Segundo debate presidencial: ¿Cambió la dinámica política?

¿Cambió el segundo debate presidencial las tendencias dominantes en la campaña electoral en EE.UU.? Algunas explicaciones son necesarias para responder esa pregunta. La primera es que los efectos de los debates dependen mucho del contexto que los rodea. El debate no es solo los 90-120 minutos frente a las cámaras, sino también las expectativas que se generan sobre la actuación de los candidatos antes de que se enfrenten cara a cara y también la fase de explicaciones, puntualizaciones y tergiversaciones que se desata. En la práctica, la política y el impacto de los debates abarca un rango mayor de participantes que Hillary Clinton y Donald Trump.

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En términos de contexto, el debate llegó tras un desempeño infeliz del candidato Trump en el primero, que tiende a ser el decisivo en la creación de primeras impresiones sobre el candidato retador, papel que en esta temporada queda mejor al millonario neoyorkino.

En las vísperas del segundo encuentro, Trump fue duramente golpeado por las revelaciones de un comportamiento y criterios sobre el trato a las mujeres, inapropiados para alguien que aspira no a ser sultán de un harén sino el primer magistrado de una república. No es que Trump parase ese desangramiento en seco, pero la discusión post-debate ha cambiado la atención hacia los temas que se trataron el domingo, la política estadounidense hacia Rusia y Siria, por ejemplo, que en términos mínimos, saca al candidato republicano de la peor de sus pesadillas.

La expectativa era que la secretaria Hillary Clinton le diera el jaque mate en esta segunda partida pues municiones no le faltaban. No ocurrió. En parte porque Clinton jugó al seguro y evitó una bronca de piedras sobre personalidades en el que su tejado familiar –el de su esposo– no es el mejor. Trump fue capaz de recuperar vigor y tiempo para una candidatura que algunos pesos pesados republicanos llamaban a abandonar ya.

Que Trump se haya recuperado de una posición contra las cuerdas y apareciese más preparado que en el primer debate no quiere decir que Hillary Clinton haya perdido. Las encuestas y las narrativas discutidas por los principales políticos en campaña y analistas sugieren que Clinton, que iba delante, no cometió ningún error que le costara tal posición. Trump salió de la esquina pero nada de lo fundamental es nuevo. La candidata demócrata ha ampliado un par de puntos la ventaja que ya tenía en las encuestas nacionales y en los estados bisagra donde se decide la elección. Si las elecciones fueran hoy, Hillary Clinton saldría electa presidente de EE.UU.

Pero las elecciones no son hoy, por tanto es interesante poner el debate en la perspectiva del gran juego político que se decide en noviembre. El formato de la discusión del domingo favoreció a Donald Trump. A diferencia del primer y el tercer debate, el segundo debate incluye un público de ciudadanos, no afiliados a ninguno de los dos partidos, seleccionados por la firma encuestadora Gallup con oportunidades para hacer preguntas propias.

La participación de esos ciudadanos en un debate presidencial expresa la tendencia democratizadora (no necesariamente para bien de la política estadounidense) que busca apelar al ciudadano común como forma de de legitimación. Conviene recordar que el sistema político de Estados Unidos y el Colegio Electoral como mecanismo para elegir al presidente responden a un diseño republicano. Esa configuración enfatiza los filtros de la representación, y el sesgo a favor de un mecanismo de decisión dominado por las elites y escéptico de la sabiduría de las masas. Quizás el más importante debate de la historia estadounidense, Abraham Lincoln contra Stephen Douglas por el asiento senatorial de Illinois en el Congreso en 1858, no iba dirigido a los electores directamente (por entonces los senadores eran electos por las asambleas estaduales), sino a proponer ideas que los llevaran a ganar la razón de las elites políticas de su estado. La idea del debate estilo “town hall” (salón del pueblo), como la que ocurre en el segundo debate presidencial, es dar el espectáculo democrático de ciudadanos comunes haciendo preguntas al futuro presidente o presidenta.

