Mal que te pese

Todo parte de una historia de amor que ya le cuento…

Resulta que hace un montón de tiempo, un gran señor feudal tenía una hija espléndida. Vivían en Ávila, hacia el centro de España, y aunque a la muchacha le sobraban pretendientes, solo uno acaparaba su atención.

Dice Vicente García de Diego en su Antología de Leyendas (Barcelona, 1958), que un buen día la doncella y el mancebo comenzaron a verse a escondidas, ora en el jardín de casa, ora en alguna callejuela cómplice. Sin embargo, un mal día el padre de la chica se enteró, y ciego de rabia y egoísmo movió todas sus influencias para que el joven fuera desterrado de Ávila.

Al amante no le quedó otro remedio que acatar la orden, pero antes de hacerlo, le dejó un adelanto al gran señor: “Mal que os pese, he de ver Ávila”.

En efecto, el terco enamorado contrató a un grupo de alarifes y se fue con ellos a un paraje cercano al actual pueblo de Sotalbo, donde levantó un castillo y una torre altísima desde donde podría contemplar la casa de su amada.

Sabedora de eso, ella también se asomaba diariamente a la ventana de su habitación, y hay quien sugiere que hasta sacaba algún pañuelo para que el desgraciado noble no ignorara su nostalgia.

Desde entonces, aquel castillo fue bautizado como “Mal que te pese”, y el modismo quedó en el habla popular como una forma de decir que “aunque trates de impedirlo, haré por mis mismísimos lo que me propongo”.

Ley draconiana

De esa manera se le llama a toda medida, providencia o disposición excesivamente severa. Digamos, la reciente adopción en el Parlamento ugandés de un proyecto de ley que reprime a puro fuego la homosexualidad, incluyendo sentencias de cadena perpetua para los reincidentes.

Pero, ¿de dónde viene esa palabra fea, “draconiana”? Pues viene de un legislador de Atenas en el siglo VII antes de Cristo, el viejo Dracón, a quien se atribuye la primera codificación de las leyes de la ciudad, hasta entonces transmitidas oralmente.

El código –que dejó chiquitico a Hammurabi- era salvajemente riguroso, e imponía la pena de muerte por el robo elemental de un racimo de uvas, y la esclavitud como castigo del impago de deudas.

¿Robo? ¿Deudas? ¿Se imagina, de haber nacido en estos tiempos, el banquete que se daría Dracón si visitara nuestras tiendas en divisas o un  mercado agropecuario? Ay Coppelia, de lo que te has salvado…

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