Lula preso, Brasil es un soplo

El ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, izquierda, y su abogado Cristiano Zanin salen del edificio del Instituto Lula en Sao Paulo, el jueves 5 de abril de 2018. Foto: Marcelo Chello / AP.

El ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, izquierda, y su abogado Cristiano Zanin salen del edificio del Instituto Lula en Sao Paulo, el jueves 5 de abril de 2018. Foto: Marcelo Chello / AP.

1. La extensión licúa

Si uno se subiera a un automóvil en Surumu, en el Estado de Roraima, frontera con Guyana y Venezuela, y condujera sin parar hasta Pelotas, en Rio Grande do Sul, cerca de la frontera con Uruguay, tardaría unas 80 horas y recorrería 6000 kilómetros. Si lo pensamos a escala cubana, sería como ir y venir dos veces desde oriente hasta occidente, de Las Tumbas hasta Punta de Maisí. Cuba cabe 77 veces en Brasil.

Cuando las unidades políticas son tan extensas, los denominadores comunes se licúan, los lazos se estiran, la ficción de la idea de nación queda mucho más expuesta que en las unidades políticas pequeñas. Lo contrario sucede con el poder, que a pesar de cualquier vastedad territorial, tiende a concentrarse. Hacen falta un corazón grande y unas arterias poderosas para sostener un cuerpo tan inmenso, que salvo con Chile y Ecuador limita con todos los países de Sudamérica.

Río de Janeiro vista desde la favela Vidigal. Foto: Renata Brito / AP.

A algunas zonas, alejadas del corazón, en el norte del país por ejemplo, no les llega suficiente sangre. Los médicos dicen que cuando un corazón funciona mal, los brazos y las piernas son las primeras partes en enfriarse. En una de esas extremidades nació en 1945 Luiz Inácio Lula Da Silva.

Lula dijo que su sueño, cuando tenía 14 años, era ser camionero. Fue metalúrgico. Luego fue el líder del sindicato de metalúrgicos, emblema del Brasil industrial, y luego tres veces candidato a presidente. En 2003, finalmente, ganó.

Ha superado tres elecciones presidenciales y un cáncer. Es el centro de atención indiscutible de la política verdeamarelha. Construyó la propuesta más sólida, viniendo de la zona más líquida.

2. La división es inédita

Hoy Brasil está más dividido que nunca. O al menos las divisiones de siempre están insólitamente a la vista. El significante del enfrentamiento entre los brasileros es la ponderación de Lula: es un ladrón, o es un héroe, un santo.

El obrero, el presidente y el santo

Para una parte de la población –en buena medida influenciados por factores de poder como la cadena televisiva O Globo– Lula fue el autor intelectual de la operación Lava Jato. Para otra parte de la población es un perseguido político por, como dijo él mismo, poner un plato de comida en la mesa de los pobres.

La división es tan fuerte que enceguece a los divididos: jueces de dos instancias, ante la duda, declararon culpable a Lula de ser el dueño de un apartamento en la zona de Santa Teresa, en Río de Janeiro, que no está a su nombre. A millones de personas, sobre todo trabajadores, no les importa si Lula cometió algún caso de corrupción porque la memoria de su paso por la presidencia pesa más. Si no, no se explica que aún en este contexto lidere las encuestas con 20 puntos de ventaja.

3. El proceso fue irregular

Partidarios de Lula protestan contra la pena de prisión del ex mandatario. 17 abril, Explanada de los Ministerios, Brasilia. Foto: Joédson Alves / EFE.

Lula ha sido enviado a la cárcel en un “proceso de excepción” acusado de tener un apartamento que no está a su nombre ni a nombre de ningún allegado. El Movimiento de los Sin Tierra decidió poner a prueba a la justicia y usurpó el inmueble, ubicado en la zona de Guarujá en Río de Janeiro: buscan que así “salte” el verdadero dueño.

Normalmente una persona va presa cuando todas las instancias de apelación se agotan, a menos que se le dicte una prisión preventiva porque exista peligro de fuga durante el proceso judicial. ¿Hay peligro de fuga para una persona que es la principal candidata a ganar la presidencia?

Tras leer en la sentencia judicial que se estaba dando lugar a situaciones inéditas que escapan al “reglamento genérico”, el juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Raúl Zaffaroni, escribió: “La excepcionalidad fue el argumento legitimante de toda inquisición a lo largo de la historia, desde la caza de brujas hasta nuestros días, pasando por todos los golpes de Estado y las consiguientes dictaduras”.

Agujero, posiblemente ocasionado por una bala, en uno de los autobuses que formaba parte de la caravana de Lula, mientras estaba en un estacionamiento de Laranjeiras do Sul, estado de Paraná, el martes 27 de marzo. Foto: Eraldo Peres / AP.

