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Carnavales en La Habana

Carnavales en La Habana

Lo confieso no sin cierta melancolía: nunca he disfrutado de los Carnavales de Santiago de Cuba. En mi única experiencia era demasiado joven y no tuve ni compañía de amigos de la ciudad ni tiempo suficiente para adentrarme en la clásica Trocha.

Me anima, sin embargo, la certeza de que la fiesta, es en esa ciudad tan caribeña algo que importa a la mayoría de los habitantes de Santiago o a sus visitantes ocasionales.  Las cajitas de comida, las bebidas espirituosas  en cantidades navegables, el baile u otras actividades tan humanas como “ligar” dirían en España, “empatarse” para los cubanos de mi generación…están acompañados en este caso de algo más. Hay un orgullo, un goce por el torrente sonoro y el desborde gestual de las congas y comparsas que suele faltar en buena parte de las otras fiestas de su tipo en Cuba.

Mi mejor experiencia carnavalera es con los festejos de los pueblos pequeños y medianos de la provincia de Ciego de Ávila, allá por la década de los ochenta del pasado siglo. Los carnavales eran además el lugar de encuentro para muchos jóvenes que estudiábamos en diversos lugares del país y convertíamos las vacaciones de verano en una ronda de encuentros relajados, risa sana, ilusiones que solían evaporarse casi tan rápido como el sudor de nuestras camisas.

A los Carnavales de La Habana intenté amarlos durante años.  Salté pequeños muros de prejuicios raciales, clasistas, hasta de los que ponían en polos contrarios la cultura libresca y el simple sabroso festejar con los amigos.

En la capital la tendencia desde hace mucho tiempo –mi testimonio excluye los últimos cuatro o cinco años pero nadie me indica que esté sucediendo lo contrario- ha sido a que se convierta el carnaval en interés  de sectores, barrios, gustos bastante específicos.

En los noventa lamenté por escrito que en La Habana -capital de un país célebre por la riqueza de su música popular- no hubiese orquestas en abundancia para bailar a su ritmo. “Como Holanda sin mantequilla”, titulé aquella antigua queja.

Carnavalear es un verbo que incluye más que el gusto por ver carrozas pasar. Ni siquiera resulta  obligatorio que uno sea fanático del baile callejero o  “padezca “de una sed especial ante la espuma de la cerveza. Se trata también –y en mi caso sobre todo- de observar a la gente junta, revuelta y a la vez separada en grupos, cuartetos, tríos, dúos; asistir  a variopintas y diversas formas de escoger diversión y compañía.

Foto: Yander Zamora
Carnavales en Santiago de Cuba

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