Morder el polvo

Hay expresiones que parecen creadas por tipos que conocemos bien. Gente que, aunque nunca nos hayan estrechado la diestra, nos resultan tan familiares como si fueran amigotes de la infancia. Pero nos engañamos, y ese es el caso de la frase que da nombre a la sección.

Porque “morder el polvo”, mis lectores, no es un dicho acuñado por el inolvidable Freddie Mercury, quien pudo poner su firma en cosas como “escriban lo que quieran, que yo lo cantaré como nunca”, pero no en este modismo. Y ni siquiera en su versión al inglés (Another one bites the dust), que es una letra de John Deacon, el monstruoso bajista de Queen.

Al grano, pues: el Diccionario Académico (edición de 1970) apunta que “hacer morder el polvo a uno” quiere decir “rendirle, vencerle en la pelea, matándole o derribándole”. Y, según aclara José María Iribarren en El porqué de los dichos, se trata de una expresión muy antigua…

“Cuando los caballeros de la Edad Media se sentían mortalmente heridos –escribió el lexicógrafo-, tomaban un puñado de polvo y lo mordían como beso postrero a la Madre Tierra, que los había sustentado y que ahora iba a recibirles en su seno”.

De modo que, entre todas las mordidas, esta seguramente clasifica como la más indeseada. Más incluso que la del ojeroso Conde Drácula, señor de Transilvania.

Pasar la noche en blanco

Cuando una persona no ha conseguido conciliar el sueño por razones de insomnio, dolor, preocupaciones o etcétera, se dice que ha pasado la noche “en blanco” o “en vela”. El origen de este dicho se remonta, también, al oscuro período del Medioevo.

Ya en el antiguo Diccionario de la Lengua Castellana (Real Academia Española, Madrid, 1783) se explica que “dejar en blanco a uno” equivale a “dejarle sin lo que pretendía o esperaba”, en tanto que “dejar en blanco alguna cosa” significa “omitirla, pasarla en silencio”. Y poco antes de eso, en la primera edición del DRAE (Madrid, 1780), se refiere que la frase es idónea para designar la imposibilidad de conciliar el sueño: “Noche toledana. La que se pasa sin dormir”.

Sin embargo, el sentido más poético del dicho nada tiene que ver con aquellos que padecen trastornos del sueño, sino que se vincula con un matiz caballeresco cuya clave la ofrece Joaquín Bastús en La sabiduría de las Naciones o los Evangelios Abreviados (Barcelona, 1863).

A tenor con Bastús, todo tiene que ver con la vigilia que solían cumplir quienes aspiraban a entrar en las órdenes de caballería.

“El día antes de ser armados caballeros —señala— hacían la vela de las armas que habían de servir al efecto, revestidos por lo común de una túnica blanca, como los neófitos de la Iglesia, símbolo de la pureza de que debían estar adornados; pues los más tomaban un baño y habían a más cumplido con el Sacramento de la penitencia, para estar limpios y purificados de cuerpo y alma al recibir la Orden de la Caballería”.

O sea, que aquellas eran noches de desvelo forzoso y placentero. Las otras, las molestas, se resuelven con Clordiazepóxido, pasiflora o –remedio santísimo- mucha televisión cubana.

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