Caballero sin miedo y sin tacha

Un poema de Mirta Aguirre dedicado al Che Guevara (“¿Dónde estás, caballero Bayardo, caballero sin miedo y sin tacha?”) me familiarizó con la expresión desde los ya lejanos tiempos de la escuela primaria. Sin embargo, pasaron muchos años hasta que, casi por casualidad, pude comprender su misterioso origen.

La explicación estaba en El Origen de las Naciones, ese clásico del Doctor Joaquín Bastús. “Se aplica este dictado –apunta el catedrático en su libro- a un honradísimo y muy valiente caballero, con alusión al célebre Bayardo”.

Resulta que el personaje se llamó Pierre Terrail LeVieux, fue señor de Bayard, francés y militar de valor y honradez a toda prueba. Sus numerosos hechos de armas dieron pábulo a que lo apellidaran “caballero sin miedo y sin tacha” (chevalier sans peur et sans reproche), y tanta era la admiración que despertaba en sus contemporáneos, que se llegó a decir que tenía “asalto de carnero, defensa de jabalí y fuga de lobo”.

Símbolo por excelencia de los valores de la caballería francesa de finales de la Edad Media, Terrail ha llegado a nuestros días como una especie de estandarte de aquel tiempo en que el honor significaba el verdadero sentido de la vida.

Por donde fueres, haz como vieres

Más que un modismo, se trata de un consejo sabio: a fin de evitar conflictos, es recomendable acomodarse a las costumbres y usos del país en el que uno se encuentra.

La cosa, pues, está en atemperarse. Los árabes dicen: “Cuando pases por el país de los tuertos, cierra un ojo”. Y en el viejo gran imperio se puso de moda aquello de “Quid Roma fauciam? Mentiri neucio” (¿Qué haré en Roma? Yo no sé mentir), para aludir a la necesidad de ponerse a tono con los vicios de una ciudad corrupta.

Por supuesto, siempre habrá quienes traten de singularizarse a ultranza, aferrados a una individualidad soberbia que los lleva a no aceptar el nuevo entorno. Por ese camino, en algunas naciones terminan lapidados, y en las nuestras, algo menos radicales con el excentricismo, se les aparta con la misma pinza que antiguamente aislaba a los leprosos.

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