Tirar la casa por la ventana

Hay dos modos de tirar la casa por la ventana: uno, el que da origen al conocido dicho; el otro, el de ciertos vecinos de Centro Habana que, empeñados en economizar esfuerzos, acostumbran a sacar los desperdicios por la vía más expedita.

Pero es al primero al que quiero referirme en la columna. Se dice –y la imagen es de una exquisitez incontestable- que alguien tira la casa por la ventana cuando comienza de repente a hacer gastos superiores a los habituales.

La expresión tiene su origen en la costumbre que había en la España del siglo XVIII de arrojar por la ventana (literalmente) los enseres de la casa cuando a alguien le tocaba la lotería, juego de azar instaurado en la península por el Rey Carlos III, quien había importado la idea de la ciudad italiana de Nápoles.

Tal era la alegría de los afortunados, tan llenos de entusiasmo llegaban al hogar, que empezaban a lanzar todo aquello que les parecía inservible, desde calderos y escobas hasta colchones y vajillas. La economía doméstica había cambiado de golpe, y lo mismo debía suceder con todo lo demás, pensarían ellos.

Así pues, es posible decir que mucha gente tira la casa por la ventana en Cuba. Digamos, los gerentes. Y también, claro está, sus secretarias.

Valer su peso en oro

Este es el tipo de frase con varias hipótesis acerca de su aparición, si bien todas desembocan en un lugar común, que es el de utilizarla para destacar las virtudes de una persona.

Algunos historiadores dicen que en la Edad Media se puso de moda la práctica de raptar a una persona adinerada y exigir como rescate el peso del secuestrado en oro y joyas.

Otros indican que en algunos pueblos de la antigüedad existía una práctica en la que los parientes de un enfermo ofrecían a la Providencia, como ofrenda, el peso de aquel afectado en oro y plata para su pronta recuperación.

También hay quienes cuentan que entre los ismaelitas parsi de la India persiste la costumbre de regalar anualmente a su jefe espiritual, el Aga Khan, su peso en oro.

Sin embargo, la tesis más interesante –acaso por morbosa- es aquella que recuerda que los pueblos bárbaros del norte de Europa tenían una ley que castigaba a los asesinos a compensar a los herederos de sus víctimas con el pago de tantas monedas y metales preciosos como peso tenía el difunto. Al final, la inferencia resulta inevitable: los gordos gozaban entonces de relativa impunidad.

Salir de la versión móvil