Algunas enfermedades infantiles en la cultura del socialismo en Cuba

El examen de "la conciencia de los ex-comunistas" también aporta mucho a la comprensión del dogmatismo y el sectarismo en Cuba.

Foto: Otmaro Rodríguez.

Como el sarampión, las paperas o la rubeola, el dogmatismo y el sectarismo han sido patologías tempranas en el socialismo cubano. Aunque no son un síndrome precisamente de la ideología, sino de una cultura política que lo ha impregnado, y que portan muchos socializados en ese clima, a favor o en contra del sistema, vivan en Párraga o Tacubaya, en Hialeah o Lavapiés; creyentes o ateos, heteros o LGTB. Naturalmente, para nada se trata de un síndrome geriátrico, sino más bien crónico, surgido desde las edades juveniles de esos cubanos –aunque a veces mejore con el tiempo, o al menos sus síntomas puedan dejar de ser agudos.

El dogmatismo define un territorio parcelado mediante cercas, que definen un espacio bidimensional, donde lo verdadero está dentro y lo falso fuera de una demarcación fija.

Rechaza como aberración todo lo que se aparta de sus postulados esenciales. En rigor, no permite poner a prueba, profundizar o actualizar críticamente una manera de pensar, ni aprender o cambiar, sino reafirmar sus apotegmas, redundar, girar en el círculo de lo ya sabido y compartido.

A diferencia del pensamiento crítico, el dogmatismo no se propone explicar las cosas; averiguar su origen, causas o tendencias en circunstancias determinadas; ni profundizar en ellas. Al contrario de la apertura y la provisionalidad inherentes al pensamiento crítico, la visión dogmática le pone un candado a cualquier reflexión posterior, porque aparece de entrada con todas sus previsibles respuestas y lecciones.

El dogma se constituye como verdad revelada y construye una visión fundamentalista, aunque muchas veces el sustrato dogmático de ese fundamentalismo no se haga evidente. De hecho, el reduccionismo dogmático ocurre incluso si se parte de ideas que se presentan fundadas en premisas antidogmáticas.

Como es obvio, una mentalidad dogmática no se reduce a los viejos manuales de filosofía marxista-leninista, sino que se expresa también en actitudes que pueden negar esos manuales. Lo que define el enfoque dogmático es el tipo de lectura sobre los hechos que provee, los problemas y enfoques que adopta, y los fenómenos y razonamientos que asume. Para esta perspectiva, las complejidades de la sociedad, el pensamiento o la política se reducen a un grupo de postulados, esquemas, y bipolaridades, que constituyen “regularidades,” y ofrecen respuestas prefabricadas, de las que se derivan lecciones morales o ideológicas, casi siempre las mismas.

Característicamente, el enfoque dogmático trata con cautela los resultados de la creación intelectual y la investigación. A menudo desconfía de esa producción, y entrecomilla los términos de “intelectual,” “académico,” e incluso “científico,” con una denotación peyorativa. Al enjuiciar drásticamente, y de modo instantáneo, no solo hace lujo de vigilancia y cautela, sino de sospecha total, supuestamente en defensa de la “salud pública” –la del “pueblo” o la de “la sociedad civil.”

Puestos a escoger un puñado de rasgos típicos de una mentalidad dogmática, se podrían reunir los siguientes:

  1. La verdad es una y solo una.
  2. Demostrar equivale a mirar por el espejo retrovisor, pues la realidad es cíclica, y sus claves se buscan hacia atrás (a diferencia de un historiador, cree que la historia “se repite.”)
  3. Toda idea o concepto originado fuera de la doctrina adoptada es cuestionable.
  4. Toda duda o incertidumbre transmite inseguridad, vacilación, y un efecto desmovilizador.
  5. Criticar (o debatir) otras ideas distintas consiste en negarlas, nunca dialogar con ellas, y menos asimilarlas.
  6. Todo conocimiento es reductible a esquemas y enunciados simples, que puede captarse, sin necesidad de entrar en matices o “complicar las cosas.”
  7. La verdad se legitima en la mayoría: más verdad mientras más sean los que la comparten, o más se compenetra con el sentido común, con lo que “todo el mundo” concuerda o parece creer.

El dogmatismo conlleva una mente reacia a la apertura, a la confrontación o al debate, pues solo convive confortablemente con los que comparten sus premisas, incluso cuando enarbola las banderas del conocimiento científico o la teoría.

