Dormir la mona

Hay quien duerme la mona casi a diario. Cabe decir: la goza. Unos tragos de ron –con suerte, ron auténtico- y después el aterrizaje horizontal, da lo mismo con sábanas que sin cama ni cuarto ni colchón.

Todo indica que esta frase popular se empleaba en España hace medio milenio, porque la costumbre de embriagar simios en las ferias ambulantes para provocarles conductas graciosas y otros efectos clásicos de la borrachera data del siglo XVI . Al curda melancólico se le designaba como “mona triste”, y al bailador y feliciano, “mona alegre”.

Es más: en el mismísimo Quijote puede leerse “tomar la mona” como equivalente de embriagarse.

Otra versión señala que ya en tiempos de la cultura helénica se asociaba el entusiasmo de los monos con el placer del vino. Y algunos historiadores aseguran que el pintor griego Apeles había representado a Baco, dios del vino, acompañado de una mona como símbolo de la contentura.

Al final, ¿qué hace un beodo que no sea pura monería? Definitivamente, poca cosa más.

Amor platónico

El ilustre escritor de La República se habría sentido a gusto de saber la frecuencia con que se le cita actualmente, aunque quizás se sentiría contrariado porque en muchas ocasiones la referencia anda equivocada.

Me explico: el término platónico es utilizado para indicar algo ideal o casto, sin intereses materiales. Así, el amor platónico es aquel que se queda en el plano espiritual, sin contacto carnal o sexual.

Sin embargo, los significados comúnmente asociados a esta expresión (en el sentido de amor no correspondido o imposible) son erróneos, puesto que no responden a la concepción platónica del amor expuesta en su famosa obra El Banquete.

Según el mejor discípulo de Sócrates, el verdadero amor es el amor a la sabiduría, al conocimiento; por lo tanto, no es el amor al ideal de una persona, sino el amor a conocerla y saber de ella. Un sentimiento más centrado en la belleza del carácter y en la inteligencia, que en la apariencia física.

A contrapelo de todo lo anterior, el estudioso Jay Kennedy ha apuntado que Platón nunca defendió un amor espiritual sin sexo, y que en cambio abogó por un camino medio entre la promiscuidad y la abstinencia. Sin excesos, pero con “cositas”.

A fin de cuentas, el griego era un genio.

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