Cuerpos y personajes negros, dentro y detrás del clamor

Todos estamos siempre expuestos a la violencia y la injusticia, pero ya no creo que nadie se atreva a discutir lo que es un hecho: para los negros el desamparo es siempre mayor.

Otra vez hay dolor; y la frustración, la rabia y la vergüenza se acumulan y crecen, levadura que no ha de convertirse en pan nutricio. El diálogo que contra toda indicación de la realidad me empecino en esperar no se materializa. Al contrario, el cisma coagula; los senderos que habrían de propiciar encuentros se desdibujan bajo una maleza de insultos e improperios. Y ya son tantos y es tan alto el alboroto que cuesta trabajo precisar quién tiró la primera tiza. Se necesita lucidez, pero esta se nos escurre por la alcantarillla.

Hemos perdido la brújula. La vida y la muerte parecen en juego cada vez que alguien tiene algo que decir. Unos claman a favor o en contra de la huida de Yunior García Aguilera. Otros defienden a capa y espada o con más capa que espada, el espectáculo de Yotuel Romero y Beatriz Luengo en la ceremonia de entrega de los Grammy latinos, enfrentándose confusamente a quienes critican omisiones y el persistente espectro de la colonialidad. Se celebra el triunfo de la canción “Patria y vida” a todo volumen, compitiendo con quienes prefieren bailar el cha-cha-chá o los que insistíamos en seguir el vuelo de los dedos de Iván “Melón” Lewis sobre el teclado. Porque casi se nos olvida, en la barahúnda, que tres producciones cubanas resultaron premiadas este año: la canción “Patria y vida” compuesta y actuada por Descemer Bueno, El Funky, Gente De Zona, Yadam González, Beatriz Luengo, Maykel Osorbo y Yotuel y los álbumnes Voyager, del talentoso jazzista Iván “Melón” Lewis y Cha cha chá: Homenaje a lo tradicional, de Alain Pérez, Issac Delgado y la Orquesta Aragón. No todo es “Patria y vida”. Entre uno y otro slogan, hay espacio para mucho más.

Todos los premios y toda la música y todas las propuestas habría que celebrarlas y criticarlas y sobre todo escucharlas por igual, en el mismo centro de una calle libre de toda tensión amenazante. Imagino una calle abierta a todos los cubanos sea cual sea el bando que escojan, y a quienes se les permita expresar las razones que cada uno tiene para la alegría o la indignación. Aunque las alegrías de cubanos, en estos días, son difícilmente completas. Pero se hace lo que se puede. Nos agarramos a las leves alegrías, sabiendo que no conseguiremos borrar del todo la tristeza. Nada es absoluto. Ni la tristeza ni la alegría. Hay tantos matices entre una y otra. Nos haría bien si pudiéramos demorarnos en ellos en lugar de tener que correr a las trincheras opuestas con lanzallamas de palabras. Pero eso sería entrar en diálogo y, ya lo he dicho, no veo esto cercano. Ni aquí ni allá.

Tampoco la paz. Porque mientras los cubanos de todas partes se internan día tras día un poco más en la imposibilidad de una reconciliación respetuosa, a mí, que sí, soy cubana, pero que lo soy en la misma medida en que soy una mujer negra, se me hace aún más difícil conciliar el sueño desde que hace un par de días se exonerara a Kyle Rittenhouse de los cargos de homicidio que pesaban sobre él, tras haber asesinado a dos manifestantes del movimiento Black Lives Matter en agosto del pasado año. Sus víctimas fueron dos hombres blancos, pero Rittenhouse había salido con su rifle a enfrentarse a quienes protestaban contra la brutalidad policial y el racismo antinegro. Su absolución ratifica que las vidas de las personas negras poco importan en la sociedad estadounidense, y en muchas otras. Duermo mal porque duele Cuba, pero también porque el cuerpo negro de mi hijo está siempre expuesto a atropellos, en cualquier lugar de las Américas o Europa. Soy una madre negra cubana y ahora mismo pienso en las otras madres negras cubanas. Muchas tienen a sus hijos durmiendo en cárceles. Aquí y allá. Otras temen por ellos. Todos estamos siempre expuestos a la violencia y la injusticia, pero ya no creo que nadie se atreva a discutir lo que es un hecho: para los negros el desamparo es siempre mayor. Toda madre sufre ante la posible o real agresión que puedan sufrir sus hijos. Yotuel en su discurso agradeció a su madre el premio recibido y lo dedicó a todas las madres latinas. La madre de sus hijos y esposa, la madrileña Beatriz Luengo, lloró en el escenario por la emoción y también, según dijo, porque en algún momento le interrumpieron las redes sociales y recibió amenazas, “con un niño recién nacido”, recalcó. Lágrimas que han conmovido a muchos, a muchas. Lágrimas que sin embargo no estropearon el maquillaje ni serán recordadas más que su intenso vestido azul, con el rostro de Celia Cruz estampado. ¡Ay, Yemayá! Carmen Fiol, desde el Olimpo de los diseñadores, mira hacia otro lado. El vestido de Beatriz y la capa de Yotuel, la bandera, las lágrimas… Las madres… Las madres cubanas… Las madres negras cubanas… Y sus lágrimas, que no aparecen nunca ni en la mesa redonda ni en el programa de Otaola, ni en el escenario de los Grammy, como tampoco en el de los Lucas. No se sabe de ellas. Nadie habla de ellas. A menos que sus lágrimas sean convenientes para alguien más, alimenten propósitos mayores, respalden agendas a cuya elaboración no fueron ni las negras ni los negros llamados. Lágrimas utilitarias. Es por eso que poco importa a los jefes de ceremonia la lágrima simple y poco recuperable de la madre negra que solamente teme por la vulnerabilidad acentuada de su hijo, aquel cuya espalda aguantará más palos, cuya condena será más severa que la de otros, el que rara vez recibirá el perdón y la absolución, el que no va a salvarse volando a otras ciudades de clima más templado. Esa lágrima carece de capital simbólico; es tan prescindible como el cuerpo del negro al que unos y otros echan mano como carne de cañón. Cuerpos desechables el del hijo y la madre, pues en fin de cuentas tampoco será ella, la mujer negra, la escogida a expresar su experiencia y la de sus hijos sobre un escenario.

Los ensombrecidos y silenciados cuerpos negros se amontonan, desaparecen, terminarán siendo olvidados. Solamente cuerpos. Mientras, incorpóreos, unos personajes negros actúan bajo la brillante luz y quedan sonando las rimas y clavados en la mente los fuertes colores y el vano gesto fijado por las cámaras. Los empresarios sonríen. El espectáculo ha sido un éxito y tras los aplausos aquí estamos todavía ensordecidos, bajo el clamor que no nos deja pensar, que nos aleja de lo que estaba primero y nunca debió dejar de serlo, aquello que según nos dicen anima el espíritu de la canción, del lema y la fanfarria.

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