Cuba-Estados Unidos para principiantes (IV y final)

La mayoría de los acuerdos firmados por Obama no han sido revocados, de manera que, si ganara las elecciones Joseph Biden, bastaría abrir la gaveta donde se mantienen.

Entrada del primer crucero a La Habana después del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EEUU. 2 de mayo de 2016. Foto: Ismario Rodríguez

Recuerdo la tarde de marzo de 2016 en que Eusebio Leal paseaba a Barack Obama y su familia por la Plaza de la Catedral, bajo una auspiciadora llovizna. La Habana Vieja estaba tomada por el Servicio Secreto (ese que sale en House of Cards) y por la Seguridad cubana. Sin comerla ni beberla, yo me había quedado encajonado en la azotea de la Lonja del Comercio, a pocos pasos de la emisora de la Oficina del Historiador, adonde me había citado una reportera de Univisión, para una entrevista que resultó ser la cobertura en vivo de la llegada de Obama a La Habana. Atrapado sin salida, pensé en Eusebio, que estando ya muy enfermo, le tocaba cumplir su deber de anfitrión en aquella rarísima visita no oficial de un presidente norteamericano, en plan de visitante privado.

Eusebio Leal acompaña a la familia Obama a un recorrido por La Habana. Foto: Néstor Martí

Desde la azotea de Habana Radio, la reportera de Univisión me acribillaba a preguntas sobre la comitiva cubana que caminaba por la losa del aeropuerto al encuentro de los Obama: quiénes, por qué, qué significa, etc.  Entretenidísimo estaba yo con sus inquisiciones, cuando en eso apareció en la pantalla del monitor el automóvil presidencial. «¿Qué sienten los cubanos al contemplar por primera vez aquí, en vivo y en directo, a La Bestia?» No sé si la miré a ella o a la cámara: «Pues ya que lo menciona, fíjese usted que en este país somos fans de Batman, no se puede imaginar cuánto. La Bestia es igual que el Batimóvil. Así que es como si lo conociéramos de toda la vida.» Fue la única vez que se rió, aparentemente divertida. No puedo asegurar que el resto de la entrevista fuera tan regocijante, pues luego de algunas respuestas mías sobre la sociedad civil, los disidentes, el Partido, los militares, Raúl Castro, dejó de hacerme preguntas, y me dejó por incorregible.

Mientras esperaba sentado a que se levantara el toque de queda, viendo el monitor de Univisión, me figuraba lo que Eusebio estaría sintiendo al acompañar a la Primera Familia, y encaminarlos finalmente  al encuentro con su amigo el Cardenal Jaime Ortega, y pensaba en las ilusiones perdidas de tantos venerables sacerdotes de Ifá, en un barrio  como La Habana Vieja, ignorados por el Vice de Seguridad Nacional Ben Rhodes y el equipo que planeó aquel aterrizaje lluvioso.  

Para descifrar el presente de las relaciones bajo Trump y sus escenarios futuros con los principiantes de esta conversa, se requeriría volver sobre el corto verano de Obama en su dinámica política real, incluida aquella histórica visita, acontecimientos nublados por ciertas verdades aceptadas sin pensarlas mucho, aquí y allá.

La principal concesión cubana al gobierno de Obama fue haber confiado, a contrapelo del legado de desconfianza acumulado durante medio siglo, en que, esta vez, todos los acuerdos alcanzados se iban a mantener, y muy especialmente la voluntad expresa de avanzar hacia la eliminación del embargo multilateral, también conocido como bloqueo. Como el conflicto tiene lo que los estudiosos llaman una estructura asimétrica, no existe un bloqueo que Cuba pueda no levantarle a Estados Unidos, así que no haber demandado, como condición para avanzar, una mayor apertura de regulaciones comerciales y financieras en esa parte de la mecánica del embargo controlada por el ejecutivo, constituye una acción cubana unilateral, carente de reciprocidad y expresión de buena voluntad —o sea, una concesión.

Quienes comparan la política cubana con las de la República Popular China (RPCh) y Vietnam, podrían constatar que estos dos solo restablecieron relaciones, como es lógico, cuando se acordó abrir los cerrojos de las sanciones económicas, en 1978 y 1995.  Cuba siguió un rumbo diferente a los comunistas asiáticos, probablemente calculando los apenas 24 meses que le quedaban a Obama en la Oficina Oval, así que ambos acordaron iniciar una normalización basada en la apertura de embajadas, decisión aplaudida de modo casi unánime por cubanos y no cubanos en todas partes, y que algunos observadores habían estimado antes, con visión ligeramente diplocéntrica, como el nudo gordiano del acercamiento.