Aunque a veces se solapan, y se hospedan donde mismo, dogmatismo y sectarismo producen síntomas de naturaleza y manifestación diferentes. Si el primero se reduce a una mente cerrada y a una condición intelectual, que afecta la manera de razonar y que desconfía del pensamiento crítico, el segundo se traduce en conductas, enjuiciamientos y cuestionamientos a la índole de las personas.

Como fenómeno de cultura política, el sectarismo corresponde con comportamientos y reacciones que rechazan todo lo que perciben como ajeno, extraño, y por tanto, hostil al grupo. Su etiología se parece muchísimo a como funcionan las enfermedades del sistema inmune, una especie de artritis reumatoide de la cabeza.

Habría que diferenciar entre el sectarismo que refleja ciertas conductas y actitudes propias de circunstancias excepcionales, de crisis o enfrentamiento intenso –como en una guerra–, o alguno de sus efectos letales o desastrosos, de aquel que, lejos de desaparecer cuando se retorna a “condiciones normales,” sigue remitiéndose a eventos anteriores, como si nada hubiera cambiado.

A diferencia del dogmatismo, lo que define al comportamiento sectario no es el monolitismo, la uniformidad o incluso la impermeabilidad ante influencias externas, sino la intransigencia, la discriminación y selectividad en sus relaciones con otros, y su rechazo a todos los que no comulgan con la creencia del grupo.

Aunque a veces los sectarios comparten un dogma, no todos los dogmáticos son sectarios, ni todos los sectarios son dogmáticos. De hecho, el sectarismo se replica en grupos expresamente antidogmáticos. Tampoco se requiere que una agrupación sea fuertemente jerárquica, vertical o centralizada en su estructura para que engendre sectarismo; este puede expresarse, como fenómeno, en conglomerados de estructura abierta o descentralizada, aparentemente pluralista. Así, también se entroniza en corrientes tenidas por iconoclastas, cuestionadoras de un cierto statu quo, en la medida en que el comportamiento de sus miembros se rige por el principio de adentro y afuera del grupo, santo y seña de la identidad, de lo políticamente correcto (para el grupo) y lo que no, o por constituirse en custodios de la verdad.

Naturalmente, el sectarismo no depende del tamaño del grupo, ni tiende necesariamente a debilitarse cuando se manifiesta, como actitud compartida, en conglomerados grandes. La estigmatización y represión de minorías por mayorías a lo largo de la historia da cuenta de este rasgo de manera ejemplar. De hecho, una actitud sectaria ante los individuos diferentes (definidos de alguna manera como tales) puede resultar hegemónica entre grandes grupos sociales, incluso si es contestada o hasta mal vista públicamente.

Como actitud de una mayoría, el orden sectario crea un ámbito propicio para que los jefes autoritarios, los líderes de opinión o influencers manipulen a la mayoría y le induzcan sus ideas, aunque estas carezcan de un fundamento que no sea puramente emocional.

Cuando el sectarismo es la expresión de una minoría, el grupo se abroquela en torno a una experiencia compartida que se toma como intransferible (a la manera del sentimiento religioso), la procesa hacia adentro, enquistándola, en lugar de lidiar con ella y desarrollar estrategias de comunicación con los demás grupos que piensan y se comportan diferente.

Sin embargo, no hay que confundir al sectarismo con una simple xenofobia, que se dirija solo a los extraños a la familia, sino que ataca a aquellos miembros actuales o anteriores percibidos como incumplidores de determinadas normas aceptadas por el grupo, y muchas veces lo hace con más celo y dureza que ante los enemigos. El que se separa de la opinión del grupo, por definición, se desvía, y por tanto, puede resultar más peligroso, por estar o haber estado dentro de las filas, que ese propio enemigo.

Desde una lógica sectaria, el unanimismo en torno a ciertos temas claves es un valor absoluto. Pueden tolerarse discrepancias internas, reales o aparentes, en torno a tópicos que no son centrales; pero cuando se trata de cuestiones que se perciben o definen como de principios –tales como estos son concebidos por los líderes sectarios– todo lo que afecte el unanimismo, es visto como disgregador y contrario.

Esa alergia también responde al interés de los que llevan la voz cantante por perpetuarse, no simplemente mediante la discrepancia, sino la estigmatización de toda opinión individual divergente, a la que se descalifica.

