La cabaña perdida del ministro Alemán

La Cabaña de José Manuel Alemán, considerado uno de los grandes ladrones de nuestra historia, quien se estima robó más de 200 millones dólares. Foto: Eduardo González Martínez.

La Cabaña de José Manuel Alemán, considerado uno de los grandes ladrones de nuestra historia, quien se estima robó más de 200 millones dólares. Foto: Eduardo González Martínez.

Desde la cima de la elevación, en toda dirección, se prolonga el paisaje, en su mayoría llano y bajo. Toti, de pie sobre los cimientos límites de la destruida cabaña, señala el fin de la extensa planicie denotada por el mar, difuso a la vista, como a 3 kilómetros.

“Él quería construir un inmenso canal, a pico y pala, y traer el agua hasta aquí, para llegar con su yate y no caminar. ¡Mira la distancia que hay hasta la costa!”, dice Agustín Olivera, conocido como Toti.

Detrás, apenas se yerguen los restos de una amplísima residencia. Desde la altura, el dueño dominaba la tierra vasta y el ganado que pastaba donde hoy crece el marabú filoso, como navaja.

“¡Claro que conocí a Alemán! Fue Ministro de Educación, robó millones y se fue para Estados Unidos. Esto era suyo, aunque no vino mucho”, afirma el guía de nuestro grupo de cuatro personas.

Toti, el guía de nuestra expedición, y al fondo los cimientos de la Cabaña. Foto: Eduardo González Martínez.

Hace ya más de sesenta años que José Manuel Alemán anduvo por estos dominios, en Minas de Matahambre, provincia de Pinar del Río. Su finca se ubicaba entre el pueblito de Río del Medio y lo que fuera el asentamiento, hoy abandonado, de Baja.

Por qué escogió este lugar alejado a más de 80 kilómetros por carretera de la cabecera provincial, es una incógnita seductora. Como las leyendas sobre “el Bicho”, que amasó una fortuna, señala el historiador Ciro Bianchi, que “nunca se pudo calcular del todo: 200 millones de dólares, según unos; 600, según otros”.

“Dinero que robó al Tesoro de la nación sin que aparezca un solo papel que lo incrimine (…). Llevaba siempre encima entre 30 y 40 mil pesos. Solía decir: Para mí, dar ahora una limosna de mil pesos es como antes dar diez centavos. Y daba los mil pesos, realmente”, cuenta Bianchi.

José Manuel Alemán. Foto: vimeo.com.

Aquí poseyó 137 caballerías, apuntan Rolando Beades y Anicia Miranda, historiadores. Tanto tiempo después, las muescas de la Cabaña del Alemán –como se conoce su residencia– permanecen junto al recuerdo de sus visitas y su oscura leyenda.

El refugio     

“La cabaña la hicieron varios carpinteros de la zona. En Baja él tenía gente, que cuidaban mientras él no estaba. A veces decía que les dieran comida a las personas. No es que fuera tan bueno, sino que el dinero que tenía era robado”, explica Toti.

Camina sobre la hierba rala, donde hubo piso. Muestra algunas paredes en pie, con las marcas para colocar la madera que revestía el exterior de la construcción, hecha en los años 40 del siglo XX. Según Beades y Miranda, desarrolló la crianza de ganado bovino, más que la de cerdos y caballos.

Alemán pretendía traer el mar hasta La Cabaña, desde unos tres kilómetros de distancia, construyendo un canal a pico y pala. Foto: Eduardo González Martínez.

Esta fue su época de esplendor. Sobrevivió y medró en varios gobiernos, hasta llegar a primer mandato de Fulgencio Batista, de 1940 a 1944.

En este, bajo las órdenes de Anselmo Alliegro, Ministro de Educación, robó a su antojo aprovechando el inciso K, de la Ley No.7 de abril de 1943 o de Ampliación Tributaria. Esta estipulaba la asignación de una parte importante de las recaudaciones fiscales obtenidas mediante esa legislación a la creación de nuevas plazas para maestros, escribió la historiadora Latvia Gaspe Álvarez.

Pero su fama y riquezas crecieron como Ministro de Educación de Ramón Grau San Martín, entre 1944 y 1948. Fue en este período, indica Gazpe Álvarez, cuando compró numerosas propiedades.

