Pensar en las musarañas

Frecuentemente, las reuniones de trabajo se prestan para pensar en las musarañas, que viene a ser algo así como estar “en la nube de Valencia” o “comiendo lo que pica el pollo”.

O sea, que el dicho se aplica para definir cuando alguien está absorto en pensamientos irrelevantes, embelesado e incluso boquiabierto, a la manera de los tontos Cinco Estrellas.

Hace unos cuantos siglos, Quevedo habló de contemplar las musarañas en su Cuento de Cuentos. ¿Y qué diablo quiere decir la palabreja? Pues designa a unos mamíferos diminutos de hocico largo y puntiagudo -muy parecidos a los ratones-, que suelen aparecer en entornos agrícolas y carecen de utilidad alguna.

En fin, que ni pintan ni dan color. Por eso, a aquellos que estaban en época de cosecha y se distraían mirando cómo el dichoso animalito emergía de la tierra, les empezaron a colgar el cartel de que se la pasaban mirando las musarañas.

Sin dudas, un modo muy elegante de decirle coprófago a cualquiera.

Tomar las de Villadiego

El origen de esta frase ha dado pie a la controversia, pero su significado no admite discusión: se trata de escapar, huir, salir a la carrera de algún sitio, sin ánimo de regresar.

Los clásicos de la literatura han recurrido a menudo a la expresión, que alude a una importante población castellana de la actual provincia de Burgos. Aseguran algunos que allí se fabricaban unas alforjas que eran muy utilizadas para salir de viaje en aquellos tiempos, lo cual dio lugar al modismo.

Otros, en cambio, señalan que todo empezó por un aventurero natural de Villadiego que durante la conquista de América tuvo que salir precipitadamente de algún lugar, o fue enviado a una misión de la que no regresó.

No obstante, la explicación más contundente parece relacionarse con las persecuciones de judíos en el período medieval, y es la siguiente: en el apogeo del antisemitismo, el rey Fernando III “El Santo” promulgó un decreto prohibiendo que se persiguiese a los judíos de Villadiego -a los que deseaba proteger por sabrá Dios qué razones-, poniéndoles bajo su protección y custodia.

A partir de ese momento, los judíos consideraron a la villa como su santuario, y no bien se sentían amenazados “tomaban las de Villadiego”, refugiándose de inmediato en la localidad.

No lo puedo afirmar, pero acaso fueran esas las primeras señales históricas de lo que hoy conocemos como inmunidad diplomática.

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