Estar entre Escila y Caribdis

Incidit in Scyllam, qui vult vitare Charybdim. Es decir, encontrarse entre dos precipicios o desgracias que implican la posibilidad de que, queriendo evitar una, caigamos en la otra.

Escila y Caribdis fueron dos monstruos marinos de la mitología griega situados en orillas opuestas de un angosto canal de agua –lo que hoy conocemos como Estrecho de Mesina-, tan cercanos entre ellos como para generar  peligros casi simultáneos.

Dice la mitología que Caribdis fue una mujer que robó unos bueyes a Hércules y, fulminada por un rayo de Zeus, acabó transformada en abismo.

Por su parte, Escila era una ninfa que robó el corazón al tritón Glauco y desató así los celos de Circe, quien echó un tósigo en la fuente donde se bañaba y la convirtió en un fenómeno con seis cabezas de perro. Los terribles ladridos de los canes, entonces, aludían al ruido de las olas estrellándose en las rocas del estrecho.

En su camino a Ítaca, el ingenioso Ulises perdió allí a seis de sus hombres, y si no constituyó el fin de la aventura se debió a los favores de Atenea, que impulsó mágicamente la nave.

El tiempo simplificó la frase, que actualmente escuchamos con frecuencia como “estar entre la espada y la pared”.

Más vale tarde que nunca

En plena senectud, Diógenes Laercio se empeñó en aprender música. Y como en todas las épocas ha habido entrometidos e imprudentes, alguien le echó en cara una ‘perla’ del tipo “ya eres demasiado viejo para eso”. No se sabe si irónico o airado, el filósofo acuñó en ese instante un modismo que ha vencido el poder erosivo de los siglos:

Praestantius sero doctum esse, quam nunquam. O lo que es lo mismo, mejor salir de la ignorancia alguna vez, que no hacerlo jamás. Mejor emprender las cosas un día, que ninguno. Eso, aunque otro refrán nos aconseje no dejar para mañana lo que podamos hacer hoy.

Al final de la historia, es preferible llegar tarde a una cita, que dejar esperando ridículamente a la persona. Y vale más –siempre valdrá más- pedir perdón a los tres años, que tragarnos por siempre la áspera moneda del remordimiento.

Salir de la versión móvil