La pequeña expedición conversa a la sombra, en los restos de La Cabaña. Foto: Eduardo González Martínez.

Entre estas estuvieron Il Mio Castello, residencia en Miami Beach; Ansan Corporation, sociedad poseedora de edificios de apartamentos y hoteles en La Florida; el Stadium de Miami y el Cayo Byscaine, cercano a esa ciudad; La Canoga, empresa inmobiliaria con propiedades en La Florida; la línea Cuba Aeropostal; una compañía urbanizadora con terrenos en lo que sería el reparto Bahía; el Central Portugalete; fincas de cultivo en la antigua Pinar del Río y las proximidades de Güines; el Club Marianao de la Liga Profesional de Béisbol de Cuba; una residencia en el reparto Kholy, La Habana y la finca América en Calabazar.

“Fue uno de los más corruptos de la Neocolonia, hombre de confianza de Grau y enriqueció a otras personas, como la Primera Dama, Paulina Alsina de Grau”, comenta Alain, profesor de historia en el preuniversitario del pueblo de Santa Lucía, quien conversa con Toti, a la sombra, sobre aquel tiempo de terratenientes.

“Él vendía madera para las Minas de Matahambre. Había que cortar los pinos con hacha y después halarlos hasta el camión. Había miles de vacas sueltas y en corrales”, dice Toti.

Beades y Miranda, señalan en su libro sobre Minas de Matahambre, que Alemán desalojó a 121 campesinos pobres para coger todo el terreno y dedicarlo a la cría extensiva del ganado.

Sus últimos años fueron turbulentos. Lo señalaron como sospechoso del robo del brillante del Capitolio Nacional, pero el presidente confirmó que fue quien se lo devolvió.

Toti, el guía de nuestra expedición, y al fondo los cimientos de la Cabaña. Foto: Eduardo González Martínez.

Lejos ya de la vida política, fue culpado como responsable principal de la malversación gestada bajo el gobierno de Grau, en la Causa 82, formulada por el Senador Pelayo Cuervo, en 1949. El monto llegaba, según este, a 174 millones 241 840, 14 pesos.

Pasó el resto de su existencia viajando entre Miami y La Habana y fue electo senador en el gobierno de Carlos Prío. Vivía lejos del acontecer cubano, en un cayo de la Florida, aquejado por la llamada enfermedad de Hodgkinn. Murió el 24 de abril de 1950.

“Después seguía viniendo su hijo, Alemancito. Yo estaba jarretú –como llaman a los jóvenes fuertes aquí– cuando él le daba un tiro a una res y mandaba a dársela a los perros”, recuerda Toti.

Su versión fue confirmada por otros residentes del lugar, como Luis Herrera, ahora propietario de una pequeña casa levantada en parte del terreno de la cabaña. El hijo, cuenta, vino aun después 1959. Pero la finca fue intervenida por las transformaciones agrarias del gobierno revolucionario contra el latifundismo, y no volvió más.

La Cabaña de José Manuel Alemán, considerado uno de los grandes ladrones de nuestra historia, quien se estima robó más de 200 millones dólares. Foto: Eduardo González Martínez.

“La Cabaña se cogió como sede de la granja del municipio. Después se mudó para otras instalaciones, pero esto permaneció intacto hasta los años 90. Hasta se pensó explotarla para turismo. Con el tiempo, las personas se llevaron las cosas y se destruyó”, explica Patricio, el cuarto miembro del grupo.

Alemán se desvaneció, lentamente, del panorama nacional. Pero la muerte no destruyó el mito nutrido por las tendencias megalómanas del hombre. Se dice que, en medio de su enfermedad en Miami, mandaba buscar sandwiches por avión a La Habana.

En Baja también se le recuerda. Cuentan que, después de morir, los calderos caían y se escuchaban voces en La Cabaña. Ya solo resisten en pie la chimenea de ladrillos terrosos y la vivienda de Luis Herrera, el sótano y los cimientos exteriores.

Del piso queda, poco, muy poco. Apenas par de losas intactas, de las tantas que se llevó la gente. Buscando quizás, como también rumoran por ahí, las botijas con algo de los millones que en su tiempo robó el Bicho, José Manuel Alemán.

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