Un primero de enero

El primer día del año no es una fecha muy popular en el sur de Florida, pero como dice el filósofo Armengolus, es un momento en que por veces hace falta "un descanso mental".

Foto: Pxhere.

Ojalá todos los días fueran como el primero de enero en Miami. Fácil de manejar por las calles, muy poco tráfico, todo el mundo en su carril respetando las señales, desplazándose despacito y con cortesía. Fuera de lo normal, vaya. Esto último realmente es un hallazgo porque los choferes en el sur de Florida son un desastre; ya hemos hablado de eso por acá.

No tengo una explicación firme sobre este fenómeno, que se da solo el primero de enero porque al día siguiente vuelve el desastre, pero me inclino a pensar que tiene que ver con los abstemios de festividades, que no le dan la importancia que otros otorgan al fin de año. Son gentes que el primer día del año quieren eximirse de sus pecados diarios o que no quieren recordar la fecha.

Ya decía el filósofo Alix Armengolus que todo el mundo tiene derecho a un día de abstención de joder a los demás, pero también de olvidarse de ciertas cosas. Lo explica filosóficamente en su ensayo “¿Olvidar o no acordarse?”: “Es cierto que es una jodienda no acordarse de las cosas en la vida, pero a veces olvidarse de ciertos días también produce un descanso mental del carajo”. En este momento prepara otro, provisionalmente titulado “¿Es verdad o no es mentira?”

A decir verdad y no mentira, a él no le calientan ni le enfrían los primeros de enero porque Armengolus es de esos filósofos modernos que no sale a la calle el primero de enero. Hace muchas décadas que dejó el hábito, vaya usted a saber por qué, aunque sospecho que se debe a que pasa el día durmiendo porque los días 3 y 4 no produce nada. Pero los respetamos.

Lo cierto es que los primeros de enero también se celebran en Miami con sano esparcimiento. Puede incluir un desfile popular por anchas avenidas, algunas al borde del mar donde, además de disfrutar del aire libre, seguramente se reflexiona –como en otros lugares– sobre la contienda que vendrá el año ya inaugurado y cómo enfrentar las adversidades que se interpongan. Se trata de unos desfiles curiosos porque no son concurridos, entre otras razones porque para algunos los primeros de enero no son muy populares. Mis amigos me explican que les traen malos recuerdos, aunque no entran en detalles. Parece que les evoca alguna mala suerte o causas perdidas. Incluso han adoptado un proverbio madrileño: “más se perdió en el Cotorro”. Por eso prefieren seguir los preceptos de Alexius.

Esto podría relacionarse con el hecho de que adivinar el futuro no es fácil sin ser curandero, espiritista o babaláwo, esos que suelen esperar el año en un discreto pero entretenido cónclave tratando de adivinar lo que se nos viene encima en los próximos 365 días –por cierto, este año son 366, por eso el resultado de sus reflexiones el día primero salió a la calle tres horas más tarde de lo habitual–, que termina siendo presentado de un modo tan críptico que, curiosamente, genera un número aún mayor de adivinos tratando de descifrar el significado de todo aquello. Fue lo que pasó en el Cotorro aquella vez, nadie entendió nada.

No pretendo hacerlo aquí este año. Lo mío es menos complicado, aunque más extenuante, porque suelo pasar todo el año en la calle al timón tratando de adivinar por dónde va la gente a doblar en las esquinas: Miami, en ese sentido, es como un zoológico. Cada animal en su gajo. Unos van manejando por la senda derecha, pero cuando en la esquina se abre la luz roja doblan a la izquierda aunque haya otro carro al lado y se te atraviesan delante. Otros tienen un comportamiento extraño: esperar unos minutos después de aparecida la luz verde. No arrancan: se quedan parados como si estuvieran pensando en algo. En qué hacer, por ejemplo. (No se olviden que viene el nuevo año encima). Como aquel señor que tomó el Palacio de Invierno en medio de una tempestad de nieve, como  Dios manda, pero con consecuencias mucho más duraderas. Realmente, están texteando.

Por eso me gustan los primeros de enero. Por acá son de una tranquilidad revolucionaria (algo tenía que pegarse, ¿es mentira o no verdad?), en parte porque quienes no supieron prever el futuro se quedan en casa  y los demás se mueven manejando despacio, pero pensando en la coyuntura que se les viene encima en las próximas contiendas como la cuenta de la luz, la hipoteca, el alquiler, los impuestos literalmente ahí al doblar de la esquina, la letra del carro y las vacaciones de los chamacos (una fortuna que se va en eso todos los veranos y la preocupación comienza ya en enero). Es una angustia que se les ve en los ojos. Como si estuvieran comiendo mierda parados en la esquina.

Feliz Año Nuevo a todos.

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