Quemar las naves

Cuando estamos forzados a tomar decisiones extremas en un lance sumamente difícil, se dice que quemamos las naves, una frase sobre cuyo origen los investigadores no se ponen de acuerdo todavía.

El doctor Joaquín Bastús sostiene que “tiene relación con la bien conocida hazaña de Hernán Cortés, cuando viendo a sus compañeros irresolutos y titubeantes en aquella gran empresa, hizo echar a pique las naves que de la isla de Cuba los habían conducido a Nueva España, para que perdiendo la esperanza de volverse, no les quedara más que la de vencer y triunfar”.

(Llegado este punto, vale aclarar que el célebre conquistador nunca ordenó incendiar las naves realmente, aunque sí embarrancarlas para impedir que sus hombres se viesen tentados de desertar).

Nicolás Fernández de Moratín, en su conocido canto épico “Las naves de Cortés destruidas”, escribió sobre aquella valerosa actitud:

Canto el valor del capitán hispano / que echó a fondo la armada y galeones / poniendo en trance, sin auxilio humano, / de vencer o morir a sus legiones.

Sin embargo, la versión más consistente ubica el nacimiento de la expresión en el siglo III. En su libro “Alejandro Magno”, Manuel Campuzano señala que al llegar a la costa fenicia, el rey de Macedonia advirtió que sus enemigos le triplicaban en número y ello había afectado la moral de las huestes que mandaba.

Alejandro desembarcó, ordenó quemar las naves, y mientras ardían le dijo a la tropa: “Caballeros, cuando regresemos a casa lo haremos de la única forma posible: en los barcos de nuestros enemigos”.

El que calla, otorga

Los latinos ya tenían este refrán en su repertorio cotidiano: Qui non negat, fatetur. Es decir, sostenían que el que no niega una cosa la confiesa virtualmente, porque “el silencio –como nos enseñaron los griegos- es un consentimiento”.

Aparentemente, cualquiera convendría en que la persona que nada contesta ante una demanda o proposición que se le hace, está aprobándola. Pero en verdad resulta absurdo pensar de modo tan generalizador, como el propio Bastús explicaba en “La sabiduría de las naciones”.

“La generalidad de los hechos demuestra que es erróneo creer deducir del silencio la aprobación de los hechos, y que admitido este principio, sería proteger a los hombres audaces contra los tímidos que no se atreven a contradecir; y a los opresores contra los oprimidos, que el miedo les impide reclamar”.

Es así: el que calla nada confiesa, como reza la máxima de la jurisprudencia.

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