Cuestión de necesidades

Cuando se montan dos clientes en el mismo viaje y uno establece cierta prioridad.

Foto: pxhere.com

Hoy quiero contar cómo manejar en un auto que tiene un servicio colectivo tiene sus momentos insólitos.

Si alguien cree que lo complicado de un Uber es poner de acuerdo a dos clientes que van en la misma dirección, en cuanto a quién se deja primero, está equivocado. La aplicación lo decide, y casi siempre el que tenga el destino más cercano tendrá prioridad. El otro tiene que esperar. Pero no siempre es necesariamente así.

Hace un par de semanas monté a dos clientes que iban en las misma dirección hacia el norte de Miami Beach. Se montaron en el centro de Miami. Es una carrera, a lo sumo, de unos 20 minutos. Pues resulta que habiendo recogido al segundo cliente, el primero tenía el destino más cercano y para allá nos dirigimos, cuando el segundo, que era una mujer, comienza a gritar que debe llegar primero porque tiene que ir al baño.

Le dije que en medio de la autopista no podíamos parar. Pero la pobre gritó tanto que no me quedó otra que pedir permiso al primer cliente para dejarla antes que él. Ningún problema, me dijo. Y directo fuimos hacia el norte de Miami Beach. La mujer no se calmaba. “Ya estamos llegando”, le dije. No hizo mucho caso pero bajó la voz.

Recuerdo que me llevé dos luces rojas pero en la tercera intercesión me paró un policía. “Se ha llevado la roja”, me dice. Le explico que fue concientemente, no había casi tráfico y tenía la urgencia de que la señora quería ir al baño.

Y me dice el policía: “¿Usted sabe cuantas veces he escuchado esa disculpa?”. Pues que no es una disculpa sino una realidad. El policía que no, él no creía en lo que yo le decía. Fue cuando me viré para atrás y le pregunto a la señora si quiere aprovechar que estoy parado. La mujer entendió, salió del auto, se acurrucó en la acera y allá fue eso.

El policía, que estaba patidifuso, se recuperó y me dijo: “Además son 80 dólares de multa”. ¿Pero, qué pasa aquí? “Ella se orina y yo soy multado”. Y agrega el policía salomónico: “Usted le dijo que lo hiciera en la vía pública”. Me impuso la multa, seguida de otra de 150 dólares por llevarme la roja, pero una semana después un generoso juez me las quitó, muerto de risa cuando le expuse el asunto.

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