Algo rojo, por si acaso…

Hoy me enfundé un pulóver escarlata y salí a las calles de Siguaraya City esperando ver más gente vestida de rojo que un primero de mayo, pero no: parecía cualquier día menos 4 de diciembre, fiesta iberoamericana de Santa Bárbara, una deidad de la que muchos solo se acuerdan hoy, o cuando está tronando.

Aquí la celebración tiene un especial colorido, y muchos prefieren vestirse de rojo por fe, por cultura e incluso “por si acaso”. Sin embargo, aunque aún faltan dos semanas para el día del Viejito Lázaro, otros se vistieron de morado porque es miércoles, y dicen que ese color es el más propicio para este día, atravesado como él solo.

Al principio me extrañó la inesperada palidez, aunque después lo achaqué a la discreción de mis compatriotas… ¡Como si yo nunca hubiera usado un calzoncillo grana a falta de prendas más evidentes! Además, la costumbre aprueba el uso  de usar accesorios, carteras, gorras o lo que sea, en tanto tenga el color de la Virgen Guerrera, conocida como Shangó en la religión de origen africano.

Santa Bárbara, la mártir católica de Nicomedia, es representada con una pañoleta roja, símbolo tan arraigado como su espada, las torres o el rayo que también identifica al Shangó traído por los esclavos en tiempo España, cuando tenían prohibido venerar a sus deidades u “orishas” públicamente. Pero como nosotros nos le escapamos al Diablo, nuestros ancestros fundieron sus cultos con la liturgia cristiana, dando lugar al sincretismo religioso que aún perdura, es parte de la cultura nacional y explica por qué aquí el que no tiene de congo, tiene de carabalí.

Sin embargo, aquel viejo prejuicio perduró y durante décadas fue estigmatizada toda práctica asociada justa o injustamente a las religiones de origen africano, al punto que el “ñañiguismo” era considerado un delito. Recuerdo un rumor recurrente en mi infancia, por esta fecha, sobre niños robados para sacrificarlos a Shangó, un absurdo legitimado por la ignorancia o el miedo a lo diferente.

Todo comenzó a cambiar cuando la gente sacó su espiritualidad del corsé ideológico, y también, justo es decirlo, cuando era necesario creer en algo, encomendarse a alguien o tener alguna luz aunque sea. Quizás la prueba más contundente de que salíamos del closet –en la vida hay muchos armarios mentales- fue el éxito de un tema musical que alcanzó el status de clásico por su arraigo y pertinencia: “¿Qué tu quieres que te den?”.

Aquel son, cantado por Rojitas, mostró la raza de cronista social de Adalberto Álvarez y puso a bailar a todos revelando sin rodeos que “hay gente que te dice que no cree en ná, y van a consultarse por la madrugá”. Tanto pegó aquello, que el Sonero Mayor lanzó una versión casi 20 años después, y de nuevo copó las listas de éxitos radiales.

Justo es reconocer el poderoso precedente del montuno “Que viva Shangó”, que estrenó Celina González en 1948. La reina de la música campesina asegura que le debe su éxito a esa canción, nacida tras una aparición de la mismísima Santa Bárbara. A su vez, el salsero Willy Chirino recrea la aproximación de un gringo a esa liturgia en su estribillo “Míster don’t touch the banana, la banana es de Shangó”…

El “guemilere” o fiesta con tambores saluda al Orisha del Rayo, que aporrea el cuero como nadie. En su altar nunca falta el vino casero, las manzanas y el plátano, y muchas de sus cualidades explican por qué es tan popular en Siguaraya City: carácter guerrero y explosivo, jovialidad y pasión por la música, la buena comida y, sobre todo, las mujeres, preferiblemente las que te aguantan que te hagas el bárbaro sin montársele Shangó en puyas, porque esas… esas no creen ni en la madre que las parió…

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