Dormirse en los laureles

Hace un montón de años, el laurel era un árbol consagrado al dios Apolo, pero también a los poetas, emperadores y grandes generales. Con guirnaldas confeccionadas con sus hojas coronaban entonces las sienes de aquellos individuos que merecían honores, a manera de esas modernas medallas que se enquistan en el pecho de los homenajeados.

Resulta que el laurel era considerado por griegos y romanos como una planta protectora y curativa, y fue tomado como representación de gloria y símbolo de resurrección, ya que una vez cortadas, sus hojas tardan mucho en marchitarse.

Dice la RAE –y no hay razón alguna para no creerle-, que “dormirse en los laureles” es “descuidarse o abandonarse en la actividad emprendida, confiando en los éxitos que se han logrado”. Dicho en buen cubano, el modismo se refiere al relajamiento que sobreviene a menudo tras la consecución de ciertas metas, con la seguridad de que se nos recordará por lo grandiosos que algún día fuimos.

Pero la realidad es otra, y si uno quiere seguir siendo Usain Bolt, deberá entrenar todo el tiempo para serlo, o mañana dirán con razón que uno es la sombra de sí mismo.

El mismo perro con diferente collar

A veces, las cosas tratan de disfrazarse ante nuestros ojos, pero son las mismas. Es como cuando cambian a un director de periódico, pero el siguiente viene con la misma línea editorial, rígida, contraproducente y lamentable. O como cuando se suceden Clinton, Bush y Obama. O como cuando el picadillo de soya toma el trono de la pasta de oca.

El autor de este dicho no es otro que el rey Fernando VII, según cuenta el escritor italiano Carlos Dembowski. A tenor con sus investigaciones, la milicia de Madrid fue disuelta tras la entrada del ejército francés comandado por el Duque de Angulema, y los milicianos fueron reemplazados entonces por los guerrilleros realistas.

Una vez que éstos formaron por primera vez ante palacio, el monarca quedó estupefacto al notar que las caras de los nuevos soldados eran las mismas de aquellos milicianos a los que había licenciado poco antes. Entonces, decidido a no pasar por tonto, dijo con ironía marcada: “Pues hombre, estos son los mismos perros con otros collares”.

Desde entonces, la frase sale a relucir cada vez que alguien quiere expresar su desencanto ante las situaciones en que, tras aparentar posibles renovaciones, la vida sigue igual. Igualitica, a la manera del cuartito que inmortalizó al desdichado Panchito Riset.

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