“Shit happens”

En ese momento Forrest pisa un montón de excrementos y sin darle demasiada importancia le comenta: It happens.

Casi todos coincidimos en que Forrest Gump es una película deliciosa llena de escenas inspiradoras. En un momento de la trama el protagonista comienza a correr. Ya lo había hecho una buena parte de su vida. Ante abusos y humillaciones. Corrió en la Universidad para graduarse, corrió en Viet Nam con sus compañeros al hombro para salvarles la vida. Aunque aparentemente su estampida carecía de un propósito claro, es lícito asumir que comenzó de la misma forma en que comenzamos una nueva vida. De repente y ya está. Gump recordaba cómo su madre insistía en que era preciso dejar atrás el pasado antes de poder seguir adelante. Arrancó un 5 de julio de 1979 y no se detuvo en 1169 días dejando atrás 30000 kilómetros, una media de 25 diarios.

En una escena Forrest trota seguido por varias decenas de personas. Algunas se acercan y le piden consejo, una idea para mejorar el negocio o un comentario sobre su vida personal. Un hippy cincuentón le pide ayuda para crear un slogan, o una frase pegajosa. Tenía un negocio de calcomanías y buscaba una que viniera bien a los parabrisas o carrocería de los autos. En ese momento Forrest pisa un montón de excrementos y sin darle demasiada importancia le comenta: It happens. Agitado, el hippy le responde: ¿Qué pasa? Eso, la mierda. Forrest le contaría un poco más adelante a su interlocutora en aquel mítico banco que años más tarde escucharía que aquel había ganado un montón de dinero con su pegatina. Shit happens.

En la vida real la frase —que entiende que las cosas malas nos suceden porque sí— es una cita de un tal Carl Werthman en su tesis de máster para la Universidad de Berkeley, publicada en The American City en 1968. No es sino hasta 1983 que salta al conocimiento público cuando Connie Eble la pública en UNC-Ch Slang. Su popularidad posiblemente se deba a una campaña de alerta sísmica que se lanzó en California tiempo después con esa expresión.

Es probable que el logo de la Comercializadora Avícola se diseñara aquí en Cuba antes de 2020. Nunca se sabe, pero voy a darlo por sentado. Si se hizo después de marzo de ese año perdería toda mi fe en el género humano. Que no es mucha. Me iría al desierto, a una cueva caliente y llena de polvo a buscar a Dios. Asumo que una vez concebida una marca tan destemplada como COAVIC nadie podía imaginar que se nos vendría encima una epidemia que llamaríamos COVID-19. Shit happens.

Resulta que el nombre se asocia visual y fonéticamente al nombre de la enfermedad. Porque contiene prácticamente todas sus letras, incluso, en el orden correcto. No vamos a detenernos en que su pronunciación demanda un esfuerzo considerable para los órganos articulatorios. Son consonantes labiovelares y alveolares con puntos de articulación diversos que hacen que el maxilar inferior se adelante trabajosamente mientras los pulmones se ven forzados a proyectar una cantidad más que considerable de dióxido de carbono.  

El símbolo, es decir, la estilización del ave no está mal. Ni siquiera el imagotipo en su conjunto es cuestionable. Más que correcto para lo que vemos por aquí. La elección del nombre sí es lamentable. Y lo peor puede ser la falta de iniciativa, de autoridad o interés en rectificar una propuesta que por un azar del destino se torna problemática. Por otra parte, ¿acaso COAVIC enfrenta alguna competencia? ¿Puedo elegir yo, como consumidor, productos avícolas de otra marca? En medio del desastre ¿a quién le importa esa bobería?

Las puertas traseras del camión son un festín extraordinario. Un sello de garantía asegura que las —¿gallinas, pollos, gallos?— vienen directamente de la granja. Eso es tranquilizante. Es difícil asimilar que, atendiendo a sus últimas voluntades, le dieran previamente un paseo por el Acuario. O que hayan participado en algún ejercicio de la defensa, en un curso de superación o lo que es peor, que hicieran escala en una Clínica de Pollos.

Otro dato relevante nos alerta de que los pollos son naturales y sin conservantes. Nada más lejos de mis expectativas que un pollo antinatural y bien conservado encima de mi mesa. ¿Cómo conservar pollos sin conservantes? Imagino que si les proporcionan alimento, agua y sombra, si los alejan de sus depredadores naturales y los mantienen a salvo de gérmenes e infecciones, un pollo disfrutará una vida medio inútil hasta que un día, súbitamente, adquiera utilidad práctica.

Y que COAVIC incluya con el pollo todo lo que necesito me parece una generosidad extrema. Porque necesito un montón de cosas. Empezando por el pollo. Arroz, condimentos, aceite, algún postre si no es pedir demasiado. Si la empresa insiste… bueno, pasta de dientes y jabón para lavarme las manos porque el pollo tiene su grasita. Y para no molestar de más, un refresquito. De ser posible que haya electricidad dos o tres horas antes de la cena, para poder tomármelo frío. Con eso quedo contento.

¿Pueden ver como de COAVIC a COVID no hay más que un paso? Shit happens.

Salir de la versión móvil