El estilo sectario no disputa un argumento, sino increpa a sus contrincantes, a los que puede acusar de “vendido” o “mercenario,” lo mismo que culpable de “silencio ante los abusos” o “autocensura.” Un sectario emplaza a sus antiguos compañeros, y les reclama que “se definan,” lo que significa abandonar sus posiciones y tomar como única digna la que él (o ella) les ofrece, para que expíen “su vergonzoso error.”

De ahí que el sectarismo valorice altamente la incondicionalidad y la uniformidad; y entienda el intercambio de ideas y el diálogo como la guerra por otros medios.

En resumen, entre algunos rasgos típicos de una mentalidad y una conducta sectarias, se encontrarían los siguientes:

  1. Dentro del grupo, casi todo; fuera del grupo, nada.
  2. Quien no comparte los criterios y normas aceptadas no está solo equivocado (como dice el dogmatismo), sino se ha desviado, es peligroso, o indigno.
  3. Quien piensa diferente no comete error o ignorancia (como dice el dogmatismo), sino merece castigo (exclusión, estigma, desprecio).
  4. Los que se distancian se alían a la larga con “ese bloque del enemigo (trátese del imperialismo o del Partido-Estado.”)
  5. Purgar las filas y emplazar ideológicamente a los “inconsecuentes” se justifica moralmente en cualquier circunstancia, a nombre de “la verdad.”
  6. La confrontación, agresión y adjetivación personal pasan por debate de ideas, y valen como sustitutos a la carencia de argumentos.
  7. Toda actitud individual diferente entraña un motivo oscuro, endeblez de carácter o de principios.

Me he limitado aquí a una especie de comentario clínico sobre estas patologías, vistas desde la cultura cívica y la experiencia cubanas.

Algunos lectores me dirán que existen en todas partes, da lo mismo el sistema o el régimen político; y que algunas son características de ciertas personalidades. Sobre esto último, advierto que no he mencionado la soberbia, la pedantería, la prepotencia o la frescura, puesto que son más bien rasgos del carácter, no de ninguna cultura cívica particular. Y aunque concedo que no son exclusivas de la cubana, argumento que en esta presentan algunos rasgos particulares.  

En cualquier caso, se puede advertir que la rigidez y la actitud cerrada propias del dogmatismo no se limitan a ciertos enfoques ideológicos, a la ignorancia o a la enseñanza manualística del marxismo-leninismo; ni los comportamientos sectarios se reducen a la intolerancia de determinadas instituciones o estilos políticos anticuados.

El gran historiador del estalinismo y de la Unión Soviética, Isaac Deutscher, diferenciaba netamente entre los que, de una parte, disentían del verticalismo, la hipercentralización, el doctrinarismo trancado, y defendían el derecho a pensar diferente, y que, según él, renovaban el pensamiento y las mentalidades, e incluso enriquecían la propia doctrina, a los que llamaba herejes; y de otra parte, los que renunciaban a todas sus ideas anteriores, y se colocaban en contra de ellas, con la misma actitud dogmática y sectaria del estalinismo, a los que llamaba renegados. Su examen de “la conciencia de los ex-comunistas” aporta mucho a nuestra práctica clínica, así como a los diferentes significados entre disentir y disidir.

Naturalmente que muchos cubanos, socialistas o no, han sobrevivido a estas patologías o se han inmunizado, no tanto por haberse vacunado sino a fuerza de vivir y experimentar sus costos. Entre ellos, no pocos jóvenes, a quienes, contrario al sentido común imperante, sí les interesa la política, y cuya visión no es la de los hijos pródigos del dogmatismo y el sectarismo, aquejados del mismo mal que sus antepasados, en cuanto a prejuicios y retórica tóxica.

Ahora bien, ¿en qué medida esta cultura política ha entrado en una fase de cambio real, desde las transformaciones que están teniendo lugar en las relaciones sociales, en la microfísica del poder y sus irradiaciones internas y externas?

Investigar lo que le está pasando a esta sociedad, sobre una base de ecuanimidad, inteligencia y diálogo, requiere tener presente lo que Braudel llamaba la velocidad del tiempo histórico y sus plazos, pues como ocurre con las enfermedades infantiles cuando las contraen quienes alcanzaron ya más de 25, pueden complicarse de mala manera.

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