Ragano, Trafficante y Kennedy

Frank Ragano (1923-1998), abogado de origen siciliano nacido en Ybor City, tuvo el privilegio, si cabe, de representar legalmente a tres miembros de la mafia: Santo Trafficante Jr., Carlos Marcello y Jimmy Hoffa. En Mob Lawyer, sus memorias publicadas cuatro años antes de su muerte, escritas junto a Selwyn Raab –un periodista del New York Times que cubrió a la mafia durante más de dos décadas–, emprende un recorrido por su pasado con la naturalidad de quien relata una historia, a veces con revelaciones controversiales.

Una de estas revelaciones no era una novedad en sí misma, pero de cualquier manera desató en su momento un flujo y reflujo de opiniones en la prensa, como todo lo asociado con el asesinato de Kennedy: sus tres representados estuvieron involucrados en el magnicidio de Dallas, un ovillo no desenredado y, por lo mismo, objeto de revisitaciones hasta el día de hoy.

Arrastre y destino de JFK

Con dos interesantísimos capítulos dedicados a Cuba, el libro de Ragano es una fuente imprescindible si se quiere dar un paso firme en el conocimiento de la corrupción, las mordidas de los secuaces de Fulgencio Batista y de la propia familia del presidente –su esposa Marta, por ejemplo, colectaba el 10 por ciento diario de las maquinitas traganíqueles en los casinos de Santo Trafficante–, la vida nocturna y en particular los shows sexuales de altura, a los que accedían los estadounidenses más poderosos y adinerados.

Si en Havana. The Portait of a City (1953) el jamaicano W. Adolphe Roberts se convierte en el narrador por excelencia de esa misma vida desde lo horizontal y lo marginal, Frank Ragano lo hace años después desde la acera opuesta, es decir, desde la élite, lo cual le concede un valor extraordinario a su testimonio: significa acceder por esa ventana a lo que pensaba la mafia estadounidense sobre Cuba y los cubanos, y también a lo que veían, omitían y, sobre todo, a lo que hacían en La Habana.

Al inicio del capítulo 4, “Cuban Whirlwind” (“El torbellino cubano”), Ragano introduce un párrafo en el que resume su visión de La Habana a fines de los cincuenta:

Mi primer viaje a La Habana no tuvo nada que ver con Santo. En 1956 allí pasé unas breves vacaciones con Betty, mi mujer, y con otra pareja; la experiencia fue asombrosa. Como soldado, había visto decadencia en el Japón de la posguerra, pero La Habana era mucho más salvaje. La prostitución era abierta y los casinos funcionaban casi las 24 horas. No había nada comparable en los mojigatos Estados Unidos de entonces. Yo tenía nociones conservadoras acerca de llevar mujeres respetables a lugares corruptos, y por eso decidí no regresar jamás a La Habana con mi esposa.

Volvió varias veces en 1958, solo, para atender desde lo legal los negocios habaneros de Santo Trafficante, básicamente el complejo Deauville-Comodoro-Sans Souci-Tropicana, culminación de una serie de movidas que la familia tampeña había comenzado en 1946, después de la famosa reunión en el Hotel Nacional donde se repartieron las áreas de influencia de los distintos grupos de la mafia en La Habana.

De izquierda a derecha: Jack Wasserman, Carlos Marcello, Santo Trafficante, Frank Ragano, Anthony Carollo, Frank Cagliano y John Marcello en una comida en 1957. Foto: New York Daily News / Getty Image.
De izquierda a derecha: Jack Wasserman, Carlos Marcello, Santo Trafficante, Frank Ragano, Anthony Carollo, Frank Cagliano y John Marcello en una comida en 1957. Foto: New York Daily News / Getty Image.

En su primer viaje, recién recibido en el aereopuerto de Rancho Boyeros por Trafficante y su socio cubano Evaristo García, ambos involucrados en el hotel Comodoro y su casino, en 1ra y 84, Miramar, Ragano hace una impactante revelación a propósito de un joven senador que el año anterior había estado en La Habana. Así la narraría:

García se volvió hacia Santo y le dijo: “¿Por qué no ponemos a Frank en la suite especial del Comodoro?”. Los dos se empezaron a reír.

“Es, obviamente, un chiste privado”, dije.  “¿Qué tiene de especial esa suite?”.

Con una expresión seria en el rostro, Santo dijo que el año anterior, 1957, había conocido al senador John F. Kennedy, de Massachusetts, mientras este visitaba La Habana. Su instinto le dictaminó que Kennedy se sentía muy atraído por las mujeres, y García y él le habían ofrecido arreglarle una fiesta sexual privada, un favor que Santo pensaba podía colocar al prominente Kennedy en deuda con él.

Pusieron al senador con tres bellísimas prostitutas en la “suite especial” del Comodoro. Era especial porque tenía un espejo que permitía a Santo y a García observar secretamente los procedimientos desde una habitación contigua.

