Anglada y Urquiola

¿Quién gana en mis simpatías? ¿Quién, en mi admiración o mis nostalgias?

Los dos jugaron la segunda base. Coincidieron en el tiempo, y entre ellos se planteó una porfía que dividió a la afición de toda la Isla. Una parte, que amaba el espectáculo, deliraba con Rey Vicente Anglada. La otra, más propensa a estimar la eficiente sobriedad, prefería a Alfonso Urquiola.

Lo cierto es que eran tipos (como yo siempre digo cuando hablo de esa clase de tipos) especiales. Armados hasta los dientes con cuchillos de béisbol, ametralladoras de béisbol y granadas de béisbol. Líderes indiscutidos en dos de los equipos más grandes del país.

Ya lo creo: Anglada ha sido, junto a Víctor y Germán Mesa, el pelotero más sensacional de las Series Nacionales. La gente iba al Latino –y a lo que no era el Latino- para ver cómo hacía un engarce de ficción, cómo corría las bases, cómo hacía llorar la pelota (porque encima bateaba, a pesar de que los bates eran pésimos y los pitchers, formidables).

Si miramos su hoja de servicios hallaremos que participó en diez campeonatos domésticos, compiló un average de .291 con 422 anotadas, 40 bambinazos y slugging de .398. Además, se robó 197 bases en menos de 300 intentos, con OBP de .362.

Su caso representa uno de esos misterios insondables entre tantos que pueblan la mitología beisbolera cubana. En plena madurez competitiva, con 29 años y un montón de sueños por cumplir en los diamantes, lo acusaron de vender juegos y fue separado para siempre de lo que más ha amado, la pelota.

Anglada siempre negó la imputación. Todavía lo hace, luego de haber vivido la soledad, el dolor de la prisión. Sin embargo, algo muy extraño había en aquella historia, y quedó confirmado cuando pasado el tiempo al “36” capitalino le entregaron las riendas de Industriales, primero, y después del team Cuba.

Urquiola, que es un guajiro irremediable y pinareño, fue famoso por su habilidad para facturar los doble plays sin mirar a la inicial. Y tanto fue su arraigo, tanta la clase que lo acompañó durante casi veinte años, que jamás se le vio como actor de reparto en ninguna novena, no importa si a su lado estaban Casanova y Linares o Muñoz y Cheíto Rodríguez.

Era un monstruo. Bateó .286 con slugging ligeramente superior a .400, estafó 209 almohadillas y venció 89 veces los límites del parque, con participación en 777 jugadas de doble matanza.

Cuentan que le tocaba ser intermedista y jardinero derecho (al mismo tiempo) cada vez que el legendario Casanova llegaba al terreno pasado de copas. Dicen que le ponía más corazón que nadie a cada choque. Puedo afirmar que es un hombre de ley, con la palabra justa en el momento necesario.

Anglada y Urquiola –campeones como atletas y reyes como managers- son una prueba más de que las rivalidades deportivas no obstaculizan la amistad. Los dos han sido objeto de la conspiración furiosa del mediocre. Los dos sobrevivieron y ahí están, llenos de gloria. Inmarcesibles.

MI VOTO: Mis nostalgias están con Anglada. Mis simpatías, con Urquiola. Mi admiración se va con ambos, de manera que en la última entrega de Atalaya hay un empate. Hasta más ver…

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