No saber ni jota

burro

¿Por qué no se dice “no saber ni h” o “no saber ni x”? ¿Por qué me elegiste justamente a mí, diría la séptima consonante del alfabeto español? Los orígenes de la expresión, como los de la mayoría de los dichos, se pierden en la bruma de los tiempos…

El modismo y la jota misma derivan de un par de antecesoras semidesconocidas por estos parajes, la ‘iod’ hebrea y la ‘iota’ griega. El resto de la explicación la dejo en boca del lingüista García Blanco:

“Era y es la ‘iod’ hebrea, caldea y satírica, la letra más pequeña de las 22 que usaban aquellos idiomas; era además en hebreo el principio o el primer trazo de toda letra, como puede verse en cualquier diccionario o gramática de aquellas lenguas: la jota española o castellana es la ‘iota’ griega en cuanto al nombre, y ésta es la ‘iod’ hebrea. Decir, pues, no sabe ni jota, equivale a decir no conoce ni sabe la más pequeña letra, no sabe hacer el primer perfil o trazo de ninguna letra pequeña, es un ignorante”. (Filosofía vulgar. El folklore andaluz (1882-83)

Una frase de igual significado, aunque menos utilizada a día de hoy, es “no saber de la misa la media”, nacida en pleno Medioevo para hacer mofa de los improvisados sacerdotes que apenas dominaban el latín y, en aras de disimular su incultura, tenían que mascullar toda la misa.

Y por supuesto, también es harto conocida la variante “no saber ni papa”, que ha sido traducida a las más diversas lenguas, como mismo el conocido tubérculo ha sido llevado a los más diversos platos. A modo de información general, les obsequio la traducción de este último dicho a los idiomas chino (不知道和教皇) y turco (Için Değil öğrenmek ve papa ii).

Más claro, ni la papa.

Cada cual sabe dónde le aprieta el zapato

Aparentemente derivada de una peletería, la frase se emplea cuando se descubre el punto más débil o cualidad negativa de alguien, algo que puede molestar o provocar daño moral.

Cuentan las especialistas Margarita Candón y Elena Bonnet, que la expresión floreció de una historia muy antigua* sobre un zapatero que acudió a la iglesia para confesar que quería separarse de su esposa porque no se entendía con ella.

Ni corto ni perezoso, el cura lo recriminó argumentando que la mujer de marras era una buena cristiana repleta de virtudes. Entonces el zapatero le mostró su calzado al presbítero y le inquirió qué opinión le merecía. “Me parecen unos hermosos zapatos, hechos de magnífica piel y seguramente cómodos”, respondió aquel. “Tiene razón, padre –dijo el artesano-, es verdad que son buenos, pero usted no puede saber dónde me aprietan”.

Más allá de la presumible estupefacción del clérigo, lo cierto es que la historia establece magistralmente que tan solo el protagonista de una situación posee suficientes elementos de juicio para valorarla en lo que a él concierne. Es decir, que “cada uno se rasca donde le pica”, porque sabe el punto exacto donde empieza el escozor.

A estas alturas, me pregunto cómo supo Paris dónde era que le apretaba el zapato al gran Aquiles.

*Una versión muy parecida la narra Plutarco en Vidas Paralelas.

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