John Kerry reapertura la embajada de Estados Unidos en La Habana, 2015. Foto: Alain L. Gutiérrez.

La segunda concesión fue, naturalmente, esa histórica visita de Obama, con amplia cobertura de medios nacionales y extranjeros. En contra de la norma diplomática universal, Raúl Castro no iba a ser recibido en EEUU, ni como presidente, ni como ciudadano privado, ni como invitado de la sociedad civil. Si esa elemental reciprocidad hubiera existido, Obama debería haber enviado a John Kerry al aeropuerto Reagan para recibirlo, la embajada cubana en Washington habría llenado el Kennedy Center con sus amistades para escuchar sus palabras transmitidas en vivo por las principales cadenas, Tom Hanks o Stephen Colbert habrían compartido con él en Saturday Night Live o el Late Show de CBS, las iglesias afronorteamericanas lo habrían invitado a un culto ecuménico en el Parque Meridian/Malcolm X, y habría asistido a un juego entre los Orioles y un equipo cubano en Camden Yards, por lo menos. Muy asimétrico, o sea, otra concesión.

Los presidentes Raúl Castro y Barack Obama presencian un partido de béisbol en La Habana, 2016.

Por razones de espacio, me voy a quedar en la tercera: American, Delta, United, y otras tantas aerolíneas hasta llegar a 14 fueron autorizadas a operar en todos los aropuertos de Cuba que les convinieran. Cubana no volaría a ningún aeropuerto de EEUU, ni siquiera a Morgantown, West Virginia (29 mil hab.). Obviamente, la parte del león en las ganancias por transporte de los más de 700 mil pasajeros que empezaron a llegar a Cuba cada año quedó más bien del lado de allá.

Ahora bien, ese corto verano de Obama produjo la mayor cosecha de acuerdos simétricos en la historia de las relaciones Cuba-EEUU, para los cuales, como ellos dicen, it takes two to tango.  Como ya señalé en otra conversa, la concreción y puesta en práctica de esos 23 acuerdos, a lo largo de dos años, demuestra que, en contra de un supuesto estancamiento o «implosión» de este proceso, según opinan algunos, las dos partes cooperaron y estuvieron negociando acuerdos hasta el final. La mayoría de estos, como es lógico, refieren a tópicos de seguridad. Entre los más importantes, estuvieron consolidar la cooperación entre los servicios de guardacostas en materia de migración y narcotráfico, búsqueda y rescate de embarcaciones, las medidas de seguridad del transporte aéreo, cooperación en la aplicación de la ley. Asimismo, las 12 categorías de licencia general para visitar Cuba, el servicio de aerolíneas comerciales (entre varias ciudades de ambos lados), la licencia para la cooperación en tratamiento del cáncer al Rockwell Institute con el Centro de Inmunología Molecular, el correo directo,  el intercambio de información meteorológica y climática, entre otros.

Si hubo goteo o lentitud en alcanzar algunos, no fue por estar cerrada la llave de paso cubana, sino por la renuencia de EEUU a adoptar determinados pasos decisivos, como por ejemplo, la cancelación de la política de pies secos-pies mojados, solo implementada en los últimos días de la administración Obama.

Aunque el balance de aquella visita fuera positivo, y despertó el reconocimiento de la mayoría de los cubanos, resultó un desafío que el gobierno de la Isla asumió, a pesar de sus contradicciones. La principal de estas contradicciones radicaba en su declaración de no continuar la política anterior, afirmando que «el cambio en Cuba es cosa de los cubanos,» y acto seguido, que «la normalización con EEUU está abriendo la puerta de los cambios en Cuba,» y  según el guión de Rhodes publicado en el sitio oficial del gobierno, identificar entre los objetivos de la visita, expresar «su profundo desacuerdo con el gobierno cubano» sobre el «respeto a los derechos humanos.»

