Jordan y Él

Para K, que me lo sugirió 23 veces…

“¿Quién gana en mis simpatías? ¿Quién, en mi admiración o mis nostalgias?”

Este viernes mi columna será diferente. Esta vez no habrá porfía, porque un hombre no puede pulsear consigo mismo a menos que se trate de un imbécil parado ante el espejo. Ni siquiera tendré que ejercer esa opción laboriosa y permanente: el voto. Hoy solo voy a hablar de Michael Jordan, quien confirmó que Dios luce elegante con pantalones cortos.

Olvidemos durante estos párrafos a Rocky Marciano, que conoció la muerte sin saber de la derrota. Olvidemos las 122 victorias consecutivas de Edwin Moses, y también las dinastías de Tiger Woods, Michael Schumacher y el lóbrego relámpago, Usain Bolt. Olvidemos la recta infernal de Randy Johnson y, tras un esfuerzo extra, olvidemos incluso las piernas de Marilyn con su vestido blanco al viento. Nadie ejerció más influencia en los sueños de una generación que el número “23” de los Chicago Bulls. Nunca un ícono fue tan perfectamente delineado.

Michael Jordan sacaba la lengua –su marca comercial- en medio de los pasajes más intensos del partido. Los rivales ponían el 110 por ciento en cada acción, trataban de quebrarlo, de reducirlo a escombros y cenizas, y él respondía a la manera de los niños malcriados, con el apéndice salido de la boca en son de reto. A lo largo de 15 temporadas no hizo más que burlar la oposición y jugar solo. Junto a Pippen y Rodman y Kukoc, pero solo.

“Jordan vence a los Knicks”… “Mike sepulta a los Lakers”… “M.J., implacable ante los Pistons”… En su nombre cabía la franquicia, y su nombre era más conocido que el de Reagan, Bush y Clinton, los presidentes que mandaron en la Casa Blanca mientras él gobernaba en Estados Unidos.

Nada faltó en su alforja. Rookie del Año, ganador del concurso de mates, seis anillos de campeón, dos títulos olímpicos y uno panamericano, montones de convocatorias al Juego de Estrellas, MVP de campañas regulares y play off, diez veces máximo anotador, Hall de la Fama, 50 portadas de Sport Illustrated, Deportista del Siglo según ESPN…

Por espacio de 842 duelos sucesivos marcó en dobles dígitos, suyo es el mejor promedio por partido de todas las épocas (30,1), y en 39 desafíos superó la barrera de los 50 puntos. Uno de sus antiguos compañeros, Steve Kerr, lo definió con un “you’re fucking unbelievable!” frente a las cámaras en Delta Center, luego del célebre Last Shot con la franela de Chicago.

Desde que se estrenó en la NBA quedó muy claro que había llegado un jugador de 10 en todas las facetas, salvo en el tiro de tres puntos, asignatura que aprobó pasado el tiempo. Parecía un atleta sobrenatural –tanto en ataque como a la defensa–, y encima le decían aquel apodo mayestático, His Airness, porque tenía el don de volar. No era un truco de David Copperfield: Jordan flotaba más que todos, y hasta podía gastarse el lujo de una caminata por el aire rumbo al aro, enarcadas las cejas y la lengua –piedra roja sobre una piedra negra- en actitud de abierto desafío.

Tendrán que comprenderlo Bird y Magic, Russell y Kareem; deberán aceptarlo Julius Erving, Chamberlain y Kobe; le dolerá mucho en el orgullo a LeBron James, pero todos –antecesores, contemporáneos, sucesores– han sido personajes colocados con deliberación en la novela del básquet para que, una vez contrastadas sus hazañas, concluyamos inevitablemente en que ninguno puede tutear a Jordan.

Si hubo un día en que me convenció de que era un tipo extraordinario, ese fue el 11 de junio de 1997, en el quinto compromiso de la final contra los Utah Jazz de Stockton y Malone. Jordan salió a la duela con fiebre de 39 grados y evidentes síntomas de debilidad. Sudaba a mares, y cada vez que iba a la banca le ponían paños húmedos en la cabeza. Aun así, en una clase inolvidable de autosuperación y entrega, jugó 44 de los 48 minutos de partido y marcó 38 cartones, cogió siete rebotes, robó tres balones, puso un tapón y asistió a cinco coequiperos. En los segundos decisivos del encuentro, en medio de un time out, se le vio apoyarse por completo sobre Pippen, arrastrando extenuado el corazón gigante con que vino a la vida.

Borges dijo que “todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre”. Cabe agregar que cada vez que alguien ensaya un tiro a la canasta, es Michael Jordan.

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