Aquí se acabaron los compañeros

La competencia nos obliga a trabajar unos contra otros, luchando a brazo partido por cada cliente.

El trabajo en las plataformas de transporte es muy solitario. Y he descubierto que también despierta malos sentimientos. Es una cosa terrible solo pensarlo. No quiere decir que vaya abandonarlo, pero tengo, de alguna forma, que reformar mi participación en ello.

Sucede que los que manejamos Uber o Lyft, al contrario de otros trabajos, no tenemos vida social. Ya se sabe que ser taxista es una labor un poco solitaria. Pero aun así, los taxistas profesionales se las arreglan para comer juntos, relajarse con un cigarrito en compañía de algún colega. Los de Uber y otros, por las características del trabajo, no tienen esa oportunidad. Y, lo que es peor, tampoco las buscamos porque en realidad –hay que admitirlo–, trabajamos los unos contra otros.

La competencia es muy grande porque se trata de un trabajo fácil de conseguir, se necesitan muy pocos recursos –el más serio es el automóvil en sí– y uno depende de uno mismo. Eso, por sí solo, es un atractivo suficiente para que uno se esfuerce más e intente, a toda costa, «robarle» clientes a los colegas de trabajo. Por eso operamos en dos plataformas a la vez, otros trabajan con tres al mismo tiempo y eso nos aparta del tiempo para socializar, que es siempre indispensable. Nos vuelve un poco más rígidos, nos hace de cierta forma perder cierta humanidad cuando el colega deja de ser eso mismo, un colega, y se vuelve un adversario. Toda la atención va hacia el cliente porque como los ingresos tampoco son nada del otro mundo y los gastos sustanciales, al cliente hay que agradarle al máximo, sin caer en excesos, porque muchas veces detrás viene la propina.

Cuando comencé en esto la propina no era común. Se ha vuelto más popular durante el último año quizás porque en otros países se ha popularizado y los turistas que vienen al sur de Florida están importando ese hábito, que tampoco es desdeñable. Lo que sí hace es que te vuelvas una fiera detrás del timón mirando en cada esquina a un adversario que te está quitando el pan.

Pero no es cierto. Andamos todos en lo mismo. Tratar de completar un salario para llegar a fin de mes porque el «sueño americano» hace mucho que dejó de serlo. Esta semana leí en Facebook –y me hizo reír–, que «la siesta española es mejor que el ‘sueño americano’». No estoy tan seguro de ello, solo sé que la siesta es perniciosa para los que manejamos Uber y otros porque las tardes se están volviendo el momento de más trabajo. Pero el «sueño americano» lo sigo escribiendo entre comillas.

Pero me estoy desviando. Pese a todo, al menos en Miami hay pequeños, mínimos espacios de socialización entre nosotros. Tanto en el puerto como en el aeropuerto han habilitado un estacionamiento especial donde nos concentramos a la espera de pasajeros. Allí se dispone de baños, un pequeño servicio de catering, que no es más que una camioneta que vende refrescos y sandwiches grasientos que no abren mucho el apetito, y unas mesas donde los que se conocen conversan mientras esperan. Estamos todos en una fila cibernética que nos va llamando en riguroso orden de llegada. Solo que ese orden puede tardar horas y no es muy rentable.

Por eso no me gusta estar allí. Pudiera ser una buena oportunidad de conocer más gente, pero es una pérdida de tiempo. Los que se quedan suelen intercambiar informaciones sobre el estado de las calles, las carreteras, donde la policía se ha puesto más «farruca» o las dichosas camaritas de los semáforos están operacionales. Pero no más que eso. Lo único que me llama la atención es que esos estacionamientos son una especie de Naciones Unidas porque la crisis que nos lleva a Uber o Lyft (no nos olvidemos de que la creación de las plataformas puede ser una consecuencia del desarrollo tecnológico, pero se nutre de la crisis económica) afecta a todas las nacionalidades en este melting pot que es Miami.

A mí me gusta lo que hago porque hago lo estrictamente necesario. Cumplida la meta diaria me retiro. No quiero cansarme porque, además, hay que escribir a diario y la cabeza tiene que estar fresca. Pero no puedo dejar de pensar que es un trabajo que, como he explicado, me está deshumanizando. Y eso me preocupa seriamente. Mis colegas no debían ser mis adversarios sino simplemente eso: mis compañeros de trabajo.

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