Más de 20 acuerdos entre Cuba y Estados Unidos

Decir que el reinado de Trump ha sido malo sería un lugar común. Para Cuba, el cambio más temprano y visible, el peor de todos, fue la renovada hostilidad en la retórica presidencial. Resulta improbable, sin embargo, que, en términos relativos, la Isla estuviera entre los países más estremecidos por esa hostilidad, un patrón histórico que se ha vuelto habitual. De hecho, pocos han experimentado un entrenamiento comparable ante vientos adversos de tal magnitud.

De manera que las medidas de estrangulamiento económico aplicadas desde el verano de 2017 no fueron precisamente novedosas, aunque sí han provocado daños ostensibles. La única realmente inesperada fue el cierre de los consulados, un golpe a las familias con un efecto extendido a la sociedad cubanoamericana, que permanece desde hace dos años en el limbo de misterio de los llamados «ataques sónicos.» A pesar de este daño continuo, más que colateral, lo cierto es que la aplicacion del Título IV no desencadenó el frenesí de litigios que se preconizaba; que aunque la interrupcion de los cruceros sí redujo la contabilidad de visitantes, no tuvo un impacto proporcional en los ingresos reales, salvo para un grupo de paladares y taxis habaneros, no así los hostales ni en el resto del país; que las aerolíneas comerciales nunca han  interrumpido sus vuelos, aunque el número de visitantes cayó sensiblemente, pero no en la medida que se anticipaba, e incluso creció entre los cubano-americanos, hasta que la COVID-19 hizo su aparición.

Los cambios de Trump

La lógica de este nuevo auge de hostilidad Cuba-EEUU, como antes ocurrió con la Revolución sandinista y las guerras centroamericanas, al final de Carter y sobre todo con Reagan, no ha sido meramente electoral, sino geopolítica. Para decirlo rápido, en el vértice principal de esta ofensiva está Venezuela; y Cuba resulta más bien un ángulo del triángulo. Su impulso no responde tanto a los estandartes ideológicos enarbolados en los discursos, al desborde irrefenable del trumpismo, o a la miamización de la política cubana de EEUU, sino a metas específicas muy concretas, con un cierto fundamento racional: el derrocamiento del chavismo. Cuba es castigada por apoyarlo. Dejar volar más allá esa razón política, y verla en camino de derrocar al gobierno cubano, no ha pasado de ser un sueño de esa razón, que ha engendrado monstruos y ahora esperpentos,  pero nada más. Como dicen ellos, it is not for real: end of story.

Por otro lado, suponer que esa hostilidad dictada por percepciones geopoliticas hacia Venezuela va a desvancecerse porque se hayan ido o se vayan a ir determinados funcionarios (Bolton, Claver-Carone, etc.), escogidos (y luego despedidos) por un inner circle que traza la politica, refleja una lectura que confunde a los formuladores de esta visión estratégica con los encargados de su puesta en escena.  

Considerar que esta administración haya tenido algo de bueno para Cuba resulta un oximoron. Sin embargo, no todo ha sido nefasto o inútil.

Su semblante puro y duro se parece más a la índole histórica de esa política, lección que sobrevive a las grandes sonrisas de Jimmy Carter o Barack Obama. Como se argumentó en otros textos de esta serie, no se trata de personalidades, sino de un patrón de intereses y una lógica geopolítica establecida. Nada excepcional para los que vivimos aquí abajo, y que se replica, por cierto, entre vecinos grandes y pequeños por casi todo el mundo, con independencia de sus regímenes políticos e incluso filiaciones ideológicas.

El presidente Donald Trump pronuncia su discurso en el teatro Manuel Artime de la Pequeña Habana, en Miami. Foto: Cristobal Herrera / EFE.
El presidente Donald Trump pronuncia su discurso en el teatro Manuel Artime de la Pequeña Habana, en Miami el 16 de junio de 2017. Foto: Cristobal Herrera / EFE.

Aunque algunos observadores le han atribuido el efecto de reavivar las brasas del anticastrismo recalcitrante en Miami, quizás ninguna política anterior haya provocado un daño directo mayor a los intereses de la supuesta base electoral de ese anticastrismo, es decir, a la comunidad cubano-americana. De manera que ha marcado las diferencias de intereses entre cubanos de ambas orillas, de un lado, y la mecánica de la hostilidad, del otro. Ese contexto resulta propicio para un salto hacia adelante en la política nacional hacia los emigrados, totalmente desvinculada de los avatares de las relaciones bilaterales, e incluso a contrapelo de estos, y que el gobierno cubano tiene pendiente como parte de las reformas internas en que está comprometido. Si este salto ocurriera bajo Trump, nadie podría atribuírselo luego a la influencia de un presidente de EEUU más simpático, ni leerla como rehén de las relaciones con el Norte. Razón de más para que la reunión dedicada al tema, prevista para abril de este año, y pospuesta por la COVID-19, no se siguiera dejando para luego.