Como ilustra la serie de Netflix O Mecanismo la corrupción es sistémica: va desde el llano hasta el Palacio de gobierno, retroalimentándose como una serpiente que se muerde la cola. Lula –como también intenta mostrar la serie y que le valió el enojo del PT– quedó etiquetado como el emblema de una enfermedad que padecen también sus enemigos. Michel Temer está rodeado de denuncias de corrupción, dos de sus colaboradores más cercanos ya están presos, pero él sigue en la presidencia de la República y hasta anunció que se irá por la reelección en octubre.

4. Estalló una bomba que el PT no desactivó

Los gobiernos del PT no desarmaron la corrupción que los antecedió, usaron ese sistema y cuando la economía entró en crisis, se les volvió en contra. La gallina brasileña de los huevos de oro, Petrobras, reconoció en sus balances haber desviado 2,000 millones de dólares durante el gobierno de Dilma.

Hubo jueces de la Suprema Corte que votaron en contra de Lula para que fuera preso que fueron promovidos por Lula. Y diputados que votaron para que Dilma fuera destituida que llegaron a su banco aliados con el PT. Lula fue perdiendo fuerza en la correlación de fuerzas. Si no, no se entiende cómo un juez de primera instancia de la lejana Curitiba lo logre meter preso y hasta le prohíba ver el sol.

Un manifestante opuesto a Lula afuera del Congreso Nacional en Brasilia, el 4 de abril de 2018. Foto: Eraldo Peres / AP.

5. Todo se fue a bolina

El contexto actual se fue de las manos. A todos. A los lulistas y los antilulistas. Si alguien lo domina vive tras bambalinas. Mientras, la pasión de los que participan de la grieta en Brasil habilita justicias parciales, presidentes ilégitimos, y mucho más, como que desde la torre de control del aeropuerto de Curitiba le dijeran al piloto del avión que transportaba a Lula: “Tira esa basura por la ventana”.

6. El desarrollismo en riesgo

Los libros de un ex presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, hablan del Estado Desarrollista, ese que necesita una burguesía nacional fuerte para cortar los lazos de dependencia con los países centrales y “corregir el subdesarrollo”. Cardoso es de los autores que más leen los estudiantes de Ciencias Políticas en Latinoamérica cuando estudian el modelo desarrollista que en Brasil continuó, aun en la épocas en la que sus vecinos lo revirtieron.

En la década de 1970 una ola de dictaduras militares llegaron al poder echando mano a golpes de Estado y financiadas por la Casa Blanca para “luchar contra la subversión marxista”. En Argentina la excusa era política pero el objetivo era económico: se implementó un programa neoliberal de desindustrialización. Se cambió la matriz económica, corriendo el eje de la producción al sistema financiero. En Chile la dictadura de Pinochet fue la mejor alumna de la Escuela neoliberal de Chicago de Milton Friedman. Pero en Brasil la dictadura militar fue desarrollista y eso le valió sacarle varios cuerpos de ventaja en lo económico a sus vecinos regionales cuando la democracia regresó.

Hoy ese modelo está en riesgo.

Complejo de favelas Lins de Río de Janeiro, marzo de 2018. Foto: Leo Correa / AP.

7. La pobreza, la desigualdad y el PT

Durante el primer mandato de Lula la malnutrición infantil retrocedió un 46 por ciento. Casi 30 millones salieron de la pobreza entre 2004 y 2014. Solo en 2016, entre 2,5 y 3,6 millones de personas volvieron a caer del mapa de los que pueden.

En la región del Nordeste –de donde viene Lula– la pobreza retrocedió un 74 por ciento. En mayo de 2010, el Programa Alimentario Mundial (PAM) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) distinguió a Lula otorgándole el título de “campeón mundial de la lucha contra el hambre”.

Circuito Interlagos de Sao Paulo. Foto: Andre Penner / AP.

Pero además de la política industrial, lo que nunca se descontinuó radicalmente en Brasil fue la manera en la que se distribuyó la riqueza. La desigualdad bajó pero no en la misma proporción que la pobreza. Según Oxfam los ricos continuaron siendo los más beneficiados: entre 2001 y 2015 los 10 por ciento más ricos acapararon el 61 por ciento del crecimiento económico.

Mientras, los proletarios y los subproletarios se aferraron a la figura de Lula. La clase media, que antes de Lula era más reducida, empezó a mirar con recelo al PT. Algo típico en las sociedades latinoamericanas: un gobierno popular genera ascenso social y una parte de los que ascendieron se miran en el espejo de las clases altas, queriendo olvidar su pasado subalterno. Así se fue diluyendo parcialmente el caudal electoral del PT. En el libro Os sentidos do lulismo André Singer dice, por ejemplo, que esa nueva clase media se empezó a quejar de la creciente dificultad para encontrar empleados domésticos.