Recordando esa historia, la cara de García se arrugó de la risa mientras la de Santo permanecía inexpresiva. Ver a un respetable senador revolcándose en la cama con tres prostitutas era una de las cosas más cómicas que hubieran testimoniado. Por haber aceptado su oferta, Santo y García le habían perdido todo el respeto. Desde su punto de vista, un funcionario como Kennedy, que predicaba públicamente la ley, el orden y la decencia, y que secretamente aceptaba sobornos o dormía con prostitutas, lo convertían en un hipócrita que no merecía estima alguna.

Santo no era un mirahuecos, y por la manera como García se reía, consideré que él había sido el organizador de la orgía.

Se trata de una historia consistente con una personalidad y una proyección, aunque desde luego no pueda ser factualmente comprobada. No era el primer viaje de John F. Kennedy a La Habana. En los expedientes del FBI aparecen más de una docena de escapadas del senador a esa capital para encontrarse con Florence Pritchett (1920-1965), una ex modelo de la revista Life con la que había tenido una relación amorosa en 1944, pero casada desde 1947 con Earl E. T. Smith, designado embajador en Cuba por el presidente Eisenhower en junio de 1957, en sustitución de Arthur Gardner. Kennedy mantuvo un largo romance con esta mujer, y los encuentros no se limitaron a La Habana. Dejaron huellas que de un tiempo a esta parte algunos investigadores han venido sacando a la superficie. John J. Johnson asegura, por ejemplo, que

durante 1957-1958 Jack Kennedy hizo varios viajes a La Habana, Cuba, para visitar a Flo Pritchett, quien entonces estaba casada con el millonario y embajador norteamericano Earl E. T. Smith, un fuerte partidario del dictador Batista. Otros encuentros tuvieron lugar en Miami y Palm Beach durante las visitas de Flo a los Estados Unidos. Kennedy viajó más de doce veces a La Habana para verlos y se quedó en la casa de Smith. Seymour Hersh refiere que en uno de esos viajes, la Policía y la inteligencia militar cubanas le hicieron saber a la Embajada que el senador Kennedy les preocupaba “por razones de seguridad”. Los cubanos reportaban que Kennedy se estaba acostando con la esposa del embajador de Italia en La Habana, y que odiarían que al joven senador le dispararan durante una de sus visitas a La Habana. “Ustedes saben cómo son esos italianos”, dijeron. Un funcionario de la Embajada fue designado para decirle a Kennedy que acabara con esa relación.

En ese viaje a la Isla, en diciembre de 1957, Kennedy estuvo con el también joven senador George Smathers. Comenta Thomas G. Patterson en Contesting Castro: “Aparentemente, esos buscadores de placeres nunca discutieron la rebelión [de Fidel Castro]. En su lugar, el golf, la navegación, los clubes nocturnos y las mujeres ocuparon todo su tiempo. La viuda del jefe de criminales Meyer Lansky dijo más tarde que durante ese viaje de Kennedy su esposo le había ayudado a localizar mujeres para satisfacer su hoy famoso atletismo sexual. ‘Kennedy no era un gran hombre de casino’, recordó Smathers, ‘pero el club Tropicana tenía un show increíble’”.

El Camelot de la libido

La historia que refiere Ragano es congruente consigo misma porque hechos como esos resultaban comunes en los dominios de Santo Trafficante Jr. En el hotel Deauville había habitaciones donde se filmaban películas pornográficas, lo cual han ratificado testimonios de cubanos de aquella época. El crítico e investigador Luciano Castillo ha subrayado que

las amplias salas de juego disponibles en la nueva instalación, bajo el control permanente de Santo Trafficante Jr. y otros notorios mafiosos italo-norteamericanos, contaban con un bar anexo provisto de un escenario para la presentación de shows pornográficos. Estos espectáculos absolutamente gratis eran ofrecidos por la gerencia del Deauville a sus invitados especiales como parte de un conjunto de ofertas que abarcaban habitaciones, comida, bebida, drogas y mujeres siempre dispuestas para las bacanales privadas.

Según la visión testimonial de Benigno Iglesias Trabadelo, trabajador del Deauville en esos comienzos, en varias de las ciento cuarenta habitaciones que poseía habían instalado cámaras “para la filmación de películas pornográficas con destino al mercado exterior. Era usual que utilizaran jovencitas, no pocas veces por la fuerza o encandiladas con falsas promesas…”.

Esto obliga por lo menos a poner en duda algo que se da por establecido en la literatura especializada sobre la historia de los stag movies, según la cual la mafia no se involucró en la producción / distribución del porno sino hasta fines de los años 60.

Si el dato es cierto, Cuba habría sido entonces una especie de polígono de prueba antes de que se lanzaran a hacerlo en territorio estadounidense. Y Kennedy, una de las figuras públicas que coincidieron en tiempo con aquellas prácticas. En tiempo y, según las revelaciones de Ragano, también en espíritu.

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