “limpió la casa” de toda izquierda. Para la derecha, sí existen, pues tienen que combatir contra ellas permanentemente.

Acusar a Obama y Biden de socialistas e incluso de comunistas no implica una falta objetiva de visión de esa derecha, pues hay que diferenciar entre retórica política y convicciones políticas. Pero sí están conscientes de que, dentro del Partido Demócrata (PD), ha venido gestándose un movimiento genuinamente de izquierda, que tiene raíces en la primera mitad del siglo pasado, pero que sigue redondeándose en el presente. Ha tenido una especie de líder visible en el senador Bernie Sanders, político “independiente”, pero efectivamente dentro del PD, por el que en dos ocasiones ha competido por la nominación presidencial.

Hay que estudiar hasta dónde el PD ha podido capitalizar al resto de los movimientos sociales de izquierda que han surgido en el país: algunos espontáneos, como el de “Ocupar Wall Street”, otros históricos, como el movimiento por los derechos de las personas afrodescendientes, y los inmigrantes, sobre todo latinos, que son explotados por su condición de seudo o total ilegalidad, pobre dominio del idioma o simplemente por ser considerados la causa del desempleo entre los blancos.

La palabra socialismo ya no es posible tomarla como espantapájaros anticomunista para captar adeptos políticos, aunque todavía funciona en muchas partes. La crisis actual ha dado como resultado que la mitad de la juventud estadounidense se avenga con el concepto de socialismo, aunque con variadas acepciones, como es de esperar.

Partidarios de Joe Biden marchan por las calles de Chicago pidiendo que se contabilicen todos los votos. Foto: Ashleen Rezin García / AP

El PD tomó medidas concretas para impedir la nominación de Sanders como candidato a presidente, igual que hicieron con Wallace en 1944, como posible vicepresidente de Roosevelt. De haber sido el caso, cabría preguntarse si la humanidad se hubiera ahorrado las masacres de Hiroshima y Nagasaki. La razón “electoral” que se argumenta es evitar que su condición de izquierdista coarte a buena parte del electorado de votar por el PD. En realidad, se trata de no permitir a alguien que pueda asumirse como de izquierda postularse para presidente de EE.UU., con posibilidades de resultar electo.

La evolución de la política en todo el mundo permite a la izquierda avanzar hacia la verdadera democracia, la del pueblo, la de los trabajadores, sin el control real por el capital. EE.UU. ha entrado en esa tendencia y la vida dirá si es consistente o se trata de un “bache”.

Creo que sí hay condiciones objetivas para consolidar una posición más fuerte de la agenda de la izquierda en ese país. La necesidad del establishment político de utilizar a Trump constituye una evidencia de ello.

Trump no piensa desaparecer del escenario político aunque pierda la Casa Blanca

La izquierda estadounidense tiene una tarea hercúlea: entender y asumir a los sectores de la clase obrera captados y manipulados por las corrientes más reaccionarias de ese país, una realidad evidente en la base electoral de Trump. Sumarlos a la lucha democrática es posible, si la izquierda asume de forma transparente sus intereses de clase, se deshace del compromiso con el capital más reaccionario, en que está envuelta hoy, y se alía al capital nacional más comprometido con las condiciones objetivas de bienestar del pueblo estadounidense.

Todo el país tiene otra tarea: mejorar la Constitución y las leyes que regulan la política, las elecciones y el sistema judicial. Esta resulta más difícil que cualquier otra, pues implica cambiar las reglas de juego del sistema político, a favor de un capitalismo más socialdemócrata, para utilizar un concepto que muchos entienden, y más aún, la forma de pensar de los que tienen el poder para hacerlo, al igual que de la mayoría del pueblo y su élite cultural y política.

 

Salir de la versión móvil