Poner pies en polvorosa

Los usa usted, los uso yo, los emplean el académico de la Lengua, el soldado de filas y el estibador del puerto. Al final, todos echamos manos de los dichos, ignorando su origen las más de las veces. Sabemos perfectamente lo que significan, pero no reparamos en su procedencia. Son “refranes en mangas de camisa”, como escribió el más inolvidable de los olvidados, Eladio Secades. Salen a relucir a diario, resumiendo en una frase breve lo que podría tomar media cuartilla. Este espacio estará dedicado a repasarlos…

Poner pies en polvorosa

La expresión, según aclara el Diccionario de Autoridades y conoce todo el mundo, equivale a escapar con precipitación y ligereza. Sin embargo, su acta de nacimiento es un enigma que no ha podido resolverse.

Tres versiones batallan por la paternidad del dicho. Unos creen que proviene del sonsonete, porque el que huye a todo gas por caminos de tierra siempre levanta polvo. Otros (incluyendo al ilustre cervantista Diego Clemencín) lo atribuyen al lenguaje de germanía, ese modo de hablar de los maleantes y rufianes, en cuya jerga “polvorosa” significa “calle”.

No obstante, la explicación más aceptada la aporta el sacerdote Sbarbi en El Averiguador Universal: “Viendo Alfonso III, el Magno, los progresos que en las fronteras de sus reinos hacían los moros, acudió con sus tropas a contener los adelantos del sarraceno. Presentó a los enemigos la batalla cerca del río Órbigo, provincia de Palencia, en los campos de Polvorosa, y allí el valor de nuestros soldados, unido al temor que infundió a los moros un eclipse de luna, hizo que Alfonso III consiguiese una completa victoria, dispersando en precipitada derrota a los moros. Desde entonces se hizo proverbial Polvorosa, encerrando primitivamente dicha frase una amarga ironía por todo ejército fugitivo, y aplicándose después a la persona que se ausenta con premura de algún lugar”.

Inevitablemente, el tema me recuerda aquellos versos de Plácido en su Jicotencal: “Dispersas van por los campos/las tropas de Moctezuma/de sus dioses lamentando/el poco favor y ayuda”.

Al final, y en buen cubano, polvorosa no es más que ‘corretaje’.

Echar el muerto a otro

Sinónimo de atribuir a un tercero la culpa de algo que no ha hecho, el modismo deriva de los usos judiciales de la Edad Media, donde la figura denominada ‘responsabilidad colectiva’ implicaba que todos los habitantes de una villa respondían por los delitos de gravedad cometidos dentro de su término, siempre y cuando no se pudiera encontrar al culpable. En tales casos, los lugareños eran forzados a pagar conjuntamente una multa (homicisium) que, por cierto, no era nada despreciable.

Con el afán de evitar la urticante sanción pecuniaria, los vecinos de la villa donde aparecía algún cadáver se daban de inmediato a la tarea de ensacarlo y, al amparo de la luna, lo trasladaban hasta un pueblo próximo, que muy a su pesar habría de encarar después el pago de la multa.

Visto el caso, “echar el muerto a otro” es un acto taimado y deplorable. Aunque siempre será mucho peor, claro está, “poner el muerto”.

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