Eusebio, ¿cómo lo has logrado?

La reconstrucción de La Habana Vieja ha sido un legado colectivo que ha tenido un gran protagonista, un maestro, que nos enseñó a pensarnos y a valorar lo que somos. "Andar La Habana", fue una universidad que nos hizo más habaneros y más cubanos.

Eusebio Leal muestra a los reyes de España el trono intocado del Palacio de los Capitanes Generales. Foto: EFE/Archivo

Eusebio Leal muestra a los reyes de España el trono intocado del Palacio de los Capitanes Generales. Foto: EFE/Archivo

Fue allá como por el año 1979. Eusebio Leal estaba recostado en la pared sureste del Palacio de los Capitanes Generales en La Habana Vieja mirando hacia el cielo. El tiempo estaba soleado, no amenazaba lluvia pero Eusebio siempre mira hacia arriba como quien busca algún tipo de inspiración. Nunca, en todos estos años he discutido este curioso detalle con él.

Norma y yo estábamos caminando por la plaza cuando lo divisamos. Eusebio era, al decir de su amigo García Márquez, un ser que levitaba sin darse cuenta porque no le interesaba. En esa época lo suyo eran dos cosas: enseñar y recuperar. Y enseñanza fue con lo fue ambos topamos con él cuando lo saludamos. “¿Son estudiantes?”. Claro. “Que bien….”. La frase se quedó en el aire y como yo era un fanático al programa “Andar La Habana” no se me ocurrió nada más que preguntarle de dónde vinieron esas piedras en las cuales se estaba recostando. Algo había que preguntarle, digo yo.

Lo que se siguió fue un Aula Magna. Explicó que muchas vinieron de canteras de la isla, otras de España, algunos mármoles de Europa pero, lo más importante, que los talladores también cruzaron el Atlántico. No recuerdo sus palabras exactas, dijo algo así que fue una obra monumental que no se quedó por el Palacio de los Capitanes Generales sino que abarcó un sinfín de otros palacios y palacetes erguidos en una simetría cuidadosamente diseñada que terminó por establecer un estilo arquitectónico que determinó el futuro de la ciudad. Recuerdo, además, que agregó que los arquitectos tuvieron la cautela de adaptar diseños europeos a las características del país, construyendo puntales altos para refrescar el ambiente.

Y agregó algo que habría de marcar su vida a partir de ese momento: “Ahora tenemos que reconstruir todo esto. Es nuestra tarea”.

No voy a decir que fue una premonición, porque reconstruir La Habana era una vieja aspiración social, sino que recuerdo haberme cuestionado cómo es que lo lograría.

ANDAR LA HABANA - CAPITOLIO

Cuba estaba en esa época enfrascada en otras tareas no menos importantes. El desarrollo económico, bienestar social, las peleas con Estados Unidos y el reordenamiento político. Recuerdo preguntarme cómo él lograría convencer el estamento verde olivo, con tantas otras preocupaciones, de la tarea que era necesario emprender. Y metió manos a la obra.

Lo primero fue diseñar el plan de reconstrucción, después el de la recuperación de fachadas e interior, después establecer el cronograma de la reconstrucción y vino entonces lo más difícil: conseguir los fondos necesarios. El país no disponía de los suficiente, había que conseguirlos fuera. Con un embargo económico implacable Europa parecía la única opción viable. Pero para ello necesitaba de un gran apoyo institucional. Es aquí donde entra un protagonista que ha quedado en las sombras y debiera ser recordado: Alfredo Guevara.

Guevara tenía conexiones con la UNESCO que había desarrollado desde 1968 y, entre ambos, se les ocurrió tocar esa puerta y comenzar a cabildear. Esfuerzos difíciles pero que desde el inicio contaron la ayuda de dos pilares básicos de la entidad cultural de las Naciones Unidas, Francia y España. Comenzaron por explicarles la importancia de ese patrimonio en medio del Caribe que no tenía nada que envidiar a otras ciudades de la región, que no había forma de lograr la tarea sin algún tipo de estímulo que “despertara” más interés. Es así, en silencio y con mucho tacto que en 1982 logran que la UNESCO declare La Habana Vieja Patrimonio de la Humanidad, y se abrieron las compuertas.

La capital cubana comenzó a recibir los fondos poco y poco de parte de gobiernos europeos, algunos incluso sin particulares simpatías hacia el gobierno de la isla, que permitieron lo que ahora está a la vista de todos, una Habana Vieja grandemente remozada.

Pero lo que a mi más me llamó la atención era el entusiasmo de Eusebio que nunca se rindió al desánimo y otra obra que tiene también un valor incalculable que debiera ser rescatada, sus programas de televisión, “Andar La Habana”.

Cada emisión era una verdadera clase magistral. Fue la forma de que la población entendiera la magnitud de la obra y su necesidad pero también un complemento educacional de los habaneros sobre la realidad que los rodeaba. Generaciones de cubanos se enteraron de detalles de su entorno que a muchos de nosotros nos hubiera pasado desapercibido. No pretendo haberlos visto a todos, pero recuerdo uno que hizo sobre las fuentes de La Habana Vieja de las que nunca había yo escuchado hablar y, mucho menos, me había fijado en ellas.

Andar La Habana I

Con “Andar La Habana”, un nombre que invitaba a caminar y verla de cerca, cada nuevo paso mío por La Habana Vieja ya no era igual al anterior.

Aprendí mucho con ese programa, bien filmado, escrito y presentado. Eran clases magistrales, repito. Y que ahora, recordados con nostalgia me doy cuenta que con ello Eusebio creó toda una legión de especialistas en restauración y reconstrucción, a personas amantes de la historia.

Comienzo a entender, Eusebio, como lo logró, maestro. Definitivamente, no hay que amainarse por las dificultades. A algunos puede que nos hagan mucho pero la verdad es que a Eusebio lo hicieron un gigante.

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