Tontos de capirote

Aunque las calles estén llenas de ellos, no todos los memos pasan a la historia. Algunos, inclusive, ni siquiera se dan jamás por enterados de su imbecilidad. Pero hay ciertos bobos que trascienden, como es el caso de aquel que dibujaba Eduardo Abela: un gordinflón de bigotico que, a la vuelta del tiempo, se convirtió en el tonto de capirote por antonomasia de nuestra cultura.

Desde el punto de vista etimológico, “capirote” proviene de “capirón” y este, a su vez, deriva del latín “cappero”, cuyo significado es “prenda que cubre la cabeza”. Pero, ¿por qué la burla popular aplica la expresión “tonto de capirote” a las personas necias e incapaces?

La referencia más lejana data de la Edad Media, cuando la ¿Santa? Inquisición obligaba a llevar un cucurucho invertido en la mollera a todo el que acusaba de delito, pecado o herejía. Así, el castigado devenía centro del escarnio público, estigmatizado como estaba por aquel gorro ridículo.

Sin embargo, los capirotes no se extinguieron entonces (huelga decir que tampoco lo hicieron los tontos). Por ejemplo, son harto conocidos los que portaban los penitentes durante las procesiones de Semana Santa, y los que utilizan los payasos en el vibrante mundo de los circos. Ya lo aclaraba Don Miguel de Unamuno en 1923: este tipo de personaje “es el que con un capirote o bonete puntiagudo hace de tonto en las fiestas. Es un tonto de alquiler y casi oficial”.

No obstante, el maestro Covarrubias señaló –entre irónico y sensato- que la voz “capirote” no se limita al ‘sombrerito’ de los disciplinantes y los bobos, sino que es una cobertura de la cabeza de diferentes tipos, empleada frecuentemente por médicos, colegiales y universitarios, entre otros. De manera que “tonto de capirote” puede equivaler a “tonto graduado”. Y de esa especie, se los juro, yo conozco a unos cuantos.

Andar de capa caída

Según el Diccionario de la Real Academia, esto es sinónimo de “padecer una sensible decadencia material o moral”. La expresión se aplica además a los objetos cuando van “cayendo en desuso”, cuando están pasados de moda o cuando una epidemia “pierde intensidad”.

De lo anterior no hay dudas. En cambio, lo que sí puede propiciar largas controversias es el origen del modismo, sobre el cual llueven las hipótesis.

Personalmente, yo me quedo con la explicación literal. Esta es, la referida a la capa española, esa prenda tradicional que procede de la que vestían los tercios de Flandes. Pura cuestión simbólica: cuando un caballero llevaba la capa con desaliño, se interpretaba como signo de evidente desventura.

No obstante, hay quienes –como el académico Julio Casares- apuntan a una expresión francesa del siglo XII, “chape chute”, que un principio quería decir “cosa provechosa, hallazgo o ganga”. Quinientos años después, la frase cambió a “chercher chape chute”, algo así como “buscar mala ventura, meterse en jaleos y escándalos”.

Otra versión bastante extendida tiene que ver con la llegada del otoño, que provoca la caída de la capa de hojas de los árboles, los cuales quedan desnudos y con una imagen inevitablemente melancólica.

Por último, también se cuenta que la frase salió de la jerga de la tauromaquia, específicamente del momento en que el torero, en una mala tarde, no resuelve adecuadamente los inconvenientes de la lidia y cae en la indiferencia y el desgano. Entonces deja de coger el capote con seguridad y éste termina siendo arrastrado por la arena.

Al final, poco importa cuál sea la teoría acertada: lo seguro es que si algo vamos a tener caído, es preferible –digo yo- que sea la capa.

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