El hábito no hace al monje

El sentido del dicho que encabeza esta sección es tan claro como fueron las aguas del río Almendares hace un siglo: las apariencias engañan, puesto que el exterior no es necesariamente indicativo de lo que hay en el interior.

Según cuenta Joaquín Bastús en su clásico La Sabiduría de las Naciones, se trata de un proverbio antiquísimo. En Egipto se decía el equivalente a la locución latina “isiacum linostolia non facit” (la túnica de lino no hace al sacerdote de Isis). Fue a partir de ahí que surgieron mil y una variantes, entre ellas “la borla no hace al doctor”, “la barba no forma al filósofo” o, más ingenioso aún, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.

Se cree que el modismo empezó a generalizarse en la Edad Media, cuando numerosos seglares eran enterrados con el hábito monacal. Más allá de las discrepancias en torno a la expansión de su uso, lo cierto es que constituye un alerta permanente contra la superficialidad, en tiempos donde demasiada gente anda con el ‘detector de mierda’ apagado a tiempo completo.

De noche todos los gatos son pardos

Los griegos de antaño, que eran mucho más sabios que los griegos de ahora, tenían un proverbio que en latín decía: “Sublata lucerna, nihil discriminis inter mulieres”. O sea, algo así como “apagada la luz, todas las mujeres son iguales”.

En su tratado De los Preceptos del Matrimonio, Plutarco refiere que una bella y casta matrona citó este proverbio a Filipo, rey de Macedonia, para disuadirlo de continuar acosándola con pretensiones amorosas.

Al final todo termina en que, a falta de luz, es muy fácil tomar una cosa por otra, y como señala Bastús, “disimular o encubrir las tachas y defectos de lo que se da, vende o cambia”.

¿Se acuerda de los tiempos del Período Especial y el apagón perenne? ¡Qué manera de haber gatos pardos en la calle!

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