La rabia de Ferminia y Carlota

Carlota y Ferminia son demonizadas porque su agencia transgrede demasiados niveles del imaginario social

María Magdalena Campos-Pons, “Replenishing”, 2001.

“Toda discusión sobre las mujeres en lucha contra el racismo tiene que incluir el reconocimiento y el uso de la rabia.”

Audre Lorde

 

Suelen fascinarme los historiadores. Constituyen una especie única. Resisten días enteros a la sombra y sin respirar aire limpio, inmersos en polvorientos legajos, como mineros excavando en los archivos —cuanto más calurosos y oscuros, mejor. Son indispensables. Con algunos, tengo incluso viejas deudas. Sin su trabajo de polilla no podría yo escribir, bajo el sol, en los parques y cafés del barrio, permitiendo que el aire juegue a su ritmo con mis ideas. Sin ellos, tal vez, no existirían ni esta columna ni ningún otro artículo, ni mis libros.

Es por eso que, cuando uno de mis historiadores favoritos me llamó la atención —con justicia— hace un par de semanas, tras publicar el artículo “¿Dónde está Carlota?”, no pude más que agradecerle el gesto y diligente ponerme a hacer la tarea. Es decir, regresar a los libros de historia. Porque si entonces me preguntaba dónde, en nuestro imaginario nacional, estaba aquella a quién no nos queda otro remedio que llamar Carlota, aunque no haya sido ese su nombre al nacer —dicen que en tierra yoruba—; hay también que inquirir por Ferminia, a quien sólo cité oblicuamente en mi columna.

Nos cuentan Aisha K. Finch y Manuel Barcia en Rethinking Slave Rebellion in Cuba y West African Warfare in Bahia and Cuba, respectivamente, lo que de las vidas de las dos guerreras consiguieron hallar, tras revisar pacientemente en el Archivo Nacional de Cuba los testimonios de la insurrección liderada por ambas en noviembre de 1843.1 Pues, con Carlota, encabezó Ferminia la sublevación de esclavos iniciada en los ingenios Triunvirato y Ácana, que se extendiera después a otras plantaciones azucareras en la zona que actualmente ocupa el municipio Limonar, en Matanzas.

Como a Carlota, se apoda a Ferminia “Lucumí”, refiriéndose a su origen yoruba. Lo cual no es dato menor para Barcia y Finch, que asocian este probable origen con el espíritu altamente belicoso de las dos mujeres. Particularmente al referirse a Ferminia, reproducen los historiadores testimonios que describen la saña con que ajusticiaron a sus enemigos y la energía con que condujeron a los rebeldes.2 Atribuyéndole quienes las vieron pelear un carácter masculino, ha llegado a nuestros días la hipótesis de su presunto lesbianismo, e incluso de la posible relación amorosa que podrían haber mantenido. ¿Por qué no? Pero, ¿cómo probarlo? O ¿cómo negarlo? Podría argüirse que Carlota tuvo familia, que en algún momento estuvo casada (la cantante del Conjunto Folklórico Nacional, Carlota Teresa Polledo Noriega, era tenida por una de sus descendientes). Mas es este argumento que tampoco habría de aportar absoluta solidez. La sexualidad siempre ha sido fluida, la única verdad la llevan en el cuerpo quienes intercambian liquidez y caricias. Lo demás permanecerá opaco. Aunque lo que realmente entorpece el discernimiento sobre la sexualidad de Ferminia y Carlota son otras circunstancias, principales: el sujeto esclavizado no era dueño o dueña de su cuerpo, mucho menos de sus sentimientos; los hijos de una mujer esclavizada no eran cabalmente propios; procrear, en algunos casos, constituía una obligación, parte del trabajo y razón por la que fueron compradas; contraer o no matrimonio, a veces, decisión de sus propietarios.

Esta opacidad en torno a la sexualidad de las insurrectas no es la que debería sin embargo detenernos al recordarlas, sino el hecho de que resulte tan cómodo vincular el carácter guerrero de estas mujeres con su hipotética masculinidad y, dado que los testimonios datan del siglo XIX, con cierta monstruosidad.

Leyendo a Finch y Barcia, tropezaba una y otra vez con el espanto filtrándose en las deposiciones que permiten reconstruir los violentos hechos de la rebelión en Triunvirato y Ácana: cómo exigía Ferminia a gritos que le dieran una mandarria para desencadenar a otros esclavos, o cómo Carlota ordenaba ultimar a machetazos a los mayorales y sus familias, e incluso se ocupó ella misma de acabar con algunos.3 El pavor no invade sólo los testimonios de los sobrevivientes blancos, también el de otros esclavos. En sus descripciones, Carlota y sobre todo Ferminia, parecen monstruos cuya rabia resulta ininteligible. Por eso, cabría pensarse que echar mano a la masculinidad de las dos mujeres, para algunos considerada como una desviación sexual, funciona aquí como fácil estrategia para explicar lo incomprensible.

Carlota y Ferminia son demonizadas porque su agencia transgrede demasiados niveles del imaginario social: eran esclavas y esa condición las despojaba de toda humanidad, por lo que no se esperaba de ellas ni la rebelión, ni la capacidad estratégica para organizar y dirigir enfrentamientos, ni que pudieran liberarse a sí mismas y a los suyos; eran, además, mujeres. ¡Mujeres negras!

