Arqueo de paraguas

La primera vez que escuché la palabra arqueo, pensé que era un invento cubano más, como el “análisis actitudinal”, el “yo oferto”, y el “vamos a hacerle una autocrítica al compañero”. Estaba en un mercado, y un cliente protestaba ante la caja contadora. La cajera, para demostrar que no había cometido ningún robo, dijo (alto, para que todos en la cola la oyéramos) “Ahora mismo voy a hacer un arqueo en la caja”. Rápidamente, los demás usuarios se trasladaron hacia otro dependiente que pudiera cobrar lo que habían comprado. Yo, intrigada, me quedé en el mismo lugar, junto al demandante. Maldita la hora en que tomé tal decisión. El dichoso arqueo consiste en abrir la caja registradora y contar billete a billete, moneda a moneda, kilo a kilo, agrupar lo recaudado en montoncitos, comprobar cada ticket de cada producto que se ha vendido (a eso le llaman “colegiar”), y en fin, un largo proceso que dura más de una hora.

Traigo a colación este desagradable incidente (salí de la tienda tardísimo, sin comerla ni beberla), porque este verano, unas amistades me invitaron a pasar dos días en un hotel playero, bellísimo y acogedor. La primera tarde llovió a cántaros, como es natural en esta época del año. Mis amigos y yo observamos desde nuestra habitación que el resto de los turistas se dirigían al restorán portando elegantes e idénticos paraguas.

Se veía muy graciosa la procesión de paraguas hacia la mesa bufete. Por breves minutos, debatimos el posible origen de dichos adminículos, y la coincidencia de que tantos huéspedes los tuvieran, del mismo color y con el mismo diseño. Algunos de nosotros opinamos que estarían a la venta en la tienda del hotel, mientras otros lanzaron la dudosa propuesta de que los paraguas estuvieran incluidos en las habitaciones, como si fueran sábanas o jabones. En esas estábamos, cuando el hambre nos obligó a dirigirnos al restorán, protegidos de la lluvia con toallas, ya que nosotros ni habíamos comprado nada en la tienda, ni encontramos paraguas en el cuarto.

Olvidamos el asunto a la mañana siguiente. El mar, la arena, el placer de no hacer nada, la felicidad que emana del hecho de olvidarnos de colas, del agromercado, del transporte y del agobio de la ciudad, se encargaron de hacernos pasar momentos tan agradables que apenas lo podíamos creer.

La escena que ya he contado, se repitió a la segunda noche: Lluvia, marcha de turistas hacia el restorán, desfile de paraguas que parecían copias hechas con papel carbón, y toallas sobre nuestras cabezas. Nada del otro jueves. Lamentamos mucho la llegada de la hora de irnos. Retirarse de un sitio placentero es siempre trágico, pero hay que afrontar la despedida con dignidad. Y con la promesa de que pronto volveremos, aunque sea pura mentira.

Cuando ya habíamos repartido abrazos y agradecimientos, y nos dirigíamos a carpeta para entregar la llave de la habitación, nos tocó la varita del puntillazo, la nota discordante que afea el idilio, esta vez en forma de pregunta. ¿Dónde están los paraguas?, indagó la encargada de la limpieza. Nos quedamos de piedra. La parte de nuestro grupo que había opinado que se compraban en la tienda del hotel (donde me incluyo) atinó a balbucear ¿Cómo saberlo?, mientras que los otros, sonriendo triunfantes, respondieron ¿Cómo saberlo? O sea, pétreos como estábamos, no éramos capaces ni de entender la pregunta ni de formular ninguna teoría lógica. Tomé la iniciativa: ¿qué nos está preguntando Usted, concretamente? , dije a la moza de limpieza.

Ella pasó a explicar que en cada habitación se colocan tres o cuatro paraguas, según el número de huéspedes, porque en temporada de lluvia, son necesarios para el traslado hacia el restorán. Anjá, dije yo. Eso es comprensible, y se agradece la intención, pero resulta que en nuestro caso, no ocurrió así. Cuando llegamos, no había paraguas, sombrillas, ni capas de agua. ¿Ah no? Dijo ella, con tono de No te creo. Pues no, señorita, compañera, moza, responsable de limpieza o como se diga, No, y no.

Ah…entonces es su palabra contra la mía, agregó. Porque yo digo que sí había paraguas en la habitación. Mis colegas trataron de apaciguarme, pero ya yo estaba en plan cafetera tupida por chícharos. ¿Usted nos está llamando mentirosos acaso? Ah, (y recordé de pronto el incidente en la tienda, meses antes) entonces, ¡exigimos arqueo de paraguas! ¿El qué? dijo la moza, la compañera, la muchacha, la mujer que limpia, ¿y eso qué es?

Mientras tanto, algunos huéspedes, funcionarios del complejo hotelero, la de Relaciones Públicas, las jovencitas de carpeta, el del bar, las tenderas, el piscinero y algún que otro curioso, contemplaban la escena, probablemente atraídos por el tono de mi voz. ¡Arqueo, arqueo, yo quiero, demando, exijo arqueo de paraguas! repetía yo. Mis amigos no daban crédito, unos me pellizcaban, otros me atraían hacia fuera del dormitorio, todos intentaban calmarme, porque creían que me había vuelto loca de verdad, ya con carnet y todo.

Al fin, vinieron las excusas por parte del director del hotel, a quien solicitaron ayuda todos los otros responsables del bienestar de los huéspedes. Disculpen, ha sido una equivocación, es probable que no hubiera paraguas en esta habitación, decía. ¿Probable dice usted? No, compañero, director, gerente, administrador, jefe o como se diga, ARQUEO, YO QUIERO UN ARQUEO DE PARAGUAS, exclamé con mayúsculas, en negritas y entre signos de admiración. ¿El qué? Preguntó el susodicho, para enseguida agregar Mire compañera, huésped, cliente, turista o como se diga, le reitero nuestras disculpas. Pueden retirarse del hotel sin problemas, y por favor, olviden este desagradable momento. Decidimos irnos, para no continuar chapoleteando en lo mismo con lo mismo, ante la mirada atónita de la concurrencia. Al pasar por la puerta del hotel, el portero, el de seguridad, el responsable de las salidas y de las entradas (o como se diga), nos despidió con un amable Vuelvan pronto, al que no respondimos ni bien ni mal.

Ya en el camino de vuelta a nuestro municipio, localidad, barrio, consejo popular o zona postal, nos entró a todos un ataque de risa de los buenos. ¿Nos puedes explicar de dónde sacaste esa barbaridad de Arqueo de paraguas?, me pidieron mis amigos. No pude responderles. Hay cosas tan ricas de vivir, que resultan intransferibles. Este es el país del tíbiritábara, del del dime que te diré. Un vacilón, al que es imposible arquear.

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