Al que madruga Dios lo ayuda

Quienes hacen las cosas lo antes posible, sin darle espacio a la pereza y la inacción, suelen gozar frecuentemente de éxito.  Tanto si se trata de encontrar un lugar adecuado en la arena de la playa, que de llegar primero a una mujer con hambre de varón.

En su obra inmortal, “La sabiduría de las naciones”, el Doctor Joaquín Bastús apunta unas cuantas variantes del modismo en diferentes países. Digamos, los alemanes se inclinan por “Dios ayuda al hombre laborioso”, los griegos prefieren “El Señor se complace en secundar al que trabaja”, y los franceses aconsejan: “Ayúdate y el cielo te ayudará”. La Biblia es todavía más explícita: “La mano de los diligentes enriquece”.

Pero todo en la vida tiene un pero, y este refrán también. De ahí que circule por ahí una coletilla aclaratoria: “Al que madruga Dios lo ayuda… si se levanta con buen pie”. Y alguien bien ingenioso tuvo el acierto de decir un día: “Uno que madrugó un duro se encontró, pero más madrugó el que lo perdió”.

A cada cerdo le llega su San Martín

Da igual decir “a cada puerco”, o “chancho”. Lo invariable es el sentido mismo de la frase, destinada a indicar que nunca queda impune el comportamiento de la gente malvada, pues antes o después, de mañana o de noche, con bonanza o tempestad, las malas acciones reciben su castigo.

El propio Cervantes dice en El Quijote: “Su San Martín se le llegará como a cada puerco”. Y es que alrededor del 11 de noviembre, que marca la festividad en honor al popular santo cristiano Martín de Tours, era (y en muchos lugares sigue siendo) tiempo de proceder a la matanza del cerdo. Dicho de un tirón, la gente cebaba varios animales y, en aras de disponer de carne durante el invierno, los sacrificaba en esta fecha.

Otro proverbio parecido dice así: “No hay plazo que no se cumpla / ni deuda que no se pague”. Y una amiga me cuenta vía Facebook que en Colombia suelen recordar: “A cada pavo le llega su Nochebuena”. Sin embargo, la forma que se impone en España actualmente es “a cada uno le llega su San Martín”, quitando el cerdo para que no suene ofensivo.

“Cada cochino tiene su 31”, cabría decir entre nosotros. Y cada vendedor de cochinos, su San Dinero, por supuesto.

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