Oponentes de Lula arrojan huevos a su caravana, a su llegada a Sao Miguel do Oeste, en el sur de Brasil, el 18 de marzo pasado. Foto: Eraldo Peres / AP.

Como el peronismo de Perón y Kirchner en Argentina, como Cárdenas en México, como Getulio Vargas en el propio Brasil, Lula cumplió con todos. Con los poderosos y al mismo tiempo con los desposeídos. El gobierno de Lula no fue de izquierda, tampoco de derecha: fue pendular. Con Lula el pastel creció para todos: los ricos fueron más ricos y los pobres menos pobres.

En Latinoamérica es tradicional que la construcción de poder de las élites haya sido asegurarse de que haya desposeídos, por eso algunos líderes que interpelaron eso –aunque no hayan perjudicado tanto a las élites– se transformaron en una figura de excepción, casi divina para los pobres y casi diabólica para los ricos. La política latinoamericana consiste es una competencia para obtener privilegios.

8. La falta de resistencia

"Temer fascista, golpista, repudio", manifestación en el exterior de la embajada de Brasil en Montevideo. Foto: Matilde Campodónico / AP.

Cuando llegó la crisis financiera de 2008 y además cuando el precio del petróleo y otras materias primas empezó a caer, Brasil entró en recesión y Dilma Rousseff decidió salir por derecha. En 2011 por ejemplo el FMI felicitaba a Dilma por los ajustes. Eso y la incorporación al gabinete de gente del establishment, erosionó el apoyo de las bases históricas del PT o, dicho de otra manera, le restó la cantidad de gente dispuesta a salir a la calle para defenderlo. Pepe Mujica cuestionó la falta “resistencia popular”, dijo que si “en Argentina pasaba lo de Lula, daban vuelta Buenos Aires”.

9. El imperio que no logra ser

Su principal apuesta fue haber proyectado un Brasil potencia. Se subió a los BRICS: emergió con un mercado interno inmenso con una capacidad de consumo cada vez mayor y con innumerables recursos exportables además.

Dilma Rousseff durante una conferencia de prensa en Ciudad de México hace un año. Foto: Marco Ugarte / AP.

El Brasil potencia es algo que nunca fue bien visto en la Casa Blanca. Jorge Asís, un legendario analista político argentino de corte conservador, afirmó que Lula Da Silva, como en El viejo y el mar de Hemingway, “se alejó demasiado de la orilla”, en referencia a lo que Estados Unidos delimitaba como deseable. Brasil podía amenazar la hegemonía norteamericana en la región.

10. Hay final abierto

El nivel de tensión acumulado por la prisión de Lula da la idea de que Brasil está en una encrucijada. Es importante porque de las encrucijadas nacen los paradigmas.

Mientras, Michel Temer es presidente y profundiza el Estado policial: asesinan a militantes como Marielle Franco y a Alexandre Pereira, líder comunitario y testigo del asesinato de Marielle.

Protesta el sábado 14 de abril en Río de Janeiro, por el asesinato de la concejal local Marielle Franco y su chofer. Foto: Leo Correa / AP.

Lo que los enceguecidos detractores no ven es que un Lula preso –lejos de sacarlo del juego– es un Lula vigente. En dos meses, la atención de los brasileños se centrará en el Mundial de Rusia y Lula competirá en la economía de la atención contra el fútbol.

En algún momento Lula saldrá de la cárcel. La disputa es cuándo. Las elecciones son en octubre. Brasil es gigante. Impredecible. Y dual: en Brasil no es la alegría ni la tristeza lo que nao tem fim sino la contradicción. Brasilia, la capital, es la ciudad con mejor índice de vida, la más moderna, pero tiene 1 millón de pobres. Oscar Niemeyer, el que la construyó, murió a los 104 años; cuando cumplió 100 había dicho: “La vida es un soplo”. Brasil es un soplo.

Luiz Inácio Lula da Silva, cargado en hombros por sus simpatizantes a las afueras de la sede del Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos en Sao Bernardo do Campo, el 7 de abril de 2018. Foto: Andre Penner / AP.

Aún entre las rejas nadie se le arrima en las encuestas: Lula todavía puede ser presidente, si los que defienden al héroe le ganan a los que acusan al ladrón y logran que el Tribunal electoral no tenga más remedio que aprobar su candidatura. En un país tan grande, gana el que sople más fuerte.

 

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