Meterse en camisa de once varas

Esta mañana aún no tenía claro de qué frases hablaría en la entrega de este viernes. Una amiga bellísima –algo hay de Demi Moore en su mirada- me sugirió aquella de “en Belén con los pastores”, pero le repliqué que ya había publicado “estar en Babia”, lo cual es lo mismo, aunque sin pastores en escena. Atoradas las ideas, le dije vía chat: “Estoy en un aprieto”, y continué: “Metido en camisa de once varas”.

Así, por pura casualidad, apareció el tema de hoy ante mis ojos. Que es un modismo viejo, al punto que se remonta al Medioevo, derivado de las ceremonias de adopción de niños…

Se cuenta que el padre adoptivo –habitualmente un funcionario eclesiástico que deseaba sucesor- debía meter al infante por la manga de una camisa amplísima (hiperbólicamente, de once varas*), y sacarlo después por la cabeza, para simbolizar así una especie de segundo parto.

Por supuesto, todo no sale bien en esta vida, y hubo adopciones que desembocaron en trastornos y tragedias familiares. A partir de ese momento, la gente empezó a apelar al dicho del título, aludiendo por lo general a la injerencia en asuntos que nos quedan grandes y  no estamos plenamente calificados para emprender. (En su famoso diccionario, empero, María Moliner señala que la frase significa “inmiscuirse alguien en lo que no debe importarle”, mas con todo respeto para la gran señora, ese no es el sentido que le damos en Cuba).

Por cierto, la referida ceremonia de adopción fue documentada en numerosos países europeos, y dio origen a otro modismo también delicioso, por simpático: “Éntrale por la manga y sácale por el cabezón”.

Echarle a uno los perros

Esto es lo que se llama un dicho polisémico. En Colombia apunta a coquetearle a alguien, seducirlo o declarársele con el fin de establecer una relación sentimental. En Ecuador también tiene que ver con el cortejo, casi siempre con un propósito serio. Mientras, en Nicaragua se usa cuando alguien vomita los excesos de licor, y también si una chica “le da calabazas” a su pretendiente.

En Cuba, por su parte, su empleo poco tiene que ver con lo anterior, pues se orienta a indagar con ironía por la ausencia prolongada de alguien, al estilo “¿qué tiene Juan que hace rato no viene por acá?, ¿le habrán echado los perros?”.

Se trata de una de las tantas expresiones que han nacido en el mundo de la tauromaquia. Procede del pasaje en que el toro de lidia ignoraba las órdenes del torero, sin embestir el capote o dirigiéndose a un punto del coso diferente al deseado por el matador. La ¿indisciplina? del pobre animal era castigada entonces con la entrada en escena de una jauría de perros adiestrados, los cuales lo acosaban y mordían para goce de los espectadores y beneplácito del denominado ‘artista de luces’.

Desde ese momento, el dicho se abrió paso como sinónimo del acto de hostigar a alguien para sacarle de su pasividad o indiferencia. Justo como lo hacía Demi Moore (¡vaya reprendimiento el mío!) con el atribulado Michael Douglas en Disclosure.

*Una vara equivale aproximadamente a 84 centímetros.

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