Misterio en Estambul

La desaparición del periodista Jamal Khasoggi podría generar una crisis entre Estados Unidos y su aliado Arabia Saudita.

Dos personas sostienen carteles durante una protesta ante la embajada de Arabia Saudí por la desaparición del periodista saudí Jamal Khashoggi, el 10 de octubre de 2018, en Washington. Foto: Jacquelyn Martin/AP.

Dos personas sostienen carteles durante una protesta ante la embajada de Arabia Saudí por la desaparición del periodista saudí Jamal Khashoggi, el 10 de octubre de 2018, en Washington. Foto: Jacquelyn Martin/AP.

El periodista saudí Jamal Khasoggi tiene una trayectoria profesional en la que se conjugan y entrecruzan instancias usualmente explosivas como medios de difusión, política y poder. No mucho después de graduarse en Indiana State University, fue contratado como editor en jefe del diario saudita Al Watan, de donde fue despedido en corto tiempo por el Ministerio de Información por haber permitido se publicara un artículo crítico sobre Ibn Taymiyya (1263- 328), una de las bases del del wahabismo, la religión oficial del mundo saudí.

Después de un exilio (voluntario) en Londres, y de haberse insertado en el periodismo en varios órganos liberales árabes, así como de labores de asesoría política, el año pasado decidió establecerse en los Estados Unidos y colaborar con The Washington Post, movida que lo marcaría de mil maneras. Desde allí se opuso al bloqueo de Arabia Saudita contra Qatar, tomó partido en la disputa de la monarquía con el Líbano, y escribió ciertas cosas que no gustaron al poder sobre medios y libertades de expresión. También apoyó que las mujeres manejaran, pero condenó el arresto de Loujain al-Hathloul, una activista hoy en prisión por defender los derechos de las mujeres y por acusaciones de “desestabilizar el reino”.

Pero las palabras no suelen caer en el vacío. En 2018 Khasoggi dio un paso más allá al fundar un partido político cuya sola enunciación vale por todo un manifiesto: Democracia para el Mundo Árabe Ahora, considerado una amenaza para el joven príncipe heredero Mohammed bin Salman, impulsor de reformas tales como restringir los poderes de la policía religiosa y levantar la ya aludida prohibición de que las mujeres manejaran automóviles.

Al fin las mujeres puede conducir en Arabia Saudí

Hace apenas seis meses, Khasoggi escribió lo siguiente en su columna del Post: “Arabia Saudita debería volver a su clima anterior a 1979, cuando el gobierno restringió las tradiciones wahabíes de línea dura. Las mujeres de hoy deberían tener los mismos derechos que los hombres”. Y también: “todos los ciudadanos deberían tener el derecho de decir lo que piensan”.

Aparentemente, fue como la crónica de una muerte anunciada. El 2 de octubre último el periodista entró al Consulado saudí en Estambul a fin de obtener documentos de su divorcio y poder casarse con la ciudadana turca Hatice Cengiz. Las cámaras lo captaron entrando, pero no saliendo. No mucho después, la policía local le puso al hecho una información macabra encima al asegurar que había sido ejecutado y que su cuerpo había sido desmembrado y desaparecido. Los saudíes, sin embargo, entonces lo negaron –y aún hoy lo niegan enfáticamente. Dicen que el hombre se fue por una puerta trasera.

Tres guardias de seguridad montan guardia fuera del consulado saudí en Estambul el jueves 11 de octubre de 2018. Foto: Lefteris Pitarakis/AP.

En este punto, se impone una reflexión. Resulta cuando menos difícil explicar la intempestiva llegada a Estambul de quince saudíes, en particular la presencia entre ellos de un médico forense. Esto tiene todas las de ser un equipo de infiltración con un propósito específico: neutralizar un objetivo aprovechando las circunstancias –en este caso, una cita consular concertada de manera previa, la presa en la trampa.

Un funcionario norteamericano familiarizado con el tema declaró a la CNN que los Estados Unidos habían interceptado comunicaciones entre la dirigencia saudí discutiendo un plan para llevar de regreso al país a la oveja descarriada. Y el ex embajador en Estambul, Robert Jordan, declaró estar 95 por ciento seguro de que los saudíes lo habían hecho.

Hace dos días, en el programa “60 minutos” de ABC el presidente Trump prometió que los Estados Unidos llegarían al fondo de lo sucedido y que habría un “castigo severo” si se descubría que los saudíes lo habían asesinado. El caso de Jamal Khashoggi, dijo, estaba siendo “examinado muy, muy fuertemente” y su administración “estaría muy molesta y enojada” si se probaba que los saudíes lo habían hecho. “A partir de este momento, lo niegan, y lo niegan con vehemencia. ¿Podrían ser ellos? Sí” –dijo.

Pero hoy lunes por la mañana el cuadro fue distinto. Trump dejó saber en un tuit: “Acabo de hablar con el rey de Arabia Saudita, quien niega cualquier conocimiento de lo que pueda haber ocurrido “a nuestro ciudadano saudí”. Dijo que están trabajando estrechamente con Turquía para encontrar una respuesta. ¡Estoy enviando de inmediato a nuestro Secretario de Estado a reunirse con el rey”. “Me pareció que tal vez podrían haber sido asesinos sin escrúpulos, quién sabe. Vamos a tratar de llegar al fondo muy pronto”, dijo. “La negativa fue muy fuerte”.

Esto no viene sino a demostrar una de las razones por la que la prensa ha puesto tanto interés en el caso, más allá del liberalismo de Khasoggi y de su condición de columnista de uno de los periódicos mas importantes del país. Se trata, en dos palabras, del doble estándar de la política hacia Arabia Saudita, que es, si algo, un verdadero paladín de violación de derechos humanos pero un aliado al que no se le toca ni con el pétalo de una rosa. Si bien este prisma político no es exclusivo de la actual administración, con ella parece haber alcanzado un punto ciego con la compra billonaria de armas norteamericanas por parte del régimen, negociada por el propio Trump durante su viaje a esa nación –uno de los primeros que, por cierto, emprendió después de acceder a la Oficina Oval.

Un analista  calificó el tuit como “el lenguaje de la negación”, es decir, un intento de legitimar/validar el lenguaje del otro, exactamente el mismo procedimiento que ha utilizado con Vladimir Putin, Bret Kavanaugh y otros personajes que les son afines: creer es validar.

No interesan tanto los hechos sino las declaraciones. Lo mismo que (tanto) criticaron los republicanos durante la oposición al juez Kavanaugh.

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