La cosa en sí

Otro de muchos reclamos promocionales enigmáticos. Los que en su contexto no inducen motivación de compra ni generan deseo. Los he visto tanto en empresas estatales como en pequeños negocios privados.

Las tiendas de algún tamaño pertenecen todas al estado. Y responden a una empresa paraguas cuya única función es regir y fiscalizar su conducta empresarial y política. Por lo general, esta empresa suele disponer de un departamento de comunicación al cuál se adscribe una modesta oficina de Diseño y Publicidad. Más bien de promoción, porque la publicidad es una forma de comunicación visual que encarna la despreciable sociedad de consumo. No estoy al tanto de cómo funcionan exactamente. Tampoco es necesario. Como mismo reconstruimos el pasado por sus restos, podemos deducir su funcionamiento observando su huella gráfica.

Las que fueron las tiendas que comercializaban en el extinto CUC (moneda convertible cubana), se distinguían perfectamente de sus pares en CUP (peso cubano). El acceso al diseño de estas últimas no dista del de los entusiastas que actualizan cada trimestre los murales de policlínicos y Comités de Defensa Revolucionarios. Sus principales recursos son el collage y la caligrafía manuscrita. Difícilmente dispondrán de recursos para producir statements personalizados. Del otro lado, en sus momentos de esplendor y en pleno romance con el CUC  la cadena de mando dispuso de medios para generar mensajes, que sin apelar al consumo, dejaban entrever a la ciudadanía que allí se permitía —o se toleraba— esa desagradable acción de trocar bienes de consumo por un conjunto de monedas o billetes. 

Aún así, se evitó mencionar productos específicos apelando más a los genéricos. Muy raro encontrar una tienda socialista que publicitara licores, por ejemplo, o agua, o refrescos. Lo normal fue y sigue siendo encontrar ventas de líquidos. “Un líquido es un estado de agregación de la materia en forma de fluido altamente incompresible”. Menos que el cartel que la cadena de tiendas Caribe nos propone para gestionar la necesidad de adquirir alguno de ellos.

¿Quién no necesita un líquido? Ahora mismo, o dentro de unos minutos. ¿Quién no necesita descargar el baño, lavarse las manos y los dientes, tomar agua o café, imprimir un documento en una impresora de tinta, utilizar un bolígrafo, hervir malangas, un pescuezo de pollo, ponerse un termómetro, perfumarse, lavarse la cabeza..? ¡La vida es básicamente agua! La Casa de los Líquidos es, por tanto, un espacio capital. Un recinto de Seguridad Nacional

En otro cartel, TRD Caribe nos da una magistral lección de comercio moderno. Si alguien no está al tanto: el trueque o “el intercambio de bienes materiales o de servicios por otros objetos o servicios” es un rezago de un pasado que nuestro sistema comercial pretende haber superado. Decenas de grupos de intercambio en WhatsApp dejan claro la vitalidad de esta práctica consustancial al humano posneolítico. La Recaudadora de Divisas Caribe nos advierte que todo artículo tiene un precio. Acceder a la tienda Capricho con una jaba de dientes de tiburón, piedrecitas de colores o anzuelos no tiene caso.

Caribe y las otras siguen atrapadas en el bucle que hemos referido tantas veces. Comprar no es bueno. Ni poseer cosas. Trabajar por dinero es del pasado. Se trabaja para aportar a la Sociedad, la cual retribuye gustosamente con artículos que decide imprescindibles para la sincronía social. Como el comprar está demonizado, cualquier estrategia para promover el consumo es tácitamente condenada. No hay nada que moleste más a los Altos Rectores que la gente quiera cosas. Que mediante el acto de adquirir productos específicos proclamen su individualidad y diferencia. Que dejen de ser parte de la masa y se conviertan en ciudadanos. Ciudadanos con cosas. 

 
 
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