Cuba pospone la Conferencia «La Nación y la Emigración»

La etapa de Trump tambień ha servido para poner a prueba, una vez más, la hipótesis que algunos defienden (sin evidencia), de que la política de EEUU cambiaría en respuesta al avance de los cambios internos en la Isla. No pasó antes, cuando las FAR se redujeron a la mitad y se adoptaron las medidas económicas en 1993-96 que conocemos. Tampoco entre 2017 y 2020, cuando ocurrieron cambios de mayor escala, como la integración de un nuevo gobierno, aprobación de una nueva constitución con legitimación de la empresa privada y énfasis inédito en la descentralización, extensión del mercado, inicio de un programa legislativo reformista, ampliación de la calidad y acceso a internet, así como del debate público y la libertad para ejercer la crítica política, sin olvidar las más recientes medidas adoptadas a raíz de la pandemia, regreso del dólar, etc. Vistas en el espejo de la política norteamericana, todas resultan invisibles; y más bien parecerían haber alimentado su sonido y su furia.  

Según se apuntó en otra conversa, a pesar del punch atribuido a Marco Rubio, Bolton, Claver-Carone, y demás personajes recurrentes en la mecánica hacia Cuba, la mayoría de los acuerdos firmados bajo Obama no han sido revocados. De manera que, si ganara las elecciones Joseph Biden, bastaría abrir la gaveta donde se mantienen, ya que solo 4 no se han implementado, y uno está pendiente de aprobación congresional; mientras que los restantes 16 han resistido la virulencia de los últimos tres años y pico. La única categoría de viajes eliminada ha sido la de people to people, plausible no solo para visitantes de allá, sino para la mayoría de los cubanos de hoy, incluido el gobierno. Bastaría un asentimiento de cabeza suyo, para que las reuniones de chequeo e intercambio de las dos partes se reanudaran, y que regresara a su puesto el personal diplomático retirado de los dos lados. Digo: ¿alguien ha oido de «ataques sónicos» reportados en los últimos meses? Ahora que todos andamos con nasobucos, eso parecería un pálido fantasma en medio de esta amenaza de salud real.

Cronología: Relaciones Cuba-EEUU a cinco años del “deshielo”

A diferencia de etapas anteriores, cuando think tanks como InterAmerican Dialogue, Rand Corporation, Americas Society, Council on Foreign Relations o Brookings competían por un proyecto de estrategia para lidiar con Cuba, ninguno sería capaz superar el plan estructurado que Obama (y Susan Rice) dejaron listo, titulado Directiva Presidencial de Política –Normalización entre los Estados Unidos y Cuba .

Varias preguntas sobre el futuro quedan en el tintero. ¿Cuán importante sería Cuba para una administración demócrata? ¿En qué medida la cuestión venezolana se canalizaría de otra manera? ¿Sobreviviría un trumpismo sin Trump en ciertos temas, como migración, relaciones con China y Rusia, políticas ante organismos multilaterales? ¿En qué medida los encuentros entre las dos sociedades se recuperarían, para servir de base a unas relaciones que promovieran esos valores llamados allá free trade y freedom to travel?  

Quizás algunas ideas suscitadas en estas conversas con principiantes podrían resultar útiles para pensar estas y otras preguntas, como por ejemplo, no confundir el análisis y la comprensión de las políticas de ambos lados con personalidades, opiniones y deseos de cada cual, gustos y rechazos, ni creer que maldecir una política ayuda a entender por dónde irá.

Claro que la paz con EEUU favorecería la transición socialista en Cuba. Evitar que esa paz se apague del todo, y minimizar los enormes costos humanos, sociales y políticos del conflicto, son parte central del interés nacional. Al mismo tiempo, encaminar el presente y consolidar el futuro de esa transición sobre la premisa de esa paz carecería de realismo. En qué medida y cómo avanzar para que los cambios y metas no sean meros rehenes de esta relación incierta involucran problemas de mayor envergadura, que ameritan una mirada más allá.     

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