El formato de “town hall” permitió a un candidato; que se presenta como fuera del sistema, y con experiencia en el medio televisivo, como Trump, moverse con más espacio que su contrincante, y conectar con sentimientos y actitudes del elector medio estadounidense que es como promedio de centroderecha.

Una jugada nueva de Trump fue la de descalificar a su oponente para el cargo como desconectada del pueblo estadounidense y al servicio de intereses especiales con referencias confirmatorias a las denuncias contra Hillary Clinton de su ex rival por la nominación demócrata Bernie Sanders. La idea parece ser incentivar en ese sector el desencanto y la abstención, de modo tal que los seguidores de Trump aventajen a Clinton, no en simpatía sino en intensidad de apoyo.

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Clinton volvió a lucir más metódica y preparada en sus propuestas, más presidenciable. ¿Será suficiente? Depende de la capacidad de movilización de su maquinaria electoral, que hasta ahora parece funcionar. Espere el lector un mayor uso de Bernie Sanders y el ala más de izquierda del Partido Demócrata en la campaña por atraer a la generación del milenio, los jóvenes que hablan mucho pero que votan menos. Mire con atención a las minorías, los hispanos y los negros que abrumadoramente favorecen a Hillary sobre Trump pero no reflejan el mismo entusiasmo que las mujeres de clase media con su candidatura.

Una tercera definición importante es la de “cambio”. Si por cambio se entiende revertir las tendencias electorales con el desempeño en un debate, ese es un listón muy alto para cualquier candidato. Si de lo que se trata es de lucir por lo menos capaz de debatir con efectividad algunos puntos, y parar la caída en picada, la marca a rebasar es muy baja. El domingo, Trump lució capaz de poner en evidencia puntos débiles en el argumento demócrata, como la distracción anti-rusa, y el desvelo irracional por apoyar cualquier oposición a regímenes autoritarios sin cuestionar las credenciales democráticas de la misma (Casos de Libia, Iraq y Siria, donde el Estado Islámico ha ganado un terreno que no tenía durante los gobiernos de Gadafi, Saddam Hussein y Assad). La retórica de Trump sobre la claridad en la defensa de lo que es primero e inmediato, la protección del poder y la seguridad estadounidense prevaleció sobre otras consideraciones.

Pero nada de eso ha sido suficiente para alterar la realidad de que la gran narrativa de la elección sigue siendo un referendo sobre Trump y su apuesta por retrotraer el país hacia visiones más de derecha, desde lo que algunos llaman defensa de un nacionalismo y una identidad blanca, en el tema de las relaciones con las minorías y la migración, y una postura más aislacionista en política exterior. Con esa temática, el Partido Republicano tiene las de perder, posiblemente mas allá del ámbito presidencial, incluyendo el Senado. Un informe de autopsia sobre la derrota de Mitt Romney en 2012 realizado por varios barones y analistas republicanos alertó al liderazgo que el partido necesitaba competir por el electorado hispano y mejorar la percepción de las minorías sobre su agenda.

La palabra decisiva en el lema de Trump “Make America Great Again” (“Hacer Estados Unidos Grande otra vez”) es la última (Again, otra vez). Es una narrativa basada en la nostalgia por una era donde la supremacía cultural blanca, protestante y anglosajona era una premisa aceptada, donde Estados Unidos podía contar con la capacidad de conectarse con el mundo en el tiempo y espacio de su propia selección.

Hoy Estados Unidos es una nación diferente en un planeta globalizado, también diferente. Las tasas de fertilidad y migración apuntan a una población donde las minorías se convierten en mayoría, donde los derechos de género y preferencia sexual son cada día mas aceptados; una nación donde la presidencia de Barack Obama no es una excepción sino un parteaguas para un futuro todavía más multicultural, incluso, en la improbabilidad de que Trump gane el próximo noviembre.

Ilustración: Ángel Boligán.
Ilustración: Ángel Boligán.

 

 

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