Matanzas tiene una cercanía con el mar reconocible. Custodia de la bahía del mismo nombre, el agua domina casi todo el paisaje de esta ciudad, atravesada por sus tres ríos y sus 29 puentes. Con su aire húmedo y salobre, Matanzas recuerda siempre la historia de los aborígenes lanzados al agua.
La belleza de esta ciudad –la primera moderna de Cuba– se descubre desandando sus calles. A la tierra de Carilda, como diría la poetisa en su Canto, le debemos la Plaza de la Vigía, su casa de la Calzada de Tirry, la loma del Estero y el azul de la bahía:
“Matanzas bendigo aquí / tus malecones mojados, / los árboles desterrados / del Paseo de Martí / y el eco en el Yumurí (…) / Sé quieta, sé solidaria, / sé amiga de la marea; / sueña, sueña que pasea / Plácido con su Plegaria. / Sé buena, sé legendaria; / oye un violín al revés, / oye el silencio; tal vez / cuando suena así la brisa / está llorando por Isa / el alma de Milanés”.