Doña Flor y dos de sus maridos

A menudo la proyección visual del espacio gastronómico se resuelve de cualquier manera, atropelladamente.

Como es de esperar, el sector gastronómico retiene un número significativo de desastres ideográficos. No porque adoren a los malos comunicadores ni a los asesinos vectoriales. La razón está en que el ramo —entre los autorizados a ejercer marginalmente a la estructura— es uno de los más recurridos por el ‘cuentapropismo’ y porque además necesita como entidad alguna interacción simbólica con sus clientes. No hay que olvidar que sus gestores deben haber vivido toda su vida como usuarios rudimentarios de la despersonalizada y aberrante oferta estatal. Y como tales, crecieron bajo las embestidas de la desidia de estado generalizada. No están al tanto si los clientes son tan humanos como ellos ni comprenden su utilidad práctica. No ven más allá que esquilmarlos con el menor esfuerzo. Los gestionan como si un segundo encuentro fuera inviable. Bajo esa desorientada filosofía de pelotón abren montones de tugurios que cierran antes de aprender a caminar.

Carencia de un cultura de servicio

Hemos comentado esto antes y seguiremos haciéndolo.

Entre las amenazas que asegura nuestro peculiar entorno socioeconómico es difícil prestar atención a la proyección visual del espacio. A menudo se resuelve de cualquier manera. Atropelladamente.

Este punto de pizza le sacaría los colores a un puerco. El rótulo lateral colocado al revés y tan campante. El supuesto pan lo mismo puede ser una tortilla petrificada de Mesoamérica que un daguerrotipo de la luna nueva de febrero de 1839. El vaso del refresco al menos, rinde homenaje al cubismo temprano. Contrasta el despliegue físico de los soportes. Un toldo sobre lo decente, dos placas suspendidas y articuladas, agujereadas por la metralla. Pero la gráfica es porcina y se desentiende de toda humanidad. Escribir ‘Pizza’ cabeza abajo es nuevo para mí. No recuerdo haberlo visto antes. Una charranada que no merece más análisis.

Con sutilezas dando à la fortuna quexas

Lo traigo porque me dio mucha gracia cuando lo encontré, sin más objeciones.

Cafetería Doña Fela. Degustemos esta sutileza de acuerdo al más estricto protocolo.

La taza del café es preciosa No sé si referir sus contactos con el Art Noveau o el trazado laborioso de los ornamentos. Prefiero detenerme unos segundos en las filigranas. El diseño delicado recuerda los de los orfebres mixtecos de tiempos precolombinos. Parece ser el único elemento del conjunto al que se le ha prestado atención. Con toda lógica porque se trata de una cafetería. Pero con la misma lógica se puede considerar que el café ha dejado de ser estrella de estos locales. Peccata minuta. La palabra “café” está montada en una tipografía egipcia. Caracterizada por remates rudos, en este caso al menos, se decantan por un punto de enlace suave. Insuficiente y bastante alejado del espíritu con que han imaginado la taza. Lo que intento decir es que el café no tiene nada que ver con la taza.

Lo más interesante es la elección del nombre del espacio.

Pronunciemos suavemente: —’Doña Fela’.

¿Suena bonito, no es cierto?

— Ojalá y sea café.

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