Mujeres negras con la misma rabia que en su célebre ensayo de 1981, The Uses of Anger, presentaba Audre Lorde como ineludible y necesaria, constitutiva de nuestra experiencia como mujeres silenciadas y nunca debidamente reconocidas, que tienen que sobrevivir a pesar de moverse en un mundo que da por sentada nuestra falta de humanidad. Aludía Lorde a una “sinfonía de la rabia”, no una cacofonía, pues nos ha tocado aprender a orquestar nuestra furia para no autodestruirnos; hallando la manera de usarla para fortalecernos y ganar conocimiento en nuestra vida cotidiana.4

Mas la agencia de Ferminia y Carlota es sólo improbable y “monstruosa” si se piensa en estas mujeres bajo la comprensión del mundo —la cosmología— que dominaba la sociedad colonial y que casi dos siglos después se mantiene hegemónica en las Américas. Y esa visión impide reconocer las cosmologías propias de los sujetos esclavizados, todo lo que supuestamente habían tenido que dejar en África para a la fuerza ser convertidos, en las Américas, en los sujetos “natalmente alienados” que describe Orlando Patterson.5 Nadie sabe con certeza quiénes fueron Carlota y Ferminia, antes de ser así bautizadas, cuál fue su experiencia en África, en qué sociedades se formaron. Por eso es para Barcia y Finch esencial extenderse en torno al hecho de que se les consideraba “lucumíes”, lo cual podría vincular la fiereza que se les achacaba con el belicismo que pudieron experimentar y posiblemente protagonizar mientras aún vivían en África. En particular es Manuel Barcia quien se demora explorando las guerras acaecidas en territorios yorubas a finales del siglo XVIII, que definitivamente determinaron los conocimientos militares de muchos africanos secuestrados en aquella zona y lanzados a los navíos de la Trata trasatlántica. Carlota y Ferminia pudieron haber estado entre esos yorubas guerreros; tal vez, incluso, puede que hayan integrado el ejército de las famosas amazonas del Dahomey.6

Pero es sin dudas menos engorroso explicarse las cualidades bélicas de las dos mujeres negras utilizando alguna situación extraordinaria, relegándolas al misterio y la monstruosidad, a reconocer su estirpe, su historia, sus valores. ¿No fue acaso examinado el cráneo de Antonio Maceo para explicar cómo era posible que un afrodescendiente contara con la inteligencia y el coraje del general independentista?7 ¿Cómo entonces podrían ser concebida las hazañas de Carlota y Ferminia si no es asociándolas a la “masculinidad”? Puede que fueran en efecto amantes, puede que no. Lo que sí eran es camaradas en la lucha. Lo verdaderamente incontestable es que, como afirma Aisha Finch, las dos mujeres negras desestabilizaron el imaginario social al romper la identificación comúnmente mantenida entre “insurrección esclava y cuerpo masculino”, anulando la imbricación que suele establecerse entre los “tropos de liderazgo, organización y masculinidad.”8

La rabia de las mujeres negras no entra fácilmente en la fábula nacional. Quienes producen la Historia, escogiendo los hechos y los actores y tejiendo la narrativa con que ha de ser reproducida, por lo general permanecen impávidos ante mujeres como Carlota y Ferminia. Y ya para cantarle a las negras de Cuba hasta tuvimos a Nicolás Guillén y su alboroto de batas rumberas y metáforas zoológicas y vegetales, asegurando jubiloso que el vientre de la mujer negra sabía más que su cabeza y tanto como sus muslos.9 Pocos, en fin, saben qué hacer con nosotras, cómo ubicarnos dentro del imaginario nacional.

Es cierto que Carlota fue utilizada en 1975 para nombrar la operación anticolonialista cubana en Angola. Pero esta exaltación de sus hazañas en cierto modo envuelve un simbolismo amargo: se reconoce su valor sólo para enviarla fuera de Cuba, de regreso a África. La imaginación de esa travesía por alguna razón me devuelve a la memoria aquellas burlas racistas de la infancia, cuando mis compañeros de clase con frecuencia me gritaban que “volviera a África.”

Yo entonces sentía rabia. La misma, tal vez, de Carlota y Ferminia. Una sinfonía que no nos abandona, que todavía nos nutre y empuja hacia adelante. Y es que desafortunadamente aún podríamos gritar, podríamos golpear, a coro con la voz rauca de la brasileña Elza Soares, que “la carne más barata del mercado es la carne negra.”

A Carne - Elza Soares (Videoclipe Oficial)

Notas:

1 Barcia, Manuel. West African Warfare in Bahia and Cuba. Soldier Slaves in the Atlantic World, 1807-1844, Oxford, Oxford University Press, 2014 y Finch, Aisha K., Rethinking Slave Rebellion in Cuba. La Escalera and the Insurgencies of 1841-1844.

2 Finch, 144-151.

3 Finch, 147-148.

4 Lorde, Audre. Sister Outsider: Essays and Speeches. Berkeley: Crossing Press, 1984, 129.

5 Patterson, Orlando. Slavery and Social Death: A Comparative Study. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1982, 10.

6 Barcia, 130.

7 Bronfman, Alejandra. Measures of Equality. Social Science, Citizenship, and Race in Cuba, 1902-1940, Chapel Hill & London, North Carolina UP, 2004.

8 Finch, 145.

9 “Tu vientre sabe más que tu cabeza / y tanto como tus muslos. / Esa / es la fuerte gracia / de tu cuerpo desnudo”, 150.

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